Lo que un secuestro me dio

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Una de las empresas mas poderosas de New York, era dirigida por la famosa Elizabeth Olsen. Su apellido era tan reconocido, que el que nunca lo hubiera escuchado, podría decirse que vivía bajo una roca.

La multimillonaria tenía una rutina diaria, que todos sus empleados debían tener en cuenta para no ser despedidos. La mujer de 33 años se caracterizaba por tener un carácter fuerte e imponente, eso era lo que la había llevado a la cima. Pero le había causado ser bastante solitaria y solo tener de amigos a aquellos que de verdad se habían ganado completamente su confianza, como el famoso abogado Chris Evans, quien se conocía por ser un tipo bastante imponente cuando tenía que serlo, pero era más amigable con la gente en tiempos normales.

Primero, ir a la cafetería "Miss Maxwell", una cafetería reconocida por sus excelentes cafés, tomarse un capuchino junto con un biscocho.

Segundo, ir a su oficina y no salir de su oficina, al no ser para reuniones en las que debía asistir.

Y por último, salir nuevamente a su casa y a esa hora nadie debía molestarla, era su momento.

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Luego de tener una noche bastante atareada, unas mujeres más en la cama sirven para entretenerse una buena parte de la noche y el alcohol no faltó, pero le causó un gran dolor de cabeza en la mañana, Elizabeth siguió con su rutina diaria.

Fue a aquella cafetería en la esquina de su trabajo y para su sorpresa ya no estaba el mismo trabajador de todos los días, si no una chica, rubia de ojos marrones, labios gruesos y muy pálida. Aquella chica parecía no estar trabajando un lunes a las seis de la mañana, su voz enérgica y su sonrisa deslumbrante hacían que esta se llevara toda la atención de Elizabeth, quien parecía haberse quedado congelada frente a la puerta.

Cuando se dio cuenta, caminó hacia la meseta para pedir su comanda.

—buenos días!!! ¿Que desea?—preguntó la chica de ojos marrones.

—un capuchino con un biscocho—dijo con su característica voz fría la ojiverde.

—perfecto serían siete con cincuenta..—agregó la chica.

Lizzie pagó y no pudo evitar mirar el nombre de la chica inscrito en su uniforme.

— su comanda estará lista en unos minutos, no se preocupe—dijo con contentura la chica, en camino a hacer el café de la millonaria.

—Gracias Pilar...—susurró y la chica escuchando su nombre salir de la boca de la fría muchacha, hizo que su piel se erizara.

Como había dicho Pilar, pasaron menos de cinco minutos cuando le entregó el café y el biscocho a Lizzie. La mayor se dirigió a una mesa y comenzó a ingerir su desayuno.

Del lado de la joven, quien aún estaba sorprendida por el carácter imponente de la otra rubia, ella estaba atendiendo a otros clientes con la misma alegría, pero su mente no paraba de pensar en cómo alguien podía llegar a ese estado de frialdad, muy evidentemente no conocía a la empresaria.

Los minutos pasaron volando y Pilar, al mirar a la mesa donde estaba Elizabeth, tuvo la mala suerte de no encontrarla, pensando que seguramente esta ya se había ido a trabajar.

>>>

Elizabeth entró a su oficina, llena de dudas y lo suficientemente frustrada como para ganarse el miedo de sus empleados. Se sentó en su escritorio y abrió su computadora, había una página ya abierta y al darse cuenta era de un video porno que tuvo que parar por su secretaria quien no paraba de tocar a su puerta.

Puso a andar el video y se podía ver una chica morena tirada en un sofá llena de sudor, mientras que otra pasaba sus húmedos dedos por sus pliegues. Se empezaron a escuchar los gemidos de la morena mientras que la otra rubia reía.

Raptada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora