Capítulo II: Terror

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Me dolía la cabeza, no podía recordar porqué; estaba en el piso, quizás me había golpeado al caer. Al apoyar las manos para levantarme, me pareció tocar asfalto, por un momento creí perder el equilibrio y evité caer al asirme a una especie de gancho clavado en la pared, que, por suerte estaba cerca. Dándome vuelta, apoyé la espalda en los ladrillos.

No veía nada, en cualquier dirección solo existía oscuridad. No podría recordar cómo había llegado a ese estado y eso me puso aún más nervioso. El aire era frío y húmedo, como la niebla en un día de invierno, mi estómago me mataba, ya me había olvidado del dolor de cabeza, el miedo era mucho más fuerte y se llevaba mi atención. Un ruido, que llegaba desde cerca, me asustó. A mi izquierda un metal parecía retumbar rodando sobre el asfalto... comprobé que era un caño cuando me tocó el pie.

Me aplasté contra la pared, intentando ocupar el menor espacio posible, cerré la boca y respiré despacio por la nariz. Un jadeo, apenas perceptible, se acercaba de a poco, mi corazón latía cada vez más fuerte y me resultaba difícil mantener la respiración a un ritmo inaudible. Aquel jadeo, acercándose, se detuvo en mi cara. Aterrorizado, sentí su aliento a muerte.

Los segundos pasaban, ¡pero no hacía nada!, hasta que de pronto, comenzó a respirar con mayor fuerza en diferentes partes de mi rostro, como si me estuviera analizando. El no verlo me atormentaba, podía imaginar su mano a punto de rozarme, traté de asirme tanto como pude a la pared...

—No vienes muy seguido por aquí —dijo una voz rasposa y distorsionada rompiendo el silencio.

Me paralicé. La voz no parecía humana. Cerré los ojos, como si ese gesto fuera a ayudarme a no entrar en pánico.

—Es de mala educación ignorar a quien te dirige la palabra —comentó divertido burlándose de mi—. Imagino que antes de poder decir algo te daría un infarto.

—¿QUÉ QUERÉS? —grité con bronca.

Me arrepentí instantáneamente, ¿y si hubiera otros como él agazapados en el lugar y yo llamara su atención? Miré hacia todos lados en vano, una oscuridad total cubría el ambiente.

Sin previo aviso, soltó una horrenda y estruendosa carcajada que retumbó en todo el lugar, me estremeció de manera tal que provocó que me encogiera de hombros, como un cachorro asustado.

—No podés mantener tu convicción ni cinco segundos —dijo divertido con su voz de ultratumba.

Entonces, me rozó con algo punzante las costillas derechas, volví a estremecerme, esta vez, con un espasmo involuntario que me alejó de aquello que entraba en contacto conmigo. Sin saber cómo actuar, impulsivamente, reaccioné empujándolo con ambos brazos y empecé a correr, rápido, sin saber por dónde lo hacía. Un líquido viscoso y frío me chorreaba por el antebrazo hasta las manos.

Volvió a soltar una de sus desquiciadas carcajadas, el terror que me provocaban no había disminuido, pero estaba demasiado ocupado tratando de escapar.

—¡Cuidado —exclamó fingiendo preocupación—, si seguís así podrías chocar con alguna pared!

¡No lo había pensado! Su advertencia me detuvo, puse mis brazos adelante con la idea de tantear, y toqué un muro. Si seguía solo un segundo más, me hubiera estrellado.

—Estuvo cerca —comentó disfrutando la situación—, menos mal que te advertí.

Atrapado, tanteé la pared pensando que quizás pudiese rodearla, pero al parecer no era posible, no encontraba salida. La voz seguía ahí, hablándome, burlándose. Un fuego interno me revolvía el estómago, un odio que no recordaba haber personalizado antes. Furioso, lo único que pensaba era en romperle el cuello.

Memorias de AkashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora