Capítulo 11: No te enamores

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'No te enamores, Hiccup... Al menos, no de mí.'

Las palabras susurrantes de Mérida en mi sueño me provocaron un despertar no muy agradable. Noté que ella dormía a mi lado, abrazada a mi cintura y con una de sus piernas enredada a la mía. Su cabeza estaba sobre mi brazo, el cual la abrazaba débilmente.

Suspiré aliviado al ver que ella seguía allí.

Luego de nuestra pequeña "experiencia" en la plazoleta, ambos miramos el amanecer y, cuando ya comenzó a haber movimiento en las calles, volvimos a nuestro apartamento. Nos acostamos en mi cama y ninguno de los dos tuvo que decir nada para entender que ella dormiría conmigo esa noche. La atraje a mí y, segundos después, nos quedamos dormidos. Quizás no había pasado nada más que un simple beso entre nosotros, pero eso era una clara señal de que las cosas no iban por buen camino... al menos para Mérida.

Me lo había advertido, pero no podía evitar enamorarme de una mujer tan extraordinaria. Y yo tenía el presentimiento de que ella también estaba cediendo.

-Déjame quererte.- Le susurré, aunque ella no me escuchó puesto que seguía dormida. Corrí un rulo de su cara y lo acomodé detrás de su oreja. Se veía tan pacífica mientras dormía. Quería que toda su vida fuese así: Feliz, calma y despreocupada. Yo podía darle todo aquello y más, pero Mérida tendría que permitírmelo.

Una buena media hora más tarde, mi bella durmiente abrió sus obres celestes y me brindó una mirada somnolienta. Se ocultó en mi cuello e inhaló profundamente, para luego darme un pequeño beso en aquella zona sensible. Me estremecí.

-Buenos días.- Me susurró.

-Buenos días.- Contesté yo, igual de despacio.

Después de una ducha (Por separado) y un buen desayuno, Mérida pidió un tour por Nueva Jersey. Como la ciudad no es la octava maravilla del mundo, decidí llevarla a Nueva York, que tan solo está a tan solo diez minutos en coche.

Mérida se disfrazó con lo que pudo, puesto que aún no era el momento de la gran revelación. Ató su cabello con una trenza y la ocultó en un sobrero de lana rojo. Se veía muy cómica.

La pelirroja se maravilló con las atracciones que ofrecía la ciudad vecina. El jardín botánico, el edificio Empire State, la calle Times Square... incluso nos dio algo de tiempo para recorrer el Central Park.

Se me ocurrió darle una sorpresa a Mérida pidiéndole a mi representante que obtuviera una reservación para dos en el restaurante en la cima de la estatua de la Libertad. Cuando la llevé a la cima y le comenté que cenaríamos allí, su cara fue épica. Estaba tan emocionada que temblaba y no paraba de repetirme que me lo pagaría todo algún día.

-Esto es algo que quiero compartir contigo. No es nada que debas devolverme.- Le dije, tomando asiento en nuestra mesa.

-Al menos déjame pagar algo. Aún tengo los tres mil que me diste.- Me informó, alegre; aunque dicha noticia no le fue muy complaciente a mi cerebro.

-¿Y cómo has hecho para mantenerte?- Pregunté, casi furioso.

-Bueno, no dejé de trabajar. ¿Sabes?- Su tono me indicaba que no le gustaba hacia dónde estaba yendo la conversación.- Guardé los tres mil para alguna emergencia. Nunca se sabe cuando vas a necesitar una ayuda extra.- Se me quietó el apetito y me enfado fue demasiado evidente. El mozo llegó a tomar nuestro pedido, pero se retiró en cuanto notó la tensa situación entre nosotros.

-No quiero que sigas con eso, Mérida.- Le advertí.

-Hiccup, no tengo otra opción.- Formuló, claro y despacio para que entrara en mi cabeza.

[Mericcup] She WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora