Avaricia

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Hange Zoe ya había vivido aventuras cuestionables.

Hange desafiaba a todo y a todos siempre que sentía que necesitaba desconectar de una situación estresante. Actividades como cazar, boxear, usar el ODM en el bosque, golpear a un par de borrachos, etcétera.

Otra era el sexo.

Hacía tiempo que no intimaba con alguien. Normalmente era cosa de una vez y seguía adelante y, si no era un clic antes de llegar a la cama, lo superaba pronto.

Pero no cuando se trataba de Levi Ackerman. Aunque con éste, ella, particularmente, no había expresado al mundo su ardiente deseo por él. ¿O era lujuria?

El caso es que Hange lo deseaba. Como la realeza ansía el poder, como los hombres ansía la riqueza, como los hambrientos ansían la comida.

"Admítelo, Hange," empezó su amiga. "Lo deseas."

Por supuesto que sí.

Y el amigo de Hange le retó a reclamarlo, como un premio. Pensar en ello, se sentía... mal, se sentía posesivo. Pero poco sabían, que era el mismo deseo para él.

Caminaba por un pasillo, un poco después de la hora de la cena una noche, y chocó con él, haciéndole perder un poco el equilibrio.

"Mira por dónde coño vas, Ojos de Mierda," gruñó un malhumorado Levi.

"Y tú deberías vigilar esa boca," se hizo eco Hange, sin pensar en lo que acababa de decir.

Intercambio tonto, comportamiento tonto pero que hizo que Levi se acercara más a ella, respirándoles en la mejilla.

"¿O qué?"

Hange, como siempre, no pensó en las consecuencias, abrió el armario de las escobas y lo metió dentro.

"Sé de tu pequeña apuesta," susurró.

"¿Qué apuesta?"

"Oh, no te hagas el tonto," transmitió Hange. "Te gustaría tenerme."

Este estúpido juego. Este estúpido juego iba a ser la muerte de... ambos.

Levi la agarró por la cintura y, con la mano libre, empezó a recorrer hasta llegar a sus pantalones. Hange asintió, dándole permiso para explorarla.

Deslizando lentamente la mano en el interior, colocó el pulgar sobre el clítoris de ella, rodeándolo.

Ella gimió.

Levi le introdujo un dedo y Hange, ya jadeante, se agarró a su hombro para apoyarse. Introdujo otro y, al cabo de un par de minutos, sintió que sus entrañas abrazaban los dedos hasta que las relajó.

"Ahora, ¿me dejas en paz?"preguntó el capitán, lamiéndose los dedos.

"Me has dejado con ganas de más."

Empezaron a jugar de nuevo detrás de las puertas de la recamara de la líder, sólo que esta vez cada uno se daría placer delante del otro. Sería su propio juego, uno secreto y pervertido.

Siete Pecados CapitalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora