Tick tack im a clock.

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Resulta que Cristóbal había aparecido como por arte de magia, con unos valores impropios, listo para hacer caridad y pagarme la compra.
Estábamos caminando hacia la salida del supermercado, íbamos uno al lado del otro sin motivo aparente, mis nudillos se tornaban blancos al rededor del asa de las bolsas, estaba muy enfadada.

—Mira yo...—empezó.

—¿Tú? ¿Tú qué?—me detuve.— ¿desde cuándo eres tan altruista? ¿Y qué hacías siguiéndome?

Su ceño cayó en picado en su cara mientras pasaba de la confusión a la molestia. Pasó andando por delante de mí.

—Haces muchas preguntas.—gruñó— es imposible hablar contigo.

—Claro, es mejor aparecer de la nada y actuar por sobre mis límites para hacerme pasar vergüenza en un sitio público.—mi tono era fuerte y lleno de irritación, miles de insultos se arremolinaban detrás de mis ojos.

—Si quieres lo dejamos en que estabas delante en apuros, y yo tenía prisa.

—¡Escúchame bien ! No soy ninguna damisela en apuros. —me puse a centímetros delante de él de una zancada, haciendo que parara en seco.—Y no creas ni por un segundo que por hacerme este favor voy a olvidar quién eres y correr a tus brazos como el resto de tus putas.

No. Esa no era yo.

—¿Qué?—la mandíbula de Cristóbal se marcaba en un perfecto ángulo de 120 grados. Dura como el vibranium.—¿Es eso lo que piensas de mí?

Abrí la boca para contestar pero ya no estaba delante de mí, me agarró del brazo fuerte pero sin hacerme daño, y me arrastró a la salida detrás de él. Cuando llegamos afuera, una lluvia torrencial nos dio la bienvenida.

¿En que momento había empezado a llover tanto?

—mierda. —me quejé, pero Cristóbal no reaccionó al clima, se lanzó a la acera y más allá de ella, al estacionamiento, conmigo pegada a su espalda. Parecía enfadado, muy enfadado.

—toma. —su voz vibró entre el sonido de la lluvia, un objeto duro y frío entró en contacto con la piel descubierta de mi abdomen. Un casco de moto.

—¿Qué quieres q-

—Póntelo si no quieres que nos pare la pasma y móntate.— me cortó mientras se montaba a la Kawasaki con mis bolsas ya metidas en el compartimento de atrás.

¿Qué diablos estaba tramando?

Me subí a la moto, detrás de él, la lluvia caía sobre nosotros y la espalda de Cristóbal me bloqueaba la vista casi por completo, no sabía dónde poner las manos, las acerqué a los lados de Cristóbal con lentitud, no quería parecer una salida.

Antes de procesarlo siquiera, Cristóbal agarró ambas manos y las entrecruzó por sobre su abdomen, asegurándolas. Di un respingo por la precipitación, pero no me dio tiempo a quejarme, pues arrancó con un rugido del motor.

Pegué un grito de adrenalina, e inevitablemente me abracé con fuerza a Cristóbal, con la cabeza hacia un costado en su espalda, sentí la vibración de la moto a través de él, las calles pasaban ante mis ojos y se difuminaban más pronto que tarde, éramos como una estela que cortaba a través del tiempo.

Nunca había hecho algo parecido, el monstruoso vehículo, la lluvia y la sensación de Libertad.

En un momento dado, aflojé un poco el agarre, era como si quisiera sentir el viento de cara, una curva inesperada me desiquilibró hacia atrás, por un breve momento sentí ese vuelco en el estomago y la sensación de peligro inminente. Cristóbal me agarró a tiempo y aseguró mi muslo derecho de nuevo en su sitio junto a su pierna. Luego algo en cómo se movieron sus hombros me dijo que se estaba riendo de mí.

Apreté los muslos entorno a su cuerpo en modo de advertencia y como respuesta su cuerpo se quedó muy quieto. Idiota.

¿Era así como trataba a todas las chicas que subía a su moto?

Al cabo de unos minutos, la lluvia había cesado y el cielo nocturno se volvió mucho más sencillo de contemplar. Tanto así que no había notado que el entorno había cambiado por completo, puede que me hubiera dejado llevar un poco demasiado por el momento.

Cristóbal detuvo la moto en un callejón apenas iluminado, siendo sinceros, no sabía dónde estábamos. Cuando por fin se quitó el casco su pelo caía alborotado, semi seco.

—¿Vas a soltarme o estás demasiado cómoda?

Tan pronto como lo dijo reparé en que mis brazos seguían anclados en su abdomen como cadenas, me aparté con asco y me retiré el casco de la cabeza. Mi melena castaño cobrizo cayó a a los lados de mi cara, sacudí la cabeza al sentir los mechones amontonados.

Cristóbal me miraba desde arriba, con una expresión que no pude descifrar.

—¿Qué? —instigué.

—Nada. Vamos.

Bajé de un salto de la moto. No sabía a donde iríamos, Cristóbal se había puesto todo macho orgulloso en su viaje de redención en el momento en el que lo molesté en la tienda, así que supuse que tenía algo que quería mostrarme.

Muy bien tipo malo, sorpréndeme.

Caminamos durante un tramo corto entre casas, hasta que una reja semi rota llamó la atención de él, al parecer la reconocía, sujetó uno de los extremos doblado y oxidado y lo apartó, señalando con la otra mano que cruzara.

Sus ojos encontraron los míos y bajo la noche había algo que me desconcertaba en su aura, no lo sentía como aquel chico de la azotea, que fumaba porros y miraba con desprecio a la gente, no parecía el mismo tipo de monstruo que le metería un bandejazo a un chico inocente.

Parecía simplemente él.

Me costó un momento apartar la mirada, Justo después habló.

—¿Qué pasa? No me digas que te estás achantando, princesa.

Mamá, creo que me gusta el bad boy.  [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora