Capítulo V: ''Un encuentro y el susurro en el anochecer ''

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El saber reconocer el poder de la luz que lleva uno en su interior, es la mejor arma contra aquellas amenazas que se hacen llamar miedo, preocupación, terror y entre muchos otros nombres, oscuridad. La balanza de lo que alguna vez fue un equilibrio, se corrompió hace mucho tiempo y el poder querer restaurarla ya no bastaba con una simple ilusión inocente o al menos eso era lo que pensaba un joven azulado. En su infancia el joven príncipe del norte era alabado de las grandes destrezas que podía realizar a su corta edad, asistía a sus distintas labores como el aprender sobre su futuro reino, instrucción de lenguaje, escritura, modales y disciplina con la espada, el arte de ser un caballero. Al pequeño erizo le fascinaba poder aprender algo nuevo cada día, correr a la biblioteca por centenares de libros y acabarlos hasta llegar al sol poniente de la mañana siguiente. Pero lo que fue su fascinación de vivir en un cuento de hadas, entre dragones y espadas del día a día dejo de ser su prioridad, conoció la verdad de lo que era capaz el poder de un rey bajo presión. Paso de leer relatos fantásticos de batallas legendarias de grandes bestias a solo observar la armadura de su padre teñida de sangre con un fuerte aroma a suciedad, la fragancia latente de un armado cansado y enfurecido rey. El pequeño erizo no comprendía porque existían esas guerras, no entendía el porque cada noche podía escuchar los gritos enfurecidos de su padre sobre la protección del reino y una espada perdida, no entendía el porque no había paz como en sus libros de cuentos que leía. Entonces una noche el pequeño azulado salió de su cama fuera de su hora de dormir, llevando consigo uno de sus libros favoritos, camino por uno de los pasillos del palacio que daban a la sala de estar de su padre, quien se encontraba realizando unos escritos en compañía de uno de sus caballeros, Espió, que a una edad juvenil, resguardaba a su majestad en sus aposentos, Tocando las puertas gentilmente, se abrieron dando paso a la sala mirando el buró donde el rey escribía con atención.

-...Padre.- Hablo el pequeño erizo sosteniendo el libro en uno de sus costados.

-Qué sucede, Sonic.- Dijo el rey sin despegar la mirada de sus escritos.

-¿Tienes un momento?. Quisiera que habláramos d- Una interrupción hizo su padre en el momento que habló el erizo.

-No, no puedo atenderte en este momento, tengo que encargarme de algunas prioridades.- Mencionó a tono seco mientras continuaba con su escritura.

-Solo será un momen- Nuevamente es interrumpido por la voz de su padre.

-No, retírate a tu alcoba- Soltó alzando un poco su voz, y desviaba su mirada un poco tallando ligeramente su entrecejo.

-Por favor solo.- Rogó el pequeño alzando su libro frente al buro pero en ese momento su padre se alzó de su asiento caminando frente a su hijo, un silencio se hizo en la sala mientras el pequeño expresaba temor en su mirada.

-¿Sabes el porqué existen estas historias?..- le arrebató el libro de las manos del pequeño y lo sostuvo por un momento en su mano.

-No, solo se que son grandes histo- Una gran bofetada llegó a la mejilla del chico azulado dejándolo estupefacto en el suelo.

-¡SOLO SIRVEN PARA ENGAÑAR!- Gritó el rey rompiendo el libro frente a su hijo y lanzando los pedazos aun lado de la sala.

-¡No quiero que vuelvas a entrar aquí y solo cuando realmente te necesite, estarás aquí!- Soltó el padre volviendo a su sitio, observando como el erizo azul se levantaba del piso.

-Espero y sigas las órdenes que te acabo de dar...los cuentos y la magia no existen.- Comento firmemente el rey desde su lugar, volviendo a su escritura.

Con la mirada baja, el pequeño se retiro de la sala dando la espalda su padre en silencio, nunca había observado a su padre con esa mirada tan pesada, que reflejará tanta frustración, enojo y desesperación, El camaleón un poco preocupado intento seguir al azulado príncipe, pero el rey le impidió el paso. Entendía el porqué de las acciones de su rey, pero él permitir calcinar la inocencia de un niño de esa forma no le causaba ningún tipo de orgullo. El pequeño tras cerrar las puertas de la sala de estar, solo pudo llegar a sentir el ardor de su mejilla teniendo un nudo en su garganta que le impedía poder expresarse, solo permitió que en sus mejillas cayeran las lágrimas necesarias, para mirarse al espejo esa misma noche y repetirse continuamente aquella frase con tal énfasis mencionó su padre.

𝐋𝐚 𝐃𝐚𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐙𝐢𝐫𝐜𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora