Capítulo 5

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POV. Leo

¿Qué dónde había estado? Era nuestra primera interacción en días, e iba borracho. Y encima reclamaba la respuesta, como si estuviese obligado a decirle en todo momento qué hago y con quién. Aún peor era, que yo ya había previsto algo como esto; y le dejé de buena fé una nota. Intentaba evitar un futuro conflicto, y simplemente no había servido para nada.

—Hola amor—me recibió feliz Mer recostada en la cama del hospital—Has vuelto justo a tiempo. Mis padres acaban de bajar a desayunar.

—Hola cielo. ¿Cómo te encuentras esta mañana?

—Bien amor, el médico que me ha dicho que está tarde me dan el alta—me explicó emocionada—. Tienes mala cara ¿has podido dormir bien en el piso? —su tono tornó repentinamente a uno de preocupación.

—Sí cielo, no te preocupes —respondí sin darle mayor importancia.

Llevaba toda la semana prácticamente viviendo en el hospital. Solo salía de allí para ir a las clases o para recoger algo de ropa de mi habitación. También solía dormir con Mer.

En el hospital nos trataban como reyes, debido a que Mer llevaba muchos años en tratamiento. Prácticamente había pasado su adolescencia entre esos muros. Todo el mundo la adoraba, y no había persona que no cayese rendida ante su amabilidad y positivismo. Incluso en los momentos más duros tenía una sonrisa guardada para los demás. Una vez me confesó que ella no tenía miedo a morir. Lo que la entristecía era pensar en toda la gente que dejaría atrás. En como no podría consolarlos. Obviamente había momentos en los que ella lloraba, gritaba, se enfadaba o prefería la soledad; al fin y al cabo era un ser humano como cualquier otro. No obstante, intentaba salpicar lo menos posible con sus emociones negativas a los que estaban a su alrededor.

—No me mientas. Te dejé dormir aquí con la condición de que de vez en cuando fueses al piso a descansar y no me has hecho ni caso —me reprendió Mer.

—¿Y si te pasa algo y estoy allí en vez de aquí? —le respondí alterado. Alec había acabado con la poca paciencia que me quedaba esa mañana.

—Por eso mismo decidiste ir a una universidad mediocre a cuarenta minutos del hospital ¿no? Antes que a otras mil veces mejores —me echó en cara. Estaba empezando a cabrearse.

—Vamos a dejar el tema. No tengo ganas de discutir —dije intentando tranquilizar el ambiente.

—Como siempre —contestó resentida.

Decidí ignorar su tono y empezar a recoger nuestras cosas de la habitación. Si nos íbamos esa tarde lo mejor era tenerlo todo preparado para entonces. Al cabo de unos minutos, entró una enfermera a hacer un par de revisiones rápidas. Esto relajó el ambiente.

—Amor, no quiero que estemos así. Ven aquí —me dijo poco después de que la enfermera se fuese de la habitación. Me estaba señalando un hueco al lado de su cama. Me senté donde me había indicado y me abrazó. Nos quedamos en silencio un largo rato.

La mañana continuó con normalidad, y cuando me quise dar cuenta ya estábamos de camino a su casa en el coche de sus padres. Cuando llegamos nos sentamos en el salón toda la familia y estuvimos hablando de temas varios. Un par de horas después sonó el timbre del portal.

—Voy yo —informé.

¿Quién podía ser a estás horas? Los padres de Mer ya estaban preparando la cena; así que un repartidor de comida rápida no podía ser. Al abrir la puerta me encontré con la persona que menos esperaba ver, Alec. ¿Qué hacía aquí?

—Hola tío, ¿puedo ver a Mer? —. Era un Alec completamente diferente al que había visto esa mañana. Se había duchado e incluso iba bien vestido.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté de una manera muy tajante.

—Tenía que pasar a ver a mi madre y...

—Cielo, tranquilo. —intervino Mer. Nos había escuchado desde el salón y había venido a poner paz—. Lo he invitado yo. Así que vamos todos de vuelta al salón de buen rollo ¿si?

—Bien —rechisté.

—Adelante Alec. El salón es por aquí. Mis padres están haciendo pizza. ¿Quieres quedarte a cenar? —le ofreció ella.

—No te preocupes, solo venía un momento a ver qué estabas bien y a traerte esto —le explicó con una sonrisa. De una mochila que llevaba  colgada en un hombro sacó un enorme bizcocho envuelto en plástico—. Es de la confitería de mi madre. Es su especialidad.

—¡O DIOS MÍO! ¿Cómo has sabido que es mi favorito? —le gritó Mer emocionada.

—Solo ha sido suerte supongo —aclaró avergonzado él.

—No puedo permitir que te vayas de aquí sin cenar, después de regalarme esto.

—De verdad que no hace falta —insistió Alec.

—No, no y no. Te quedas a cenar. Y así nos cuentas a Leo y a mi que tal el finde —le hablaba, mientras lo obligaba a sentarse en el sofá con nosotros— Me dijiste que te fuiste de fiesta ayer ¿no? A esa tan chula universitaria de la ciudad. Ojalá haber podido ir. Cuéntamelo todo con pelos y señales.

Alec empezó a narrar todo lo que había sucedido en la fiesta. Si una de la clase había intentado ligar con Anto, que si de lo borracho que iba había perdido de vista a sus amigos durante un buen rato, etc. Sin embargo, se notaba que omitía partes de la noche cruciales. Como si en esa fiesta hubiesen pasado cosas que no podía decir, más que frente a Mer, frente a mi. Pues cuando iba a empezar a explicar más en profundidad los eventos, me miraba durante unos segundos y cambiaba a otro tema.

La noche transcurrió tranquila y pronto fue la hora de que Alec volviese a la residencia.

—¿Te tienes que ir ya? —le dijo Mer, mientras hacía un puchero.

—Sí, aún tengo que llegar a mi casa.

—¿No te vas a la residencia? —pregunté interesado. Por lo que tenía entendido, él no se llevaba muy bien con su madre. Me extrañaba que decidiese pasar el domingo con ella.

—Prometí a mi madre que la ayudaría con una cosa de la confitería —explicó sin entrar en mucho detalle.

—Tu casa pilla de camino a la suya ¿no Alec? —dijo refiriéndose a mi. Él asintió— ¿Te importaría llevártelo contigo?

—Pensaba que hoy me quedaría a dormir aquí —le cuestioné a Mer, mientras hacía señas discretamente para que no me obligase a ir con él en coche.

—Claro que no. Me acaban de dar el alta y quiero dormir en mi camita yo sola, con todo para mí —. Hizo un gesto, como si se desperezase en una cama imaginaria—. Ya hemos estado una semana compartiendo una cama de hospital diminuta. Así que amor, te vas a tu casa a ver a tu madre. Que te aguanten ellos un poco, que yo ya he tenido suficiente. —explicó ella medio en broma.

—Por mi no hay problema —aceptó Alec.

—Pues ya lo has oído. Coge tus cosas y largate de mi casa —canturreó Mer.

—Bien —accedí con un suspiro.

A continuación, fui a recoger mi macuto, y Mer me indicó que Alec me esperaba fuera en su coche. Me despedí de ella y me dirigí a la calle donde se encontraba Alec. Él estaba apoyado en su coche, escribiendo algo en su móvil embelesado.

Al verlo, solo pude pensar que este Alec se veía completamente diferente a con el que yo convivía: uno más tranquilo, más agradable; uno que se parecía más al recuerdo que tenía de él de niño.

The Art Of ForgivenessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora