Sólo queda

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Aquel ser que amaba ya no estaba, era solo un recuerdo, una triste circunstancia del destino que al verlos tan hermosos, brillando juntos, los separó.

Y aquel Dios que era bueno, lleno los ríos de sangre, sepultó todo sentimiento y mató a quienes les servía, por otro lado, yacía recostado en una pared, cubierta de sangre, el próximo en la lista de faraones.

Su mirada vacía, carente de alma, todo sentimiento que floreció dentro, ha muerto. Por que ha visto lo que es la muerte y lo que hace el poder.

«Corromper, se adentra en tu ser y se adueña de tus sentidos, te carcome. Sí quieres destruir a un hombre, dale poder.»

Lo repetía en su cabeza una y otra vez, mil veces en la oscuridad que absorbió cada parte de su cordura y su alma destrozo.

Alzó su cabeza al amanecer, el sol seco sus lagrimas y como si fuera consolado, salió con la frente en alto.
Era hora de tomar un destino que fue manchado con sangre, sacarlo de la misma sangre y limpiarlo.

No tomo el trono, se lo dio a alguien más.
El ser que lo hizo a su imagen y semejanza, el hombre que lo había amado tanto, hoy lo odiaba.

Conocería lo que es pelear en una batalla justa entre dioses, conociera un nuevo sentimiento que terminaría por darle un poco de compasión; la culpa.

Miraba todas las noches al hermoso universo que lo rodeaba, amada y odiaba culpa, has acompañado sigilosamente y le das a dado a su corazón un poco de paz.

¿En que momento todo se desbordó, mi querida culpa?
Como llego a estar parado frente a una cárcel de un sólo prisionero, cuyo dolor lo transformó.

Estaba perdido en un mar de emociones y sentimientos, casi se pierde así mismo, casi se ahoga en un mar de tormentos.

Hoy se alzan nuevos dioses en tiempos de paz, y el le da paz a las almas que han dejado su vida útil en este mundo, marcado por la sangre de inocentes y criado para ser perfecto soberano de un mundo muerto.

El sol mira con dolor como el tiempo a avanzado y los seres perfectos han cambiado y aprendido de sus errores, pero no adoran a la muerte, la respetan.

La muerte y la vida son figuras de autoridad, aunque una sea traicionera y la otra sea temida.

Nos dieron el deber de dejar el corazón, y que se apiade de nuestra alma, que nos guíe a un descanso o a un infierno.

Aquel ser perfecto, cuyo corazón ha sido corrompido y su alma fue arrebatada, hoy tiene paz, pero cuando se acabe, volverán los ríos a teñirse de sangre.
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