Historias de autostop

Parte 1: Mi primera vez

Mi cabello bailaba con el viento sin parar, dando pequeños latigazos en mi rostro. Ya habían pasado más de dos horas. Me dolían los pies y ya no tenía fuerza en el brazo derecho. Los carros pasaban a tal velocidad que el viento que producían me hacía sentir como una simple hoja que saldría volando en cualquier momento. Aunque no todo era tan malo, por momentos ese mismo viento me hacía compañía y me refrescaba evitando así que más gotas de sudor cayeran por mi rostro exhausto.

Sentía que nunca lo lograría. Pero no era el cansancio o el calor los que me hacían querer rendirme, era la vergüenza. Exactamente, tenía vergüenza. Era mi primera vez y nunca me imaginé verme obligada a estar en una situación similar. La vergüenza se notaba en mi lenguaje corporal, sentía que no pertenecía a ese mundo y mi cuerpo no podía ocultar aquel secreto. La falta de seguridad y experiencia se notaba, y seguramente ellos también la notaban. Solo cruzábamos miradas por unos cuantos segundos pero estoy segura que podían leerlo todo en mis ojos.

Mientras aquellos pensamientos me atormentaban, una sequedad desértica invadió mi boca. Fue en ese instante que recordé que no tenía agua. Lamenté no haber pensando en eso antes de emprender esta aventura, pero ya no había nada más que hacer, solo me quedaba esperar.

Mi mente comenzó, entonces, a divagar y a concentrarse en aquellas personas con quienes cruzaba miradas. Los carros pasaban tan rápido que me era imposible saber qué tipo de miradas eran aquellas. ¿Serían acaso miradas de curiosidad?, ¿de incredulidad? o tal vez, ¿de molestia? o peor aún, ¿de vergüenza ajena? En fin, aquellas miradas eran imposibles de descifrar, pero las que más me desconcertaban eran aquellas miradas esquivas, aquellas fijas en el volante que intentaban ignorar mi presencia.

De pronto mi estómago rugió y mis pensamientos se desvanecieron.