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-¿Cuándo cumples años?- Gabriel lo miró de reojo, sus dedos recogiéndose por los nervios ante la pregunta. Nuevamente ambos jóvenes se encontraban juntos pasando la tarde. Normalmente era Antonio el que aprovechaba los pequeños espacios que tenía libres de trabajo para ir a buscarlo a la cocina. Ahora todos los días se hacían más amenos con la compañía del otro y cuando no se daba la oportunidad, los dos sufrían de una pena compartida ante la falta de contacto. Siempre hablaban profusamente en sus reuniones, por lo que a Antonio no le pareció una pregunta extraña, aunque sí que no recordaba la última vez que alguien le interesó esa fecha.

-En invierno.

-¡Sé más preciso!

-En julio, el quince- respondió con una sonrisa tonta al no entender la actitud avergonzada de Gabriel. El cocinero suspiró de alivio, aunque lo quiso hacer pasar como un jadeo por el calor que hacía -¿Para qué quieres saber? ¿Me harás una fiesta?- preguntó en un tono burlesco que solo provocó que Gabriel se cruzara de brazos.

-Era para saber qué día desaparecer. Qué fiesta te voy a hacer...- se quejó ruborizado. Con más ahínco fregó la vajilla sucia y lo miró de reojo, un leve rubor acarolándole la cara. Destestaba comportarse como un tonto cerca de él, aunque a Antonio parecía no molestarle, eso le gustaba mucho de él... -Toño, en realidad...-

-¿Qué hora es? Parece que me tengo que ir- lo interrumpió al no escuchar su susurro. Se levantó de su asiento, uno que siempre estaba libre para él, y distraído agitó su mano en despedida de las mujeres que trabajan cerca de ellos -Nos vemos mañana, si Dios quiere- se acercó a él y ante la duda de abrazarlo, terminó por apretar su hombro y sacudirlo ligeramente. Se sonrieron cómplices. Ambos esperaban que fuera así.

Gabriel lo vio alejarse a paso raudo. Últimamente deseaba tenerlo todo el día junto a él, nunca se cansaba de escuchar sus historias y su voz o incluso disfrutar de su silencio, de la manera en que sus hombros se relajaban cuando sus ojos se encontraban o cómo su cuerpo parecía recibirlo cuando se acercaba. Se mordió el labio inferior ante la angustia. Probablemente estaba sobrepensando mucho las cosas, manipulando los hechos a favor de sus propios sentimientos.

"Mejor sigo lavando" se convenció. Continuó restregando las cucharas con el objetivo de detener la hilera de pensamientos, fuera lo que fuera, pues su cabeza siempre volvía a Antonio. Si su mente quedaba en blanco todo era más fácil de sobrellevar, de eso se había convencido hace mucho tiempo y le servía para todo tipo de situaciones. Como no preguntarse quién era su padre en medio de la madrugada o hacer más soportable la presencia de Mateo. El resto de la tarde pasaría volando, estaba seguro.

Su trabajo ya había terminado hace mucho pero él seguía escondido en la cocina. No deseaba volver a su habitación y estar solo, o eso creyó hasta que Juana se le acercó. No la había visto en todo el día y ahora entraba por la puerta. Sabía que en la mañana se había preocupado de otros asuntos, pero eso no explicaba su tan prolongado regreso. Ella le sonrió ilusionada, sin embargo él ni siquiera pudo fingir una mueca.

-Hola Gabi, ¿qué pasa, por qué tienes esa carita?- preguntó cerca de él en voz baja, esperando que las otras mujeres no la escucharan. Con sus manos buscó acunar sus mejillas y él cayó lánguido en su gesto afectuoso. Él la miró y se encogió de hombros. Tal vez sabía muy bien lo que le sucedía, pero no quería decirlo en voz alta, que Juana supiera.

-No sé, tengo pena- murmuró cabizbajo. La joven, preocupada, lo acercó a su pecho en un abrazo reconfortante y él hundió el rostro en su cuello. Como una nube un aroma conocido se impregnó en su nariz y sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas -Hueles a él- jadeó con un nudo en la garganta. Lentamente se separó de ella y la observó de nuevo. ¿Cómo no notó los rastros de la lujuria en ella? Ahora era más que obvio con el pelo desordenado, los labios hinchados y la ropa acomodada a la rápida.

Los Días Junto a Él Donde viven las historias. Descúbrelo ahora