Capítulo I : Iniciación

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Me preparé sin hacer nada, sentado en mi cama, en ropa interior, mirando el espejo... preguntándome si traería mala suerte tener espejos en la habitación. No quería cambiarme, tampoco seguir sentado sin hacer nada. Darme un baño, sin duda, era una buena idea.

¿Saldría perdiendo? No recordaba a nadie que hubiera quedado desilusionado después del primer día, sin embargo, me parecía arriesgado resumir el sueño de mi vida a esta edad, sería más lógico que mi forma de pensar fuese cambiando con los años. Además, no me gustaba tomar decisiones permanentes, sentía que me limitaban.

En ese estado de ánimo, hubiera sido mejor seguir en la cama, pero, no tenía tiempo. Apuré la ducha, me vestí, salí de mi departamento y bajé las escaleras, como hago todos los días. Caminé las diez cuadras que me separaban de la estación de subte y entré al vagón por la primera puerta que se abrió frente a mí. Pensé si podría acordarme de lo que había practicado y si estaba resuelto a llevarlo adelante.

A mitad de camino, miré un segundo por la ventana del subte; diferentes tonos de negro pasaban uno detrás de otro, hasta que la luz de la estación donde terminaba mi viaje, ocupó las ventanas a la vista. Había mucha gente, pero no les presté atención, nunca fui de levantar la cabeza más que para mirar de frente a los que suelen estorbar el paso. Subí las escaleras y salí a la calle; frente a la boca del subte, en la esquina diagonal opuesta, el centro de conexión neural mostraba la misma fachada futurista que tenía desde su inauguración hace no menos de quince años.

La calle estaba cortada, y la gente, en grupos numerosos, se concentraba junto a las puertas en espera de que se abrieran. La mayoría de ellos, dándole consejos a sus hijos o hermanos menores, siempre basándose en lo más valioso para ellos o, tal vez, lo que hubieran querido ser y no fueron. Todos ansiaban vivir la vida más interesante que fueran capaces de imaginar, aun cuando el concepto de vida fuera algo por demás argumentable en este caso.

Por mi parte había ido solo. Vestido más elegante que de costumbre sin salirme de la norma, de alguna manera formal. Muchos pensaban que la vestimenta era un factor determinante, veía gente disfrazada de militar, de futbolista, de rockero. Sin mirar demasiado crucé la calle, no pasó mucho tiempo cuando las puertas dieron paso a la muchedumbre que empezó a empujarse por entrar; el Centro acababa de iniciar la jornada.

Tenía bien en claro lo que había elegido, aun cuando me preocupara cambiar de opinión más adelante; en concreto, vivir en una isla paradisíaca del Japón, rodeado de naturaleza y estudiando el arte del guerrero junto al maestro más calificado. La idea era muy clara en mi mente, a pesar de que, sin dudas, las palabras que usaba para describirla variaban de vez en vez. Cerrando los ojos podía ver los árboles de sakura, el templo y las cataratas como si ya estuviera ahí mismo.

La calle en ese momento aparecía casi desocupada, los familiares se habían colocado en hileras a ambos lados de la entrada organizados por la seguridad del Centro. Todos se despedían de alguien, excepto yo, que seguí mi camino detrás de los últimos.

Dentro, éramos al menos trescientos. La mayoría, como yo, con la edad recién cumplida para iniciarse, sin embargo se veían algunas personas mayores. No era posible vivir sin venir, no importaba cuán exitoso pudieras sentirte, conectado llegarías mucho más lejos. La única persona que conocí, y había decidido permanecer desconectado, terminó suicidándose, tal vez por adicciones de décadas pasadas o alguna de esas extrañas sectas de las que tanto se habla.

Todos estaban atentos al pequeño escenario ubicado al fondo de la enorme sala común a la que habíamos entrado. Luego de que la gente de seguridad ingresara tras nosotros y cerraran la entrada principal, las puertas del escenario se abrieron. Una mujer se acercó hasta el borde, a simple vista parecía la secretaria de alguna autoridad importante en la empresa, su apariencia y vestimenta sustentaban el estereotipo, pelo rubio, largo, lacio y recogido, ropa formal, muy elegante, con anteojos y no más de cuarenta años. Miró hacia ambos costados antes de empezar a hablar, parecía que buscara a alguien.

Memorias de AkashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora