Capitulo 8 *Hermoso paraíso*

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Tan pronto el coche se detuvo, intentó huir, pero el chofer salió más rápido, bloqueándole el paso. La señora terminó echándose hacia atrás, orillada al fondo de la breve fila de asientos, mientras Erik la cercaba, a unos milímetros de distancia, extasiado. Ella lo veía, asustada, mientras el aliento del joven golpeaba su rostro:

—No, Judith, tú sabes que eso no es así: Aún me amas. Me lo dicen tus ojos, y tu boca quisiera gritarlo. Sigo siendo el hombre de tu vida. No tengas miedo, mi amor. Acepta lo que sientes. Atrévete a vivirlo.

—¡Basta ya! —exclamó, ladeando su rostro—. Ya te lo dije: amo a mi marido.

—¡No!, al que amas es a mí, y voy a demostrártelo —aseguró, tomándole el rostro y girándolo hacia él, para luego estrecharla entre sus brazos y acercar sus labios a los suyos, tomándolos con dulzura arrebatadora. Judith trató de soltarse una y otra vez, hasta que decidió rendirse y entregarse a aquél inesperado y romántico momento.

Tan pronto sus rostros se separaron, y al caer en cuenta de lo ocurrido, la mujer observó al chofer, perpleja, y para sorpresa del mismo, lo abofeteó, al tiempo que le gritaba con indignación:

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Tan pronto sus rostros se separaron, y al caer en cuenta de lo ocurrido, la mujer observó al chofer, perpleja, y para sorpresa del mismo, lo abofeteó, al tiempo que le gritaba con indignación:

—¿Cómo te atreves?

El pobre quedó tan aturdido que no le pudo responder. Entonces, ella aprovechó para escapar del vehículo; se situó frente a Erik y le advirtió:

—¡Esto es para que entiendas de una vez por todas que no te amo! Y si dejaste tu anterior empleo por mi, es mejor que regreses a recuperarlo, porque conmigo no vas a conseguir nada. 

Acto seguido corrió, dejándolo casi al borde de las lágrimas; pero pese a ello, el dolido enamorado no desistió: asomándose por la ventana del auto le gritó, olvidándose de su orgullo y de toda precaución:

—¡Pues no, olvídalo, Judith! Voy a luchar por conquistarte, no importa lo que tenga que hacer para lograrlo. 

Luego, volvió al interior, mientras reflexionaba en lo que acababa de suceder.

Adentro de la casa, ella lloraba, tendida sobre el sofá de la sala, entre un remolino de sensaciones que la habían hecho perder su sensible equilibrio: 

«¿Por qué tenía que sucederme esto ahora? Lo que más me duele, es que Erik tiene razón: Gerardo nunca me ha amado, y solo me tiene lástima. Yo sola eché a perder los mejores años de mi vida. Si hubiera sido más fuerte... ¡qué distinto habría sido todo!».

«¿A quién quiero engañar? Extrañaba tanto las palabras románticas de Erik, esas frases que siempre quise escuchar de labios de mi esposo; aquellos besos tan llenos de sinceridad como el que acabo de recibir y que tanto me gustó».  

—¿Qué me está pasando? ¿Será que sigo enamorada de él y que nunca he sentido nada por Gerardo? —rompió el silencio—. No, eso no puede ser. —Intentó desechar la idea—.Si así fuera, entonces toda mi vida he vivido equivocada. Eso implicaría romper mi matrimonio, mi familia...

Las Migajas de tu Amor Vol III: la parte final.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora