—¡Mierda!
Salió de mi boca mientras me tropezaba con la alfombra del pasillo. Menos mal que fue aquí y no en el borde de la escalera.
Paul y Mónica me habían pedido que bajara a la sala de estar, querían hablar conmigo. Mentiría si dijera que no tenía miedo. Contemplaba las ideas en mi cabeza y ninguna me tranquilizaba.
Los niños habían salido con los abuelos y hacia diez minutos había terminado una llamada con Imani.
Cuando crucé la puerta, estaban sentados en el sofá leyendo. Mónica leía La Muerte de Dios de Nietzsche y Paul un libro oscuro cuál portada no alcancé a ver ya que lo dejó a un lado para mirarme.
—Siéntate —habló el antes mencionado señalando el espacio libre frente a él en el sofá.
Tomé asiento y la ansiedad pasó de mental a física dejándome en evidencia. Mi pierna bailaba haciendo temblar el resto de mi cuerpo.
—No te asustes —la risa de Mónica acompañada del apretón en mi muslo me relajó un poco —. Queríamos hablar contigo sobre estas salidas que has estado haciendo últimamente.
Asentí.
—Nosotros no pretendemos que dejes de hacerlo ni nada parecido, todo lo contrario. Nos parece increíble que ya hayas hecho amigos aquí, pero nos preocupa que la mayoría de las veces no sabemos a dónde vas —continuó Paul con un tono ameno.
Ya la cagué.
—Juli, sabes que nosotros estamos a cargo de ti. Tus padres confiaron en nosotros. Más allá de que tengas dieciocho, nosotros somos responsables de que estés a salvo.
Volví a asentir. Me sentía demasiado intimidada. Mis ojos picaban un poco por la vergüenza que sentía.
—Nuestro punto, Juli, es que lleves tu teléfono siempre contigo y que nos mantengas informados de lo que haces. No de todo claro —Paul rió —, pero tener una idea de que no estás muerta o en Alemania con unos secuestradores.
Reí.
—Está bien, lo siento. No estoy tan acostumbrada a salir de esta manera entonces nunca tomé en cuenta que ustedes se preocuparían así. Les prometo que lo haré, siempre.
—No te preocupes, entendemos. Nosotros también fuimos adolescentes —Mónica tocó el hombro de su esposo —. Creo que es todo, puedes volver a lo que estabas haciendo, cariño.
Me levanté y les di un abrazo a ambos. Eran unos padres increíbles.
Antes de cruzar por la puerta, me volteé y hablé.
—Gracias por hacer esto, hablar con claridad. Mis padres nunca lo hicieron sin ser... Bueno... Un poco ajustados en cuanto a las formas de hablar, así que lo aprecio muchísimo.
Me devolvieron una sonrisa más que honesta y seguí mi camino.
(...)
Me siento demasiado incómoda. Hace casi tres horas que estoy en mi habitación simplemente mirando Modern Family y mi pierna no deja de moverse.
Perdí la cuenta de la cantidad de veces que cambié de posición solo por sentirme inquieta.
Cerré la computadora y caminé hacia la habitación principal donde Mónica se encontraba preparándose para dormir.
Eran pasadas las once de la noche y durante el día no había hecho más que ver series en mi cama, leer y fantasear con música de fondo.
Definitivamente fue un día muy poco productivo.
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Londres; Kit Connor
RomanceDejó atrás su vida por ese sentimiento de mariposas en el estómago, y no se imagino que tomar riesgos la llevaría a vivir más allá de lo creyó.