El vagón roto

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¡Fabuloso!

El vagón roto del metro no me va dejar llegar temprano al trabajo. ¡Maldita sea!, será le segunda vez que llego tarde, seguramente el señor Jason no va a tener piedad de mí ésta ocasión. Tampoco es que esté perdiendo un gran trabajo.

Desesperada me retiré del lugar, tomaré un taxi, después caminaré unas cuadras y así podré llegar a una hora decente para que no me corran. Hace un año que no vivo con mamá, el año más pesado de mi existencia desde que dejé mi hogar.

Las constantes peleas entre mi madre y mi padre estaban haciendo que mi cabeza quisiera explotar de dolor. Al menos eso se fue.

Estiré mi brazo esperando que un bendito taxi parara, para mi poca buena suerte uno lo hizo. Subí y le indiqué al conductor que me llevara a mi destino. Durante el trayecto revisé los mensajes que me envió mi compañera de trabajo, simplemente le contesté que no llegaría a la hora que usualmente llego.

Era de imaginarse que sería un día realmente malo, desde la mañana un dolor angustiante en mi cabeza no me ha dejado estar en paz.

Al llegar pagué la elevada cantidad, bajé lo más rápido que mi cuerpo me permitió, entré al centro comercial, subí las escaleras eléctricas tratando de no chocar mucho con las personas que también subían en ellas. Al llegar al local de hamburguesas revisé si mi jefe no estaba por ahí, al percatarme de que no estaba presente, pude ir a checar mi llegada.

– Maldita sea, eres una suertuda – la voz de Carolina hizo que me exaltara.

– ¡Eres una tarada! – Exclamé poniendo una mano en mi pecho –. Casi me causas un infarto – recuperé mi postura y caminé a la mesa de la entrada para registrarme con mi hora de llegada.

– Yo ya te registré, una falta más y estarías a fuera, Jason avisó que llegaría después de medio día – me di la vuelta para ver a Carolina con la cabeza de botarga de nuestro trabajo en sus manos. Negué rotundamente mientras ella asentía con su cabeza.

– ¡Compren hamburguesas Fili! – Quisiera morirme en este mismo instante –. ¡Las mejores que probaran en su vida!

– Mira, qué ridícula – sentí frío en mi cuerpo al escuchar su voz, no me atreví a voltear, sabía que era él.

Por el pequeño espacio del traje pude ver que caminaba con su grupo de amigos en dirección a las escaleras electrónicas. Bajé la cabeza decepcionada, me acerqué con Carolina y me senté en el piso del local.

– Voy a renunciar – dije cansada.

– Te aconsejo que no lo hagas, recuerda que tienes que pagar tu renta – apreté los ojos, me olvidé de pagarle a la señora Yeon, cuando llegue a casa me va a matar.

– Odio ser una adulta, estoy al borde del suicidio – me quité la cabeza de botarga y como pude peine mi cabello –. Hace un calor de los mil infiernos.

– Las consecuencias de llegar tarde.

– Todo fue culpa del subterráneo, se averió un maldito vagón y tuve que venirme en taxi.

– Esperemos que no esté averiado en tu trayecto de regreso a casa – respondió Carolina –. Por cierto, ¿ya tienes todas tus fotos para la inscripción a ese trabajo que querías?

– No, me falta una foto del mar, pero ni loca me acerco ahí.

– ¿Por qué tienes tanta fobia al mar? – Su pregunta me hizo plantearme otras mil más.

– No lo sé – contesté –. Si te soy sincera, ese sentimiento lo tengo desde que nací, aunque bueno, ahora se hizo más intenso.

– Bueno, suerte en ello – miré a mi compañera y le sonreí.

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