XVI

553 22 0
                                    


Sasha


El tan esperado fin de semana se hizo presente y la mi mamá Frank, en compañía de su hijo, vino a habla con mi mamá. Frank y yo nos fuimos a mi habitación para que ellas pudieran platicar a solas. Traté de poner música, en mi estéreo que funcionaba por Bluetooh, para distraernos, pero, incluso así, Frank no dejó de estar ansioso por saber el desenlace de la plática entre nuestras mamás. Yo solo esperaba que llegaran a un acuerdo que beneficiara al afectado, que, en este caso, era él. 

—¿Crees que la plática entre mi mamá y la tuya salga bien? —me preguntó. El tic en su pierna me dejaba ver que no podía estar más ansioso.

—Ya verás que sí —le respondí con esperanza.

—Me gustaría tener tu fe, ¿sabes? Yo hasta dudo de que, aun con la ayuda de tu mamá, pueda superar la ansiedad social.

Desde mi punto de vista, mirando el escenario más alentador, pensaba que Frank sería capaz de superar su trastorno. Y mi opinión se basaba en mi propia experiencia con él. Es decir, al cabo de unos días, pudo hablar conmigo y luchar contra sus síntomas. Aun así, tenía dudas de si, al estar ante mi presencia, seguía teniendo algún síntoma.

—Oye —le dije—, ¿te puedo hacer una pregunta?

Él se me quedó viendo, frenando el tic en su pierna.

—¿Aún sientes síntomas cuando estás conmigo?

No puedo contestar al momento, en cambio, volteó su mirada hacia un lado.

—Solo un poco —respondió por fin.

—Pero... ¿no como el primer día en el bus?

—No, ni de cerca —aseguró—. Esa vez me estaba muriendo a tu lado. Si de por si ya traía ansiedad porque era el primer día de clases, tú terminaste de detonar mis síntomas.

—En serio, me alegra que ya no se te haga tan difícil estar conmigo.

Continué hablando con Frank, pero quise cambiar de tema y hablar del instituto. La clase que no paraba de darme dolores de cabeza era matemáticas. Si bien el profesor Cay me agradaba, seguía sin entender los temas que explicaba. Por una parte, sabía que Frank me ayudaría con las tareas, sin embargo, mi temor era el día que tuviéramos examen. De ese laberinto sin salida no me podría sacar nadie más que yo misma.

Pasaron unos quince minutos, mi mamá subió a mi habitación y tocó la puerta. Yo fui a abrirle a toda prisa.

—La mamá de Frank ya se va —dijo cuando le abrí—. Quiere saber si Frank se irá con ella o se quedará contigo.

Yo volteé a ver a Frank porque era su decisión.

—Me quedaré un rato más —respondió él—, pero quiero ir a despedirme de mi mamá.

Frank salió de la habitación, pidiendo permiso con timidez. Aprovechando que nos habíamos quedado a solas, le pregunté a mi mamá a qué conclusión había llegado con la mamá de Frank.

—¿La mamá de Frank estuvo de acuerdo en todo lo que le dijiste? —le pregunté entre curiosa y ansiosa.

—Ella entendió no entendió mucho de lo que le dije —me respondió de manera sincera—. Pero, con lo poco que captó, estuvo de acuerdo en que era necesario que le ayudara a su hijo, pues era un problema que, si no se trataba, podría llegar a afectarlo más de lo que lo había hecho hasta ahora.

—Es un alivio que haya aceptado. —Suspiré con alivio—. ¿Cuándo podrás comenzar con la primera sesión?

—Mañana es lunes... —dijo ella como si se estuviera hablando a sí misma—. Podría ser mañana.

—¡¿Mañana?! —le dije con emoción en mi voz—. Sería estupendo.

Frank regresó con nosotras y traía una sonrisa peculiar en su rostro. Al parecer, él también sabía que las cosas habían salido bien entre su mamá y la mía.

—¿Adivina qué? —le dije a Frank con una sonrisa—. ¡Mañana tendrás la primera sesión con mi mamá!

—¿En serio? —respondió él un poco apenado—. Esa es una buena noticia.

—¿Podrás venir mañana por la tarde? —le preguntó mi mamá.

—Sí, claro —le respondió él al instante—. Con tal de recibir la sesión, estaré a la hora que usted me diga.

—Tampoco quiero que te sientas apresurado —le dijo mi mamá para que no se sintiera tan presionado—. Cuando salgas del instituto, ve a descansar a tu casa un buen rato y, luego, relajado, te vienes para acá, entre las tres o cuatro de la tarde.

—¿Desde cuándo eres tan flexible con los horarios? —le pregunté a mi mamá, frunciendo el ceño—. Si fuera yo, dirías que estuviera aquí en cuanto saliera del instituto.

Frank soltó una carcajada suave, dando a entender que le divertía mi reclamo.

—Tú eres mi hija —me respondió mi mamá y, antes de bajar a la sala, agregó—: Y Frank, desde ahora, es mi nuevo paciente.

Frank y yo nos volvimos a adentrar a mi habitación. Para que no estuviéramos en absoluto silencio, puse música de nueva cuenta. Busqué canciones en mi celular y la primera que reproducí fue Snap out of it de Arctic Monkeys.

—Tienes suerte —le dije—. Ahora parece que mi mamá te trata mejor que a mí.

—¿Solo porque me dijo que viniera entre las tres o cuatro de la tarde? —Se rio, negando con la cabeza—. Creo que estás exagerando.

—No estoy exagerando —alegué—. Ella siempre pone una hora exacta.

—Tú sales con unas cosas...

—La verdad —proseguí—, me alegra que, por fin, podrás empezar a tratar tu problema.

—Todo gracias a ti —me dijo, como agradeciéndome.

—No fue nada, Frank. Sé que no llevamos tanto tiempo siendo amigos, pero ya te tengo cariño.

—Diría... lo mismo. —Miré que se puso nervioso.

—¿Serías capaz de darme un abrazo? —le pregunté.

Me quedó viendo sin saber qué responder. Yo no le pregunté nada más y tan solo le di el abrazo.

—Discúlpame. —Se apartó de mí luego de que le diera el abrazo—. Desearía no actuar así.

—Pronto lo lograrás —aseguré—. Mañana empieza tu proceso.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora