La rutina de Antonio, a pesar de ser ajetreada y pesada, no era nada que no pudiera soportar; después de estar acostumbrado al hambre, frío y cansancio, unos caballos porfiados y una jornada laboral eterna no lo podían vencer, aunque era innegable que llegaba molido al final del día, con ganas de solo comer y dormir.
Para su tranquilidad, desde el primer día que llegó a la hacienda no se había topado de nuevo con el patrón, aunque vivía con la eterna ansiedad de que en cualquier momento lo llamaría y no podría seguir evitando lo inevitable. A pesar del tiempo, no lograba sacarse esas imágenes de la mente. Lo que su imaginación creaba lo aterraba y los recuerdos provocaban profundos escalofríos en su espalda. Se mordió los labios con fuerza e intentó pensar en otra cosa. Un compañero lo envió a dejar algunos cultivos a la cocina de la mansión, y si bien no era su trabajo, no tenía muchas razones para negarse. ¿Tal vez el estar tan cerca de Mateo lo tenía más nervioso de lo normal? No quería sobrepensar las cosas, pero era un poco ineludible. Silbó una melodía inventada mientras buscaba la bodega a la que tenía que llevar su encargo, ambas manos ocupadas y los ojos perdidos, ni siquiera quiso creer que lo que había oído era real, por lo que siguió avanzando, más lento y dubitativo, a un lado de la pared, pero lo escuchó de nuevo, un jadeo agudo y erótico que hizo eco a pesar de las murallas. Se detuvo de inmediato y volvió a preguntarse si no era producto de su imaginación. Guardó profundo silencio, su respiración y la brisa siendo lo único audible, hasta que pequeños gimoteos calaron en su piel. Venía del interior de la bodega, estaba seguro. Dudó en acercarse, mas sus pies se movieron por si solos y antes de poder pensarlo con más calma, su rostro estaba pegado a la puerta, su ojo izquierdo espiando por la pequeña abertura que se formó en el umbral.
-Aquí no… espere…
-Abre más las piernas… No finjas que no te gusta, puta de mierda- Mateo gruñó como un animal en celo mientras levantaba el cuerpo menudo de Gabriel y lo colocaba sobre una caja de madera. Se coló entre sus muslos y con una sola mano bajó por completo sus pantalones y ropa interior, dejando expuesta su intimidad, de apariencia suave y delicada, misma que fue rápidamente rodeada por los dedos de Mateo. Gabriel chilló y le tiró del pelo, pero eso solo incentivó al otro hombre a tomarlo del cuello para acercarlo y atacar sus labios con lascivia, tan desesperado como un perro hambriento. Con facilidad introdujo su lengua en la boca del joven y el sonido acuoso de la saliva le produjo un nudo pesado en el estómago a Antonio, que con los ojos bien abiertos observaba cada detalle y movimiento, como le desabotonaban la camisa a Gabriel, su pecho níveo expuesto y los capullos rosados apenas abiertos al perpetrador de su desnudez. Besaron su cuello y mordieron sus clavículas, los pantalones desaparecieron y mientras sus piernas temblaban al ser penetrado y su voz se elevaba como un cántico sagrado, sus ojos de almendra se clavaron en la puerta y ambos se vieron, las pupilas colisionaron en una danza morbosa que los arrastró a la más extraña sensación de desasosiego y sorpresa. Con los labios hinchados y rojos Gabriel gesticuló un "vete" que no pasó desapercibido para Mateo, el cual se giró sin nunca detener sus caderas y esta vez, aunque Antonio ya había tomado unos pasos de distancia, también fue descubierto por el patrón -Mira Gabi, tenemos a una ratita espía. ¿Qué pasa, te quieres unir? Sabes muy bien que no sería un problema-
Antonio jadeó horrorizado. De sus manos cayó la caja que crujió en su encuentro con el suelo y por la tierra rodaron las papas que llevaba. Negó una y otra vez como una reacción natural de su cuerpo y apenas tuvo consciencia de sus pies, salió corriendo tan rápido como pudo, sus talones desapareciendo en la tierra. Aunque perdía el aliento y el sudor bañaba su frente, no se detuvo hasta que no supo donde estaba. Debería haber vuelto con los caballos, todavía tenía trabajo que hacer, pero aun si sabía muy bien que se metería en problemas, permaneció hincado bajo un árbol por buena parte de la tarde, en todo momento las imágenes repitiéndose en su mente. Se sentía extraño y sucio, tanto que se persignó un par de veces esperando que eso espantara la sensación de sus fibras. Nunca había visto a otras personas tener sexo, menos entre dos hombres, ¿se suponía que a él también le iba a tocar eso? Se veía doloroso e incómodo, ¿cómo se supone que una parte tan pequeña y estrecha se abra tanto?
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Los Días Junto a Él
Roman d'amourFinales del siglo XVII, en Chile las haciendas siguen dominando la zona central y en una de ellas se desarrolla la historia aquí presente. Antonio, después de ser descubierto robando, tiene un encuentro cercano con el patrón de la hacienda, mismo qu...