Las manos de Gabriel empuñaban con maestría un cuchillo con el que cortaba la carne de res que habían traído especialmente para la ocasión. Era la última noche en la que Mateo y su esposa estaban en la mansión antes de irse a un viaje por Europa, un regalo de cumpleaños para Catalina, que anhelaba pisar tierras extranjeras junto al hombre que amaba. Querían celebrarlo en grande y en sus hombros estaba que fuera una cena inolvidable antes de irse por varios meses. Marinó la carne por horas antes de hornearla y mientras esperaba que se cocinara preparó un complicado postre que su madre le había enseñado a hacer cuando todavía era un niño. Dudaba alguna vez lograr cocinar tan bien como ella, pero hacer el intento era suficiente para mantener su memoria vivaz y vibrante en su cabeza.
Suspiró ante la idea de que Mateo se iría por tanto tiempo. Era extraño, pues antes también se había ido por largos periodos y él, aunque no lo echaba de menos, sí que se sentía solo al no tenerlo pululando a su rededor. Eso era antes, pues ahora sí que tenía compañía y una que le agradaba mucho más; Antonio y él se habían vuelto muy cercanos después del aplastamiento de uvas y la borrachera que vino después. Todavía recuerda el dolor de cabeza que vino esa mañana, tan fuerte que veía borroso. Recuerda la figurita de Antonio escondida bajo las sábanas, solo un poco de su pelo oscuro asomándose por arriba, similar a las plumas de un ave, solo que más desordenado. Al contrario de lo que había temido, Antonio lo trató igual de cálidamente que el día anterior y nunca dejó de hacerlo. Podía decir con confianza que eran amigos y eso lo ponía increíblemente contento, pues aparte de Juana, no tenía a nadie más en quien confiar, pero ahora se ilusionaba en solo pensar en pasar un rato con Antonio.
Antes de que oscureciera, Gabriel sacó la carne y comprobó con la mirada que había quedado deliciosa. Varias compañeras terminaron de preparar los platos y dejarlos atractivos a los ojos, esperando que el sabor se transmitiera gracias a las refinadas formas en las que la comida era colocada en los recipientes. Pronto el postre también estuvo listo y como si sus patrones ya lo supieran, toda la familia se reunió en la mesa. Gabriel llamó a las sirvientas y ellas llevaron diligentemente los platillos, empezando por la entrada. Con cuidado fue colocada la comida frente a los integrantes, que rezaron antes de probar bocado.
-Padre celestial, te agradecemos profundamente por regalarnos está deliciosa cena y bendecir las manos de los cocineros que la hicieron realidad- sonrió al pensar en Gabriel -Te pedimos que cuides nuestro camino y nos acompañes durante nuestro largo viaje. Amén.
-Amén- repitieron todos los presentes solemnemente. Catalina sonrió dulcemente a la vez que juntaba su mano con la de su esposo. Buscó su mirada vehemente, pues la ilusión la hacía buscarlo y querer agradecerle de nuevo el maravilloso regalo, pero solo recibió un apretón en sus dedos que le decía silenciosamente que ya era suficiente. Lo soltó titubeante y él de inmediato empezó a comer con la mano que había liberado.
La mujer volvió derrotada a concentrarse en su plato y aunque pronto fue incorporada a la conversación que todos los presentes mantenían, en el fondo de su cabeza la misma preocupación de siempre seguía martillando su cerebro. La mente de su esposo estaba en otra parte y no se veía reflejada en sus ojos. ¿Otra vez estaba pensando en ese cocinero? Cómo deseaba que lo olvidara. ¡Se iban de viaje! Esperaba de corazón que una vez que estuvieran en altamar Mateo la mirara solo a ella y que permaneciera así para siempre. Se mordió los labios con fuerza en un intento por disimular su mueca amargada y sus ojos brillaron en desesperanza. Hubiera olvidado que tenía que comer si no fuera porque las grandes manos de su marido levantaron su mentón con delicadeza y la obligaron a mirarlo.
-¿Qué pasa? Estás demasiado hermosa esta noche como para estar triste- murmuró cerca de ella y su corazón palpitó con fuerza, tanto que creyó oírlo en sus oídos. Regocijo llenó su pecho y deseó lanzarse a sus brazos.
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Los Días Junto a Él
RomansaFinales del siglo XVII, en Chile las haciendas siguen dominando la zona central y en una de ellas se desarrolla la historia aquí presente. Antonio, después de ser descubierto robando, tiene un encuentro cercano con el patrón de la hacienda, mismo qu...