Lo que había ocurrido en su dormitorio era inconcebible para Ian, solo que quería que aquella persona saliera lo más pronto de su cuarto
— Por favor vete, no quiero que mi papá te vea en mi cuarto, y también espero que entiendas que esto no puede volver a ocurrir, lo de anoche no sucederá otra vez y nadie se puede enterar.
Él recordaba cada momento de la noche anterior, los besos y caricias, la calidez de los cuerpos, pero deseaba borrar cada uno de esos detalles y no sentir en su piel el rastro de aquellas manos.
La vergüenza era más fuerte y sentía que había fallado como esposo, padre, hijo y hermano. Pensó "si se llega a saber esto, mi mundo entero se derrumbará".
Aún mantenía en su memoria, recuerdos del día en que llegaron sus padres desde el hospital; su padre con un bolso en la mano, mientras que su madre cargando al pequeño bebé entre sus brazos. La ilusión que le causaba ser hermano mayor, toda aquella responsabilidad, que le había descrito su padre el día previo, "tú, debes proteger a tu hermanito, serás su ejemplo a seguir, él querrá ser como tú a medida que crezca". Todo aquello resultaba ser un recuerdo tan cercano y lejano a la vez, cuánto deseaba volver en el tiempo.
La alarma del celular suena sin falta cada mañana, a las cinco, en punto, Ian se sienta en su cama y detiene el estruendo de su teléfono. Como cada día toma un baño, se viste y prepara el desayuno. Observa una fotografía que se encuentra sobre un viejo mueble de sala, "buenos días, mamá", esboza una leve sonrisa y acaricia la imagen como si pudiera sentir la piel de su madre, en aquella fotografía.
— Feliz cumpleaños.
Sobre la mesa de la cocina, acomoda dos tazas, platos de pan y sirve el té.
— Papá, el desayuno está listo, baja a comer.
— No grites, ya estoy aquí.
Padre e hijo se sientan a la mesa, pero el ambiente no es cálido, todo lo contrario, es frío e incómodo, como si dos extraños estuvieran compartiendo mesa en un restaurante. La tensión se rompe ante un carraspeo del padre, buscando aclarar su voz
— Hoy es el cumpleaños de tu madre, prepararé una cena y Olivia vendrá a ayudarme. Así que hoy cierra temprano.
— Si lo recuerdo, la semana pasada lo mencionaste y hace dos días pusimos el aviso en la tienda.
— Espero que este año tu hermano si venga
— Deberías preguntarle.
— No entiendo porque están peleados, nunca me lo han dicho, supongo que será por una estupidez.
Ian se puso de pie, tomó la tasa y la dejó sobre el mesón. La sola idea de hablar sobre su hermano descomponía su estado de ánimo.
— No es tu asunto — dijo en seco — y no quiero que intentes seguir averiguando. Cerraré temprano y vendré a cenar, si él llega está bien, aunque dudo que venga.
— Ya se lo he dicho.
— Me voy a la tienda, nos vemos.
La familia Simonsen, es dueña de una panadería y pastelería, heredada por parte de la familia de la madre de Ian, Elizabeth Strom, hija única de Faustino y Victoria Strom.
Elizabeth conoció a Lucas Simonsen, a la edad de diecisiete años, cuando él, con veintiún años llegó a trabajar, durante el verano a la entonces panadería Strom. Los planes de Lucas eran trabajar durante el verano en aquel lugar, para ahorrar lo suficiente para continuar sus estudios en la universidad, pero el destino quiso otro rumbo para la joven pareja.
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No te puedo desear.
RomanceUna familia aparentemente sólida, dos hermanos inseparables, ambos se enfrentan a una dura realidad que golpeara sus vidas. La triste noticia de la enfermedad de su madre, abre en ellos heridas que jamás se cerrarán. Un perturbador cambio en la vi...