CAPÍTULO 34

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You're losing me —Taylor Swift.
But Daddy I Love Him — Taylor Swift.



Desperté a la brisa y calor de Phuket esa mañana. Siempre opiné que era un sitio hermoso, como el resto de Tailandia. No por las vistas o lo que muchos creían, sino por la forma en la que la gente vivía: más despreocupada y disfrutando de un estilo de vida más sencillo; no tan sobrecargado.

Ese había sido mi destino final.

Como casi todo el mes previo desde mi llegada, me levanté y desayuné; intentando ignorar mis problemas hasta llegado el momento. Tras ello, di un paseo por el centro y regresé más tarde al complejo en el que me alojaba para no fallar en mi rutina. Encontrando el bar de la piscina abierto, decidí una vez más ahogar mi dolor.

—Un mezcal doble, sin hielo.

El camarero asintió como ya era costumbre y me lo sirvió.

Tocaba ser paciente tras mi decisión, pero me angustiaba esta espera: no saber nada, ni qué hicieron después. Y a ninguno iba a gustarle, porque mentí y acabé siendo débil... Pero esperaba que por una buena razón. Y hoy era el día.

Las lágrimas escaparon de mis ojos sin poder evitarlo y di un trago al mezcal. No pensé que fuese a dolerme tanto lo que casi hice realidad, un posible final como ese... Pero otra parte de mí estaba ansiosa por saber si había escogido bien.

Y ahora tan sólo quedaba esperar.

Noté que alguien se sentaba en el asiento de al lado y mi corazón pareció ser estrujado, incluso si lo que sentí fue alegría. Porque ese olor, ese perfume... era el suyo.

—Uno como ella —pidió el chico a mi lado.

—Otro para mí —dije.

Tuve que recomponer todo mi ser antes de girar mi rostro y poder mirar esos ojos de nuevo; esos que tanto extrañé.

Él vino. Me había elegido. Me sonrió tan sólo con la mirada, mezclándose entre miedo e inseguridad..., pero dispuesto a todo. Y eso fue suficiente para mí, porque estaba aquí.

—Debería estar enojado... —comenzó a decir, rodando la copa que el camarero le sirvió. Entonces clavó sus ojos en mí de nuevo—. Pero ¿cómo podría estarlo? Con todo lo que hiciste.

—No podía dejar que nadie supiese mi plan al cien por cien o no habría funcionado.

—Creí que te había perdido, Lipa... ¿Sabes cómo me hizo sentir eso? Te perdí —dijo—. Pensé que jamás volvería a tenerte.

En su voz había dolor... Me quería, y ya no tenía duda alguna.

—Créeme que no fue fácil para mí tampoco.

Ahogué un suspiro y di un trago largo.

—Gracias —dijo entonces y su mirada lo explicó todo.

Cerraron el caso y yo quedé como una víctima. Nadie sospechaba, ni lo harían. Un mes más tarde le llegó el billete de vuelo hasta mí y encontró el trébol.

Todo quedó desmantelado tras la noche en la que yo supuestamente morí. Como les prometí, lo echaría todo abajo... a mi modo. Y sin importar quién cayese. Incluso si ese fue Sebastián.

El dinero de mi padre, más el de Pedro y los otros cárteles, nunca apareció porque yo misma estuve interceptándolo desde el principio. El noventa por ciento de ese dinero sería destinado poco a poco, mensualmente, a familias necesitadas de forma segura y anónima a través de otra ONG fuera del país que cree tras eliminar la falsa que culpaba a Sebastián. El otro porcentaje quedó conmigo, para empezar de cero y ayudar de otras formas. Quizá no ayudaría a todos, pero sí a muchos. Y a mí me seguían sobrando esos cien millones restantes.

TODO, POR EL PLANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora