Blake
El mar me brindaba tranquilidad.
El calor me reconfortaba.
No me gustaba el frío, tampoco la nieve, alejarme de Nueva York me venía bien, era como si pudiera desasirme de algunos fantasmas de mi pasado, el peso en mis hombros disminuía y mi alma podía sentir un poco de paz. La carga de lo que fui no me afectaba tanto.
Y sí, todo se debía al ambiente donde me encontraba y por supuesto, también la compañía. Tenía a Bailey conmigo, justo donde la quería, no habría nada que la apartara de mi lado, ni enemigos que interfirieran en nuestro momento juntos; cuando durmiera y despertara añorando sentirla, no tendría que conformarme con su recuerdo, bastaría mirar a un lado de mi cama para encontrarla y tranquilizarme.
Sabía que depender de una persona para estar bien solo traería consecuencias, pero esto que tenía arraigado en mi pecho llevaba años ahí, demasiados como para poder arrancarlo y actuar de manera racional y sensata.
No me importaba lo mal que sonara, lo incorrecto de mi relación con Bailey, la amaba. La amaba más de lo que pude imaginar.
Estaba obsesionado con ella de todas las maneras en las que alguien podría estarlo.
Quería su amor, su odio, su rabia, quería su cuerpo y adueñarme de cada uno de sus pensamientos.
Por su amor sería capaz de cualquier cosa.
Me aseguraría de meterme bajo su piel tan profundamente, que cuando se enterara de la verdad, no fuera capaz de huir de mi lado. Precisaba con urgencia volverme una necesidad para ella, así como ya lo era para mí, porque no podía detener mi sed de castigo hacia su padre, pero tampoco iba a renunciar a su amor.
Quería tener ambos y lo iba a conseguir.
—No estás aquí —murmuró desde el otro extremo de la terraza.
No la miré y se acercó con lentitud, era precavida, como si temiera de mí, quizá lo hacía cuando me hallaba ensimismado en mis pensamientos. A veces no podía controlar la mierda que llevaba dentro y mi rostro se encargaba de expresar esa miseria sin restricciones, la máscara caía y los demonios sonreían.
Cuando la tuve a mi lado, sus ojos no miraban los míos, sino que, estaban enfocados en la cicatriz que atravesaba mi costado, la misma que me hizo el primer hombre que asesiné.
—¿Qué te sucedió? —Cuestionó mientras tocaba la cicatriz con la yema de los dedos.
Su toque me estremeció por dentro, la sensibilidad en mi piel fue sorprendente. No solía prestarle demasiada atención a esa parte física de mi pasado, jamás nadie la tocó de la manera en la que ella lo hacía. La sensación me sobrecogió el pecho.
—Me apuñalaron —solté sin pensar.
Mi gesto se ensombreció de inmediato y no aparté la vista del mar mientras divisaba entre las olas las imágenes de aquella noche donde maté. Bailey aún era incapaz de penetrar esas barreras, los recuerdos estaban sumergidos en lugares inhóspitos a los que por ahora mi dulce niña no tenía alcance.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo sucedió? —Me abordó con una pregunta tras otra sin poder controlarse, sus dedos presionaron un poco más la cicatriz, haciéndose más notorio el toque.
Por reflejo, cogí su muñeca con más fuerza de la necesaria y la aparté. Si seguía presionando, los demonios fluirían a la superficie, ella no lo sabía, pero no querría que eso sucediera.
—No quiero hablar de eso ahora, Bailey, no quiero a mis demonios atormentándome, no hoy.
Asintió cauta, aceptó mi decisión. Intentó zafarse de mi toque, pero no se lo permití, entrelacé nuestros dedos y la atraje hacia mí. Su pecho pegado al mío, su rostro mirándome desde abajo, su estatura me fascinaba en demasía. Di un beso en el dorso de su mano y la mantuve presionada contra mi pecho.
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Por tu amor ©
General FictionLIBRO II Tu pasado en ocasiones te puede salvar. Bailey es un claro ejemplo de ello, porque cuando aquel hombre irrumpe en su vida dispuesto a destruirla, los recuerdos emergen y el cariño que se mantuvo dormido despierta. Bastó verla para saber...