—¡Hija, estas cosas pasan! —mencionó Judith, quien, a pesar de su esposo y Vanessa, sabía que era su deber confortar a la pequeña, por lo que se puso entre ellos e intentó, a su manera, ayudarla:
»Además, si querías ganar, debiste esforzarte más: estudiar y medir tus movimientos, en vez de ser tan coqueta y atrevida.
Sin embargo, esto en lugar de calmar los ánimos, hizo que la situación empeorara: la niña, sintiéndose ofendida, se giró con violencia, y gritó, histérica:
—¿¡Y tú qué me dices, mamá!?, ¿cómo te atreves a criticarme, si tú casi a mi edad, te estuviste exhibiendo desnuda en una tienda de ropa?
Aquello fue como una bomba inesperada para la madre, situación que hizo a Vanessa sonreír, llena de satisfacción.

Si bien Judith pudo soportar las burlas de su examiga y los desprecios de su esposo, los maltratos de Alma Vanessa la acabaron, doliéndole profundamente. De modo que, sintiendo otra vez que las lágrimas resbalaban por sus mejillas, respondió:
—No... esto ya es demasiado para mi. Buenas noches.
De este modo, la señora Peralta se giró bruscamente, corriendo a la salida del lugar para buscar un taxi que la devolviera a casa. Nadie la detuvo, pues todos estaban ofuscados por la reacción de Vane. Gerardo se acercó a la niña para suplicarle, angustiado:
—¡Mi amor, tienes que calmarte! Aún no se acaba el mundo.
—Déjala, es normal que se sienta mal —pidió Vanessa, colocando una mano sobre el hombro del empresario.
—¡Me esforcé tanto y al final no sirvió para nada! —se quejaba, con amargura.
—¡Por supuesto que sirvió, mi reina! Porque nos hemos dado cuenta que eres la niña más hermosa de este mundo —aduló la rubia, poniéndose en cuclillas frente a la chica, haciéndola sonreír, desconcertando a Gerardo.
»¿Qué te parece si saliendo de aquí vamos a mi casa? Podemos cenar algo rico, jugar y ya luego vuelves a tu casa.
—¡Sí, sí quiero! Gracias, Vanessa, tú sí me entiendes —volvió a abrazar a su amiga con mucha fuerza.
Él no dijo nada. Veía a su hija tan deprimida, que prefirió no oponerse a que se fuera con ella; pero antes de marcharse, esta volteó hacia él y propuso:
—¿Por qué no nos acompañas?
—Este... no, no creo que sea conveniente —se apresuró a decir, con nerviosidad.
—¡Ándale, papi! —insistió la niña.
—Si, Gerardo. Ha sido una noche difícil para los dos; no creo que quieras regresar a tu casa —intervino, aprovechando lo que acababa de pasar.
Y era verdad: en esos momentos lo que menos deseaba era ver a su esposa, y al sentirse desanimado y vulnerable, decidió:
—De acuerdo; voy con ustedes. Después de todo, ya que importa.
Así, se unió a ellas: sujetó a la niña de los hombros y avanzaron rumbo a la salida, donde acordaron irse en el auto de la mujer, pues el padre acongojado no sentía fuerzas ni para manejar.
Ya en casa de Vanessa, esta se dirigió a la cocina para hacerles de cenar, Gerardo se tumbó en el diván de la entrada y Vane se sentó junto a él, mientras veía una serie de su gusto en la televisión. Poco después, la anfitriona les indicó que podían pasar a la mesa y se fueron acomodando. Ella colocó los platos, puso en el centro un platón con ensalada de papa y destapó un refresco de manzana, pero al invitado mayor le ofreció una copa de vino. Después de la cena, la niña se sintió un poco mejor, no así su papá, quien hacía grandes esfuerzos para fingirse sonriente y para evadir las fijas miradas de Vanessa. La pequeña comenzó a bostezar, por lo que su amiga le ofreció que se fuera a recostar un momento en su recámara. La acompañó y se quedó con ella por algunos minutos. Luego, volvió al comedor a reunirse con Gerardo y, sentándose junto a él, le informó:
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Las Migajas de tu Amor Vol III: la parte final.
RomanceHan transcurrido 13 años. Judith logro engañar a todos, y permanecer al lado de Gerardo; sin embargo, la felicidad, que tanto soñó que tendría, nunca llegó, pues su familia perfecta se ha vuelto su mayor tormento, arrastrándola a la desdicha y a la...