Parte 5: Mi ídola

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Estaba sola en Río de Janeiro, quedándome en el departamento que me prestó un antiguo amor brasileño. Tuvimos un romance fugaz en Perú y luego de romperme el corazón, ofreció prestarme su departamento para mí sola en una de las zonas más exclusivas de Copacabana, mientras él estudiaba en Suiza. Me imagino que fue a modo de disculpas. Voy a tomarlo, pero me ofende muchísimo. - me dije a mí misma antes de agradecerle el gesto.

Como siempre que llego a una nueva ciudad, decidí usar couchsurfing para conocer gente. Lastimosamente conocí uno que otro pervertido durante aquellos días, pero también tuve la suerte de conocer gente increíble como Annika.

El típico sonido que alerta de la llegada de una nueva notificación, me despertó. Entreabriendo los ojos, pude ver la notificación de couchsurfing, más precisamente, de un grupo de chicas que querían ir al jardín botánico de la ciudad. Finalmente mujeres. - me dije aliviada. Con una gran sonrisa, procedí a aceptar la invitación antes de volver a quedarme dormida. 

El encuentro era por la tarde así que almorcé temprano y me dirigí al jardín botánico. Por las fotos de sus perfiles fue muy fácil reconocer a las chicas. Primero me encontré con Rachel.

Rachel era una chica muy risueña, era un poco más alta que yo, tenía la piel bronceada, cabello castaño y ojos pardos. Pronto me enteré que era de Estados Unidos, específicamente de Washington DC. La verdad es que no había leído el perfil de las chicas así que no sabía de dónde venían. A los pocos minutos vimos dos chicas más acercándose hacia nosotras, asumimos que se trataba de Annika y Katja así que nos acercamos a saludarlas.

Lo primero que noté cuando las vi fue que eran extremadamente altas comparándolas con mi metro sesenta. Ambas de piel bastante pálida, pero Katja tenía una larga cabellera rubia y unos enormes ojos azules. Por otro lado Annika tenía el cabello ondulado y rojo como la lava y sus ojos eran verdes. Ellas eran de Dinamarca y Alemania, respectivamente.

Entre nuestros temas principales de conversación estaban los pervertidos que todas habíamos conocido en couchsurfing y en nuestros viajes en general. Yo era novata aún, no tenía tanta experiencia viajando como las demás, pero aquellas situaciones no me eran desconocidas.

De pronto, surgió el tema de hacer autostop. Annika nos contó que había viajado por toda Europa, India, Marruecos y ahora Sudamérica en autostop. Me quedé atónita. En aquel entonces me era impensable que una mujer viajara sola haciendo autostop en especial en países como India y en muchos de los países de nuestro continente por ser considerados de los países más peligrosos parar mujeres turistas. Me pareció increíble, pero le dije que definitivamente no era algo que podría hacer, me daría demasiado miedo, en especial sola. Las demás estuvieron de acuerdo conmigo y continuamos hablando de otros temas.

La idea continuó rondando en mi cabeza, en especial después de haber conocido a Ronan, pero aún no era algo que me imaginaba poder hacer. Exponerme tanto, definitivamente no estaba dentro de mis planes aunque quedé maravillada por las aventuras de autostop que me habían contado Ronan y Annika.

Meses después de este encuentro, Annika siguió su aventura hasta Perú donde nos volvimos a ver. El reencontrarse con alguien que uno conoce durante un viaje es siempre un momento gratificante, hace que la amistad perdure en el tiempo a pesar de la distancia y de la efimeridad del primer encuentro. Me dio gusto poder mostrarle mi ciudad, llevarla a mis lugares favoritos e invitarla a comer al restaurante de mi papá. Me contó anécdotas sobre sus últimos viajes y me dio varios consejos para mi viaje por Europa que sería en pocas semanas. Dicha conversación nos llevó a hablar una vez más de autostop. Cada vez que me contaba una de sus historias, me brillaban los ojos, podía imaginarme las escenas como si se tratara de una película. Definitivamente aquel mundo me fascinaba, pero me asustaba al mismo tiempo. ¡Esta mujer es demasiado valiente! - pensé. Yo no me imaginaba recorriendo tantos países subiendo al carro de desconocidos y confiándoles mi vida.

La última noche antes de seguir con su viaje, volvió a insistir en que era algo que debería intentar al menos una vez en la vida. Nos dimos un último abrazo y nos despedimos.

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