CAPÍTULO 19

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Hablaba, pero no entendía o escuchaba nada. Mi mente me traicionaba, no dejando de mirar el reloj y ansiando que llegase la hora de volver a verle. Y ni siquiera habían pasado doce horas aún. Esa mañana, el tiempo pasaba tan lento que me desesperaba internamente.

Llegados a este punto, me sobraban las lecciones de anatomía. Porque ya sabía todo lo necesario.

Chasqueó los dedos y volví a la realidad.

—¡Felipa!

—¿Qué? —dije de mala gana.

—Que no estás prestándome atención.

Me revolví en mi asiento.

—Es que me aburro, Alexa.

Me acuchilló con la mirada, a lo que yo levanté ambas manos. No era tampoco la primera vez que se lo decía. Ella miró el reloj.

—Quedan tan sólo veinte minutos.

—Lo suficiente para morir de aburrimiento.

Gruñó, resoplando. Me miró unos segundos, callada y pensativa.

—A la mierda —dijo y se dirigió a la puerta—, vamos a beber.

Victoriosa, y dando unos toques sobre mi pupitre, me levanté y fui tras ella. Aunque me extrañó que desistiese tan rápido.

—Alexandra Sanderson bebiendo un buen lunes a la una de la tarde, ¿a qué se debe ese honor?

Íbamos a la cocina. Llegamos y, conociéndose ya la casa, fue a buscar ella misma la bebida.

—Lo hice —dijo mientras se servía un vaso y luego otro para mí—. Fui a plantarle cara, a recuperar mis cosas.

Tuve que tomar asiento.

—¿Qué? ¿Cómo fue?

Bebió, mucho. Vaya, debía ser grave.

—Se negó, y la estúpida de su novia le animaba a echarme haciéndose la víctima. Pero conseguí mis cosas.

Mi ceño se arrugó.

—¿Y dónde está el problema?

—Que tuve que apuntarle con la pistola para ello.

Mis ojos se ensancharon.

—¿Qué? —dije, sonando más divertida de lo que pretendí.

—Ni siquiera estaba cargada... —defendió.

Ahogué una carcajada.

—Pero, a ver, Alexa..., Lex, ¿cómo que le apuntaste?

—Es culpa tuya —dijo, señalándome.

—Ah, ¿yo?

—Sí, tú. Te metiste en mi cabeza. Que si demostrar mi poder, que quién vale más y que tenía que defender lo mío. Me puse de los nervios cuando se negó una y otra vez, entré en pánico y terminé amenazándolo con la pistola.

Relamí mis labios, terminando de ahogar cualquier risa. A ver, es algo que yo podría hacer perfectamente. Yo estaba loca, pero no Alexandra. Por eso me costaba imaginármela apuntando s su ex con la pistola reglamentaria para asustarlo y conseguir sus cosas.

—¡Me frustré! ¿Vale? —defendió de nuevo—. Se negaba en rotundo y no iba a permitir que él se quedase con todas las cosas que yo compré. Y mucho menos el jarrón de mi abuela.

Me miró, perdida. Entonces yo di un suspiro y me incliné hacia ella.

—El pequeño saltamontes ha aprendido la lección. —Le sonreí de lado—. Estoy orgullosa de ti, porque al fin no te has dejado pisotear.

TODO, POR EL PLANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora