28: Es mi mate

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Lucy se giró y vio que era verdad, todavía no se terminaba: sus mates continuaban peleando contra el Hell Hound y no se veía que les estuviera yendo particularmente bien, pues tanto Leaf como Fang se veían golpeados y cansados.

Sabiendo que al ser ellos magos no eran útiles contra un Hell Hound, Lucy intentó ayudar de la única forma que se le ocurrió:

—¡Detente! —gritó— ¡Jack está derrotado! ¡Ya no tienes que seguir sufriendo sus abusos!

La pelea de los lobos se detuvo, para que los tres se giraran hacia los humanos. Uno hubiera esperado que Lucy tuviera razón, que luego de lo mal que habían visto que Jack le trataba, el Hell Hound reaccionara y dejara de pelear, pero ocurrió todo lo contrario:

—Jack... —gimió la criatura mirando a su mate para luego gritar: — ¡Jack!

Le tiró un fuerte puñetazo a Fang en la cara, que era la que tenía más cerca, lanzándola lejos y luego se echó a correr contra los dos humanos, siendo detenido por Leaf que se lanzó sobre él para detenerle.

Los dos magos solo atinaron a dar un paso hacia atrás.

—Esto es malo —dijo Ezel sudando frío—. Se enojó ahora que vencimos a Jack y parece que nuestros mates no son rivales para él, a este paso, va a...

—Los va a matar —le interrumpió Jack detrás de ellos, manteniendo su aire burlón pese a estar herido. Los dos jóvenes se giraron para verlo y este dijo—. Podré tratarle como basura, pero al final del día, Monstruo sabe que es mi mate.

Lucy comprendió la gravedad de la situación, mirando la pelea de lobos y como Fang acababa de reincorporarse a la batalla para seguir tratando de contener al Hell Hound, sin éxito.

Lucy bajó la mirada y apretó los puños. Había querido terminar ya con eso, pero solo lo había empeorado, ahora no había forma de detener al Hell Hound, si tan solo... si tan solo tuvieran algo como el collar de Leaf...

Es tu mate...

Toda su magia te pertenece...

Dijo una voz en su cabeza. Lucy levantó la mirada hacia su mate que continuaba luchando, hacia su collar. Era una idea loca, pero podía funcionar. Levantó la mano con su guante apuntando a Leaf, tratando de llamar algo, Ezel lo notó y preguntó:

—¿Qué haces?

Lucy respondió con una única frase:

—Es mi mate. ¡Su magia me pertenece!

Y tras decir eso, sucedió algo que sorprendió a los tres humanos: la joya del guante de la bruja empezó a brillar de color verde.

—¿Pero qué...? —dijo Ezel, anonadado por tal evento.

Lucy mientras tanto miró su guante, tragó saliva y asintió para sí sintiendo qué era lo que tenía qué hacer.

—¡Leaf! —gritó la muchacha—. ¡Sostenlo!

Leaf escuchó la orden de su mate, no sabía qué planeaba, pero puso toda su confianza en la bruja.

Fang se lanzó contra el Hell Hound, pero este la tomó por el cuello y la volvió a lanzar lejos de sí, ahí Leaf vio su oportunidad: corrió contra la criatura, la tomó por un brazo, le barrió un pie y le aplicó una llave como las que le había enseñado Fang. Con un oponente normal estaba seguro que eso bastaría, pero contra un Hell Hound...

—¡Lo que vayas a hacer hazlo rápido! —gritó el lobo sabiendo que no podría contener por mucho tiempo a la criatura, quien se sacudía como loca.

Viendo su oportunidad, Lucy corrió hacia el Hell Hound.

—¡Lucy, no! ¡Es peligroso! —intentó detenerle Ezel, pero era tarde, la bruja ya se había plantado frente a la criatura.

Miró directo a esos ojos rojos como carbones ardientes, se armó de valor e hizo lo que iba a hacer: con la mano de su guante, le golpeó en el pecho.

El efecto fue inmediato: un aura verde salió del guante y rodeó a la criatura, haciendo que gritara de dolor y mientras lo hacía, Leaf sintió como las fuerzas del Hell Hound poco a poco se iban disminuyendo hasta que el fuerte cuerpo quedó reducido a carne flácida.

Leaf entonces soltó a la criatura y esta cayó de bruces al suelo, quedándose ahí, inerte.

Bruja y mate también se dejaron caer, agotados. Lucy miró su guante mágico y vio que la joya de este había regresado a su color rojo.

Ezel y Fang se acercaron

—¿Cómo...? ¿Cómo hiciste eso? —preguntó Ezel.

Lucy levantó su guante a la altura de su cara.

—No... no lo sé —dijo y se dejó caer de espaldas. No quería pensar en ello, se conformaba con haber sobrevivido.

Ezel suspiró, se recargó en sus rodillas y dijo:

—Bueno, supongo que ahora sí se acabó.

Pero Fang miraba al cazador.

—Todavía no —dijo la loba.

Sus tres amigos le miraban. Sabían qué era lo que tenía que ocurrir a continuación.

—Fang... no tienes... —intentó decir Leaf.

—Lo acordamos —dijo Fang mientras tanto, resignada a su parte en esa funesta obra—. Mientras ellos dos sigan vivos, no te dejarán en paz.

Los tres compañeros no dijeron nada más. Fang miró al Hell Hound y dijo:

—Por respeto a mi raza, lo dejaré para el final.

Caminó hasta el cazador, quien al escucharla llegar, solo giró la cabeza hacia ella... y sonrió

—Matar o morir, ¿eh? —dijo con burla.

Fang apretó los dientes y levantó la garra derecha sobre su cabeza. Se dio un momento, la situación era bastante similar a la última (y primera vez) que había matado, por lo que supuso que sería fácil.

Tomó aire, apuntó al cuello del cazador dejó caer la garra y...

No golpeó nada. La razón era muy sencilla: alguien le había sostenido de la muñeca y había detenido su golpe.

—No es necesario —dijo la figura encapotada a su lado, con una voz que no solo ella, sino también sus amigos conocían.

La persona encapotada soltó a Fang y se retiró la capucha, sorprendiendo a todos aún más.

—Pro... ¡¿Profesora Rose?! —dijo Fang retrocediendo unos pasos.

Escucharon unos aplausos viniendo del bosque y en seguida, con una voz que también conocían, un...

—¡Bravo! ¡Magnífico! Lo hicieron mejor de lo que esperaba.

Los cuatro jóvenes se giraron. Del bosquecito, venía el director de la academia, Reuel Behirut Nataniel, y además, sonreía.

La bruja y su mateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora