MARATÓN 2/3
9 de diciembre de 2022
Doha, QatarGiorgia
El partido había terminado y yo creo que nunca la pasé peor en uno, la bronca que me consumía segundo por segundo por la manera en la que jugaban los holandeses era inexplicable. Ni hablar de cuando Leandro le dió un pelotazo al banco de suplentes y le saltaron todos los jugadores encima, casi me agarra un paro.
El dolor de cabeza y los mareos no ayudaban mucho, más los nervios y la bronca estaba destruida. En los penales si bien saqué fotos espectaculares me tuve que dar un respiro, no hay nada que me ponga más tensa y nerviosa que ir a penales.
Si bien fue un partido que por poco no me deja en el hospital (bue re exagerada), es el que más orgullosa estoy de haber capturado porque hubo momentos increíbles. Como el topo giggio de Leo. Realmente estoy muy feliz con el resultado y orgullosa de mí y por sobre todo de ellos.
En fin, recién llego al hotel y pude darme una ducha, Leandro no sabe nada pero como va a venir a cenar acá lo estoy esperando con una picada bien argenta y fernet. No me sentía muy bien pero al llegar a mi habitación los dolores disminuyeron un poco.
Toca la puerta y ya siento como mi corazón se acelera un poco más, no sé bien por qué pero estoy mucho más nerviosa que todas las otras veces que nos vimos. Supongo que se debe a que ésta tarde me estuve replanteando mis sentimientos hacia él, pensar en verlo con otros ojos, como de amor, me hacían sentir nerviosa y expuesta. Como una nena a la que le habla el chico que le gusta.
Abro la puerta y puedo notar su cara de cansancio y felicidad a la vez. Su pelo húmedo cae sobre su frente, viste un pantalón corto deportivo y una musculosa que resalta sus músculos.
Inmediatamente cuando me ve tira de mi cintura abrazandome contra él en el pasillo y yo no puedo evitar sonreír. Ese abrazo decía muchas cosas, al menos de mi parte.
ESTÁS LEYENDO
Adicción | Leandro Paredes
Fanfic« Te juro que intenté dejarte pero no puedo, soy adicto a tus ojos, soy adicto a tu piel, soy adicto a tus besos, sos mi adicción Giorgia, qué me hiciste? »