XXIV

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Sasha


Si hay algo que evitaba, a toda costa, era recordar o hablar de mi relación pasada. La última vez que la mencioné fue con Frank, y mentí respecto a cómo se dio la ruptura. Yo nunca quise terminar con mi exnovio, más bien, en lugar de eso, moría por seguir con él, pese a la distancia. La cuestión es que él quiso cortar conmigo, y lo peor es que no fue por mi mudanza, sino porque ya no sentía lo mismo por mí. Al poco tiempo, a través de las redes sociales, me di cuenta de que ahora tenía un nuevo interés romántico. En definitiva, lo que le conté a Frank fue lo contrario a lo que realmente pasó.

Ayer en el parque, mientras Frank hablaba con la chica, una inquietud se apoderó de mí. Sentí ese miedo de ser reemplazada otra vez. No obstante, no entendía muy bien por qué me afectaba tanto. ¿Acaso tenía sentimientos por Frank y no me había dado cuenta? Para ser sincera, si me lo preguntaban ahora mismo, no estaba segura de lo que sentía por él.

La situación se volvió confusa, pero lo que sí me quedaba claro era que verlo hablar con esa chica me había hecho sentir de un modo distinto. Aquella preocupación que sentía ante la posibilidad de ser sustituida, se transformó en un indicio de que algo estaba cambiando dentro de mí.

Esta mañana, tomé la valiente decisión de pedirle disculpas a Frank por mi actitud del día anterior. Más que todo porque, en el camino de regreso del parque, apenas le dirigí la palabra. Me sentía arrepentida por mi comportamiento inmaduro.

Me subí al bus y lo vi sentado en el mismo lugar de siempre. Cuando llegué al asiento, me recibió con una amplia sonrisa, lo que me hizo sentir aliviada, pues era una señal de que no estaba enojado conmigo.

—Hola —lo saludé mientras me sentaba a su lado. No podía evitar sentirme apenada con él.

—Hola —me saludó él—. ¿Todo bien? ¿Ya te sientes mejor?

—¿Si ya me siento mejor? —Me di cuenta de que Frank tenía muy presente lo que había pasado en el parque.

Afirmó con la cabeza.

—¿Te refieres a lo de ayer en el parque? —le pregunté.

Repitió su afirmación con la cabeza

—Quería pedirte unas disculpas por eso —proseguí—. Mi actitud no fue la mejor. Tú no merecías que me comportara así contigo.

—Está bien, no te preocupes —aceptó las disculpas, y eso me alivió aun más—. Pero ¿pasó algo para que te pusieras así?

No estaba lista para contarle a Frank la verdadera razón de mi comportamiento de ayer, por lo que decidí inventar una excusa. Sabía que no era la opción más honesta, pero necesitaba tiempo para procesar mis sentimientos y pensamientos antes de abrirme por completo con él.

—Solo tenía dolor de cabeza.

—¿Y por qué no me lo dijiste? Lo hubiera entendido sin problema.

—No sé —le respondí, sabiendo que, tal vez, la excusa del dolor de cabeza no había sido muy convincente. Por eso, decidí desviar la conversación y agregué—: Mejor termíname de contar cómo te fue con la chica de ayer. ¿No te pusiste tan nervioso? ¿Cómo se comportaron tus síntomas?

—Ojalá mis síntomas desaparecieran de una vez por todas —me respondió, haciendo una mueca de decepción—. Aunque debo decir que no son tan intensos como antes, y eso me sirve de consuelo.

—Yo creo que, si los síntomas han bajado su intensidad, pronto desaparecerán por completo.

—Esperemos que tengas razón.



Durante la clase de matemáticas, el profesor Cay nos asignó varios ejercicios para hacer en grupo. Por suerte, me tocó trabajar con Frank, ya que, de lo contrario, no hubiera sabido como resolver esos problemas matemáticos tan complejos. Si bien había mejorado mucho en la materia, aún se me complicaban algunos procedimientos.

Frank, con su gentileza acostumbrada, me dijo que él resolvería todos los ejercicios, pero no sin antes explicarme el procedimiento paso a paso. Su oferta me pareció perfecta, sin embargo, a pesar de su claridad y concisión, no logré comprender del todo su explicación. Me sentí frustrada y estúpida al no poder seguir su enseñanza

—¿Entendiste? —me preguntó Frank cuando terminó de explicarme.

Yo le hice una mueca, dándole a entender que no.

—Me siento tan inútil en esta clase.

—No lo eres.

—No nací para las matemáticas.

—Entonces, ¿para qué naciste? —me preguntó.

—¿Cómo así?

—O sea, uno siempre es bueno en algo —explicó—. ¿En qué eres buena tú? ¿O qué es lo que te gusta más?

Responder una interrogante como esa no era una tarea fácil para mí. La verdad es que no tenía ni la menor idea de cuál era mi verdadera pasión. Yo envidiaba mucho a esas personas que tenían una clara visión de lo que querían en la vida. A mí hubiera gustado tenerlo igual de claro. En cualquier caso, trataría de responderle la pregunta a Frank.

—Creo que me gusta mucho la música —le respondí, recordando que mi pasatiempo favorito era ese: perderme en mi habitación mientras escuchaba mis playlists favoritas—. Puede que, en el futuro, quiera dedicarme a eso.

—Tú pareces tener mucho conocimiento en música.

—Bueno, trato de aprender y disfruto un montón con ella —le dije, sonando modesta—. Pero todavía me queda mucho por conocer.

—Genial.

—¿Y a ti? ¿A qué te gustaría dedicarte?

—No sé.

—No te creo. —No pude esconder mi sorpresa.

—Créeme. No lo tengo claro.

La sinceridad de Frank me motivó a ser sincera también.

—¿Sabes? Yo estoy igual a ti.

—¿Y lo de la música?

—Sí me gusta la música, pero no sé si quiero dedicarme a eso.

—¿Y por qué no lo dijiste desde un principio?

—No sabría decirte —le respondí, jugando con un lápiz—. Quizá me da un poco de vergüenza admitir que no tengo idea de lo que quiero hacer con mi vida.

—No está mal no saber qué queremos.

—Sí —asentí—. No tiene por qué estar mal.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora