XLVIII

491 14 0
                                    


Sasha


Sábado: un día en el que los estudiantes de secundaria no deberían hacer otra cosa más que descansar. Yo lo hacía. Por lo común, los sábados trataba de no exigirme mucho y dormir hasta el mediodía. Sin embargo, hoy tuve que modificar esa costumbre y levantarme un poco más temprano; cerca de las once, para ser específica. Sin tanto protocolo, me bañé y me puse la primera ropa que vi. También ordené el desorden que tenía en mi habitación, ya que aquí haría los ejercicios de matemáticas con Frank y ensayaríamos algunas escenas de la obra.

Los sábados de las últimas semanas, en lo que refería a las comidas, había adquirido una costumbre: saltarme el desayuno y pasar de una vez al almuerzo. Si a mi mamá de por sí le parecía irresponsable que comiera poco, era obvio que le molestaría el doble que me saltara una comida. Hoy quise evitar cualquier discusión con ella sobre esto y, tras darle los buenos días, fui a la cocina y me busqué algo para desayunar.

—Vas a desayunar, ¿verdad? —me dijo mi mamá, que estaba sentada en un sofá de la sala, viendo la televisión.

—No, no voy a desayunar —le respondí desde la cocina en tono de broma—. Solo te estoy haciendo creer que sí lo haré.

—¡Sasha! No juegues conmigo.

—Sí desayunaré, mamá. —Le mostré el vaso de leche con galletas que me acababa de servir—. No hace falta que te enojes.

—Más te vale que lo hagas. —Se notó el alivio en su tono de voz.

Me senté con ella en el sofá.

—¿Te diste cuenta de que me levanté más temprano?

—Sí, claro. Las once de la mañana es bastante temprano —me respondió irónica mientras miraba la hora en su reloj de mano.

—¿Acaso te estás burlando de mí? —Fingí un falso reclamo—. Los sábados, mi percepción del tiempo cambia. No te lo tomes a broma.

—Como sea. —Se dirigió a la cocina y se puso a picar un pollo. Yo fui detrás de ella y me senté en el desayunador para observar su maestría—. Ya voy a preparar el almuerzo y tú desayunando...

—¿Cómo piensas hacer ese pollo?

En lugar de responderme con palabras, me respondió con hechos. Tomó cada pieza de pollo y las cubrió con una mezcla de harina, sal y pimienta. En adición a eso, mezcló un huevo con leche en un plato para sumergir las piezas antes de freírlas en la sartén. Unos ingredientes raros, desde mi punto de vista, pero no había duda de que le daban un sabor especial al pollo.

—Se me olvidó decirte que invitaras a almorzar a Frank. —Mi mamá llevó su mano a la frente, lamentando su olvido—. Hoy le toca sesión conmigo y quería que estuviera aquí desde temprano.

—No te preocupes. Le escribiré para hacerle la propuesta. —Saqué mi celular el celular y empecé a escribirle el mensaje a Frank—. Le diré que venga a la una como mucho.

Sin dejar de teclear, me dirigí a la sala para volverme a sentar en el sofá. Frank vio el mensaje unos minutos después de que se lo mandé. Entre tanto, busqué algo para ver en la televisión, pero el sueño se apoderó de mí hasta el punto de quedarme dormida. Lo que me despertó fue el sonido del timbre.

—Yo iré —le dije a mi mamá entre bostezos mientras me levantaba para ir a atender.

Llegué a la puerta y, al abrir, Frank apareció frente a mí. Sabiendo que me había desorientado del tiempo, miré la hora en mi celular. Ya era la una de la tarde.

—¿Asegurándote de que llegué puntual? —me preguntó con una sonrisita.

Frank se veía más atractivo que nunca, al menos ante mis ojos. Traía un chaleco beige con una camisa blanca, un pantalón azul claro y unos Dr. Martens de tacón bajo. Sumado a eso, su peinado formal pero a la vez desordenado hacía que mi corazón se rindiera. 

—Asegurándome de que perdí la noción del tiempo. —No entendía cómo el reloj se había saltado de las once a la una.

—Me dijiste que viniera a la una, como mucho.

—Sí, sí, lo sé. El caso es que me quedé dormida y el tiempo se me pasó volando. —Le pedí que pasara—. Mi mamá preparó un delicioso pollo y me pidió que te invitara a comer.

—Siento el olor desde aquí. Huele delicioso.

—Ve y díselo tú mismo. Mi mamá se pondrá muy feliz de que le des ese cumplido.

Mi mamá nos estaba esperando en el pasillo que conecta la cocina con la sala. Frank la saludó y, de paso, aprovechó para elogiarla por el irresistible aroma del pollo que había preparado. Los ojos de mi mamá se iluminaron de alegría al escuchar sus palabras. Admito que sentí una pizca de celos, pues ella no se alegraba tanto ni con mis cumplidos.

—¿Ya tienen hambre? —nos preguntó mi mamá—. Si quieren, se pueden ir sentando en la mesa del comedor. Yo iré a servir el pollo.

La timidez de Frank no le permitió acercarse a la mesa del comedor hasta que yo le dije que me siguiera.

—Mi casa es tu casa —le dije para darle confianza.

—¿Tanto así?

—Es un decir, Frank.

—¿Crees que tu mamá me servirá mucha comida?

—¿No tienes hambre?

—Sí tengo, pero no mucha.

—Ya que elogiaste la comida de mi mamá, sea cual sea la cantidad que te sirva, te la tendrás que comer. —Me encogí de hombros. Si bien mi tono parecía serio, solo estaba bromeando.

—No me digas...

—Estoy bromeando. Tú come hasta donde puedas.

—La comida está servida. —Mi mamá llegó con los platos, los cuales venían cargados.

En el lapso que mi mamá volvió a la cocina para servir las bebidas, le pregunté a Frank:

—¿Podrás con eso?

—¿Sabes? —me respondió él—. Ver la comida servida terminó de despertar mi apetito.

—Menos mal.

Yo, por mi parte, hoy no tenía la misma hambre que tuve ayer, ni por cerca. Mi apetito variaba según el tiempo que había dormido, y, como hoy dormí mucho, mi deseo de alimentarme se vio disminuido. Pero, de todos modos, haría el esfuerzo por comer y no quedarle mal a mi mamá.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora