Parte 4: Mi primer aventón

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Unas semanas atrás había llegado a Florianópolis donde comencé aquel viaje por Brasil. Había pasado unos días increíbles ahí y ya me tocaba continuar mi camino hacia Blumenau. Para llegar a dicha ciudad tenía que tomar un bus hasta la estación central, nada complicado aparentemente.

Ahí estaba yo, en la parada de bus, esperando. Según mis cálculos, no debería tardar mucho. Incluso llegué con bastante anticipación para preveer cualquier contratiempo.

Los minutos pasaban y se sentían como horas. No había ni una sola brisa de aire y las gotas de sudor acariciaban mi rostro. Miraba la hora cada treinta segundos como si aquello fuera a cambiar en algo mi situación. Mi pie derecho comenzó a hacer ese molesto zapateo que hace la gente cuando está impaciente. Aquel estresante sonido comenzó a exacerbarme a mí misma. Mi pie se detuvo por un instante para descansar y cuando iba a retomar su tarea, vi a una mujer dirigirse hacía donde yo estaba.

Bom dia! - le dije. Era una de las pocas frases que había aprendido desde que había llegado a Brasil.

Una sonrisa se dibujó en su rostro y me respondió. - Bom dia!

Aproveché entonces para preguntarle si sabía algo sobre el bus. Me dijo que debería llegar en cualquier momento. Así fue que comenzamos a hablar.

¿De dónde eres? - me preguntó, curiosa.

Sou de Perú. - respondí - He venido a hacer un voluntariado aquí en Brasil, pero quería viajar un poco antes de comenzar. - añadí, en portuñol.

¡No puede ser! - me dijo, sorprendida - ¡Mi esposo también es de Perú!

Me quedé tan sorprendida como ella. Luego prosiguió contándome todas las cosas que le gustaban de mi país. No pude dejar de sonreír al ver la manera tan linda de la que hablaba de mi Perú. Un orgullo patriótico inundó mi ser hasta que me di cuenta que el tiempo seguía pasando y el bus no llegaba. Me empecé a preocupar y le volví a preguntar por el bus. Me volvió a repetir que llegaría pronto.

De pronto un carro se estacionó en el paradero. Bajaron dos hombres y una mujer. Veo entonces que mi nueva amiga los saluda y se acerca a ellos. Quedé confundida porque pensaba que ella también esperaba el bus.

Viendo la hora por milésima vez y sin rastros del bus, me acerqué a ella para preguntarle si por casualidad iban en mi misma dirección. Me dijo que con gusto  podían dejarme en la terminal de buses más cercana. Les agradecí infinitamente, me presentó a su familia y me ayudaron a subir mi enorme maleta morada, la cual ya me estaba arrepintiendo de haber llevado. Luego de unos veinte minutos de ruta, llegamos. Les agradecí nuevamente y me despedí.

Así fue entonces que hice autostop, por primera vez, sin si quiera saberlo.

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