CAPÍTULO 1

156 10 4
                                    




Silla. Cadenas. Nada más.

No es que no estuviese intrigada, pero llegados a este punto cuatro «secuestros» en algo más de diez años no me parecían tan mal. Y no había cambiado de lugar. Aunque, observando un poco, pude ver que había pintado. Las paredes ya no eran de un color crema. Ahora llevaban un verde casi pistacho horrendo y el techo con decoraciones neoclásicas, resaltaba gracias a un tono anaranjado.

—Joder —dije, arrugándose mi rostro en desaprobación—. Espero que no siga con vida el que decidió pintar estas paredes.

No obstante, al parecer, nadie había podido ser capaz de arreglar esa gotera que había en el garaje desde hacía más de diez años.

Y os preguntaréis si estoy loca.

Creedme, no lo estoy.

Esa era mi vida, por desgracia. Aunque no comprendía el cuándo de esta vez, dado que no debíamos vernos aún. Al parecer había cambio de planes. Esta vez ni siquiera me dejaron cubierta la cabeza; tan sólo encadenada, manos atrás, a una silla. ¿Es que había elegido personal nuevo? Pronto lo descubriríamos, por lo que me puse cómoda y esperé hasta que alguien llegase y la fiesta comenzase.

No pasó demasiado hasta que eso ocurrió. Dos hombres entraron y vinieron hacia mí con esa forma tan «única» de mirar. El más alto era joven, más de lo habitual. No los reconocí, así que quedó confirmado que se trataba de personal nuevo. Pero no era de extrañar. Sin embargo, al mismo tiempo, todos me parecían siempre iguales: recién salidos de un correccional, rapados y tatuados hasta los huevos. Y, por supuestísimo, armados.

Parados frente a mí, uno de ellos, el más bajo, sacó una pistola y me apuntó con ella directamente a la cabeza. Ni me inmuté. De hecho, hasta tuve la tentación de provocarle para que lo hiciese. Resultaría divertida su expresión cuando se diese cuenta de la realidad. Nuestras miradas estaban clavadas en el otro, como si nos amenazásemos mutuamente.

Cargó el arma, con esa lentitud que, a cualquiera sin experiencia, le pondría nervioso.

Realmente estos encuentros se estaban volviendo más... ¿desafiantes? Como si buscase algún tipo de aprobación en mi conducta. Tras un breve silencio, actué.

—Oh, perdón —dije—. ¿Era esta la parte en la suplicaba por mi vida y preguntaba por qué me hacéis esto? Se me había olvidado por completo.

Apretó el arma contra mi frente y eso me sacó una sonrisa ladeada. ¿Tan débiles y susceptibles los había escogido esta vez?

—No intentes jugar conmigo, pequeña zorra.

Mi boca se abrió fingiendo perplejidad.

—¡Esa boca! —reprendí—. No son formas de tratar a una dama, y mucho menos a mí.

—¡Cállate!

El ruido de la puerta resonó por toda la habitación, pero ninguno de nosotros se alteró. Vi su figura al fondo, acercarse a paso tranquilo. Era él.

—¿Y si no me apetece cerrar la boca?

El hombre bajo sonrió de lado, malicioso. El arma comenzó a descender, lentamente, hasta mi pecho y recorrió mis senos de una forma asquerosa.

—Podría hacértela callar...

Él, detrás del hombre bajo y tatuado, me miró por un segundo. Esta vez sonreí yo de lado.

—Respuesta equivocada —dije, haciendo una mueca.

En menos de un segundo, él degolló al hombre bajo y tatuado. Su compañero se sorprendió al ver lo que ocurría, intentando disimularlo, mientras yo sentí la sangre salpicarme en el rostro. No recordaba qué tan desagradable era la sensación. Él sacó un arma y apuntó al otro hombre.

TODO, POR EL PLANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora