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Antes de que el sol saliera, en la hacienda ya había movimiento y aunque usualmente era así, nunca era con las personas de tan buen humor. Las uvas ya habían madurado y hacer vino era mucho más que un trabajo cualquiera, era una fiesta que duraba días y que subía los ánimos de cualquiera. Antonio tenía la esperanza de que el alcohol y la música lograran alejarlo de los fantasmas que lo seguían como su propia sombra. Los días habían pasado y se encontraba tan angustiado que había olvidado cómo se sentía la tranquilidad. Todos los días pensaba y se cuestionaba lo mismo y se notaba en su cara, los ojos cansados, las ojeras y las permanentes comisuras decaídas. Caminaba con amargura y su voz se escuchaba poco en las jornadas laborales, hasta sus compañeros notaban lo taciturno y apagado que estaba. Es por esto que esta mañana estaba decidido a olvidar sus problemas por un momento y disfrutar de la nueva experiencia. Se vistió con la única camisa limpia que le quedaba y los mismos pantalones de siempre, ya gastados y desteñidos por el uso. Tomó desayuno con los demás y apenas terminaron fueron en grupo a las viñas, largas hileras verdes y violetas que corrían como cadenas infinitas hasta que se perdían de vista en el horizonte. En los rededores ya había una muchedumbre que hablaba y reía, empezando desde ya a cosechar. Antonio fue rápidamente invitado a unirse cuando le pasaron un balde donde echar los racimos y él no tardó en acudir junto al resto bajo las vastas plantaciones. Estiró los brazos emocionado hasta alcanzar las preciadas bolitas. Se tuvo que poner de puntillas para que su altura diera el ancho, pero valía la pena, especialmente cuando frotó una uva hasta sacarle brillo y se la metió a la boca, la explosión dulce y ácida creándole regocijo en las papilas gustativas. Sonrió ampliamente, animado a continuar.

La mañana prontamente se puso calurosa y desde las frentes de los trabajadores brotaba el sudor. Antonio no era la excepción, lo que era entretenido se había convertido en una tortura en solo un par de horas. Convencido de no querer seguir, se acercó a una mujer y le entregó lo que había recolectado con la excusa de tener que alimentar a los caballos, lo cual hizo, por supuesto, pero si que aprovechó su escapada para no volver y resguardarse en la sombra. El estar sobre el mismo heno que el otro día no le subía mucho los ánimos, mas intentó ignorarlo lo más posible, concentrándose en el resoplido de las bestias. Solo se levantó cuando el cuerpo le dolió por descansar tanto y la mañana había avanzado sin esperarlo. Escuchaba la música a la lejanía y ya estaba reaccionando al ritmo; caminaba al compás de las notas y de su garganta emergía la melodía que le era conocida gracias a que siempre era entonada en las fiestas. Se dirigió en dirección de la aglomeración y mientras más cerca estaba más gente se fundía en su camino, misma que también cantaba y reía. Frente a él también avanzaba más gente y  una de ellas fue víctima de una ráfaga de viento, una serpiente invisible que levantó el ala de su sombrero y lo mandó a volar a gran velocidad por el cielo. Antonio, que fue testigo de todo, echó a correr tras la prenda cuando estuvo cerca de él y de un salto la atrapó en el aire, terminando en el suelo de forma poco elegante, el trasero hundido en el pasto pero con el sombrero entre las manos. Se carcajeó y la estiró en dirección del dueño que había ido en su búsqueda, solo para que su expresión se marchitara cuando reconoció que era Gabriel.

-Tu chupalla- murmuró tímido y el otro joven la recibió con la misma actitud.

-Muchas gracias…- se la colocó cuidadosamente. Esta vez llevaba el pelo suelto, que danzaba con la brisa y Antonio se preguntó cómo no había reconocido su figura de muñequito de inmediato. Gabriel estiró su mano para ayudarlo a levantarse y el mozo no pudo rechazar la ayuda. Su piel era tibia, los dedos llenos de cicatrices, pero no ásperos, diferentes a los suyos, forjados por el trabajo pesado.

-¿Para qué es?- preguntó apuntando al sombrero y Gabriel lo miró confundido.

-Para el sol, ¿qué más? Lo que pasa es que me quemo mucho y me salen pecas- explicó intentando alivianar el ambiente mientras que las mejillas de Antonio se ponían rojas; ¡Por supuesto que era para el sol! ¡Que idiota! Estaba tan desesperado por encontrar un tema de conversación que terminaba diciendo estupideces.

Los Días Junto a Él Donde viven las historias. Descúbrelo ahora