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CAPÍTULO SEIS:

HE HECHO MUCHAS cosas malas y otras de peores

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HE HECHO MUCHAS cosas malas y otras de peores.

He cometido errores y he dejado que otros aprendan de mis lecciones siempre que les infringía dolor.

De vuelta a secundaria, solía rechazar a chicos y luego reírme de ellos con mis amigas.
Muchos de ellos eran tan tímidos que se declaraban por mensaje y yo luego enseñaba las conversaciones a la gente que consideraba de mi círculo.
Todo se movía entorno a mí, yo debía de ser el centro y debía de tener la taquilla llena de cartas. Las cosas funcionaban como quería en ese entonces. Si una chica no era como yo quería que fuera, entonces era una enemiga.

Solo me han rechazado una vez en toda mi vida y fue en primaria. Durante mi estancia en Irlanda sentí el peso de tener ojos rasgados y comer diferente en casa. Mis padres no iban a la misa en la catedral de la ciudad y no rezaban al mismo Dios que la gente de mi clase y yo.

Así que le empecé a pedir a mis padres que se ahorrasen los desayunos y comidas con olores exóticos para que la gente de allí no me mirase raro. Cuando digo "raro" me refiero a aquella vez que Emma se sentó junto a Maya enfrente mío y se pusieron a taparse la nariz y reír señalando mi comida, antes de decir "¿Qué es eso?".
Jamás quise faltarle el respeto a mi cultura ni a mis padres, pero era pequeña y yo solo estaba haciendo lo mejor que podía, quiero decir, me convertí a la religión cristiana, ¿acaso no había hecho suficiente ya?.

En aquellos tiempos no tenia tantos amigos y me costaba mucho hacerlos, recuerdo un día donde hablaban sobre la cultura asiática y todos pensaron que yo venía de China, soy japonesa con raíces coreanas, pero qué más da eso, supongo. Para ellos es todo lo mismo. En cambio, cuando le hablas a alguien del país verde sobre que a los Irlandeses se les reconoce por ser pelirrojos y muy bebedores de cerveza, ellos negaran con la cabeza y gritaran o refunfuñaran "¡No es así!", o cosas por el estilo. Pero si ellos lo hacen con mi cultura entonces es una broma. Jamás entendí eso, se lo pregunté un día al sacerdote de la catedral local y me dijo que me sentase y rezase. Bueno, no me respondió.

Había un chico, un chico muy guapo. Yo tenía doce años para aquel entonces. Era castaño y tenía la nariz puntiaguda, los ojos en forma de almendras y de color azul cielo. En mi ciudad no habían muchos chicos guapos, así que Robin era un destello en un camino oscuro.
Sus amigos le llamaban Rob, sus amigas Robbie. Yo solo le llamaba Robin.

Éramos buenos amigos, se sentaba dos mesas más allá a mi derecha, al lado de Henry, un chico (naturalmente irlandés) pelirrojo. Decía cosas graciosas en clase y en la hora del recreo siempre jugaba al Hurling (el deporte tradicional irlandés). Su madre me caía muy bien, se llama Elizabeth y su casa siempre olía a romero y manzanilla. La casa de Elizabeth y Robin estaba cerca de la mía, solo que pasar a su acera era un poco difícil porque esa calle no tenía paso de peatones de un lado a otro. Siempre tenias que correr de allá para acá de vuelta a mi ciudad. Al ir con coche debías de ir con cuidado.

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⏰ Última actualización: Apr 23, 2023 ⏰

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