III

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Frank


Di gracias al cielo cuando llegué al instituto. Esa chica, que se sentó a mi lado, me tuvo de los nervios durante todo el camino. Yo, dadas las circunstancias, traté de guardar absoluto silencio, con mi mirada fija en la ventanilla, a la espera de que ella hiciera lo mismo. Sin embargo, no se quedó callada y buscó la manera de sacarme plática. Y, para colmo de males, le tuve que estrechar la mano por educación. Me puse tan helado como el mármol al hacerlo. Está claro que ella lo notó, pero menos mal que no dijo nada, de no ser así, no hubiera sabido qué responder.

A fin de cuentas, cuando llegamos al instituto, me bajé del autobús apurado y no me despedí de la chica, que se llamaba Sasha, por cierto. Sé que fui grosero al no despedirme, tan siquiera con un gesto. Ojalá le hubiera podido hacer saber, de alguna manera que no fuera verbal, que el problema no era ella, sino yo. En estos casos, debo decir que me odiaba a mí mismo, o mejor dicho, a mi inevitable comportamiento.

Llegué a mi primera clase, la cual era matemáticas. Solo esperaba que el día no tuviera más momentos —incómodos— similares al del autobús con Sasha. Hasta cierto punto, tenía la certeza de que pasaría desapercibido, sobre todo aquí en el instituto, donde la mayoría mis compañeros conocían mi incapacidad de socializar, debido a las interacciones que habíamos tenido en años anteriores. Mantener una cierta distancia entre nosotros sería lo mejor, tanto para ellos como para mí.

Casi en todos los salones, me solía sentar en las sillas de atrás. En la penúltima fila, para ser específico. Este instituto, en todas sus clases, tenía una peculiaridad que lo hacía diferente a los otros: las últimas filas no pertenecían a los alumnos problemáticos o ruidosos, por el contrario, eran los lugares más tranquilos para sentarse.

Corroboré, dándole un vistazo a todo el salón, que mis compañeros eran los mismos del año pasado. No había nadie nuevo. Parece que Sasha no estaría conmigo, al menos en esta clase. Me dio paz interior saberlo.

No obstante, esa paz no duró mucho. Justo antes de que llegara el profesor, una chica entró al salón, dudando de si se había equivocado de clase. Le preguntó a uno de los chicos, de la primera fila, si aquí se impartiría matemáticas, a lo que este respondió que sí. Mi taquicardia volvió al ver que era Sasha. ¿En serio seríamos compañeros? Parecía una broma. Pero eso no fue lo peor de todo. Lo terrible fue que no se sentó en las filas de adelante, sino que caminó hacia donde estaba yo, y decidió sentarse a mi lado. No podía creer que, en apenas una hora de año escolar, me estuvieran pasando estas cosas.

—Hola de nuevo —me dijo ella cuando se sentó a mi lado.

Yo me limité a saludarla haciendo un gesto con la mano. Me ponía tenso imaginar que esta chica me estaría hablando todos los días. Y, en parte, me daba pena no poder darle la interacción que ella quería. Sasha era nueva y solo trataba de hacer amigos..

—No esperaba que fuéramos compañeros. —Se rio—. Pero qué bueno que lo seamos, ¿no crees?

—Sí, eso creo —le respondí, rogando que el profesor llegara de una vez para que ya no tuviéramos que hablar.

—Espero que seamos compañeros en todas las clases. Me caes bien.

¿Le agrado?, pensé. Nunca nadie me había dicho que le caía bien. Bueno, ella tenía menos de una hora de haberme conocido, así que solo sería cuestión de tiempo para que cambiara de opinión. Mi comportamiento la terminaría espantando, sin lugar a dudas.

En cualquier caso, me hubiera gustado decirle que también me caía bien, pero lo único que le pude responder fue:

—Gracias.

El profesor que nos impartiría la clase de matemáticas era nuevo. Se presentó ante nosotros como Joshua Cay, pero nos pidió que nunca lo llamáramos por su primer nombre, haciendo un chiste de que no le gustaba. Se veía agradable, mucho más que el que teníamos el año pasado, el cual era un verdadero dolor de cabeza.

—Bien —dijo el profesor Cay—, ahora que yo me presenté, me gustaría conocerlos a ustedes. ¿Quién quiere ser el primero en presentarse conmigo?

No era difícil suponer que, debido a mi ansiedad social, odiaba las presentaciones. Recuerdo que, en años pasados, no hubo necesidad de hacerlo porque los profesores ya nos conocían. Pero ahora no tenía otra opción. Tendría que ser fuerte y tratar de disimular, todo lo posible, los síntomas que esto me causaría.

—Yo quiero ser la primera —dijo Sasha para mi sorpresa. ¿En serio no le daba ningún tipo de vergüenza empezar con las presentaciones? Me pareció admirable, más que todo porque era nueva. Si yo hubiera estado en sus zapatos, incluso sin tener ansiedad social, ni loco me habría ofrecido como el primero.

—Qué valiente señorita. —El profesor Cay admiró el atrevimiento de Sasha—. Bien, cuéntanos sobre ti.

—Mi nombre es Sasha —empezó ella—, tengo dieciséis años y soy nueva en el instituto y en la ciudad. Me encanta escuchar música casi todo el tiempo, ver películas, series y, a veces, dibujar.

Sasha es increible, pensé mientras la miraba. Pero no por sus palabras, sino por la confianza con la que las había dicho.

Luego de que Sasha se presentara, el profesor Cay nos dijo que los demás nos presentaríamos por orden de fila. Como se sabe, la mía era la penúltima, por lo que mi turno tardaría un poco. Pero, aun así, mis síntomas se comenzaban a intensificar.

Pasado un rato, en el que me pasé pensando en lo que diría, llegó mi turno. Empezó la taquicardia, peor que cuando hablé con Sasha en el bus, y los temblores en el cuerpo. Lo que más me daba miedo era quedarme blanco en plena presentación. Sin embargo, hice un esfuerzo por concentrarme al máximo. Me puse de pie y, para no ver a nadie, enfoqué mi mirada hacia una de las paredes que estaba al lado del profesor Cay.

—Buenos días a todos —empecé—. Me llamo Frank, tengo dieciséis años y, casi todo el día, me la paso en mi habitación, viendo series, leyendo y escuchando música.

Se podría decir que, después de presentarme, me senté con el corazón en la mano. La verdad es que, a veces, me parecía ridículo sentirme así por hacer algo tan sencillo. Pero bueno, me sentí liberado por haber superado este pequeño bache. Lo manejé bien. Pudo haber resultado peor.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora