XXXIII

505 17 1
                                    


Frank


De todas las posibilidades acerca de lo que me iba a decir Sasha, nunca pensé que me diría que le gustaba. En cuanto me hizo su confesión, me quedé estático, sin saber cómo reaccionar. Mi cara se ruborizó y mi corazón comenzó a latir con fuerza. Y estos síntomas no tenían nada que ver con mi ansiedad social, más bien fueron producidos por la timidez y la vergüenza de estar envuelto en un asunto amoroso, algo que jamás había estado ni cerca de vivir.

—¿No tienes nada que decir? —me preguntó Sasha, dándose cuenta de que estaba atónito y sin respuesta.

Traté de mirarla a los ojos y articular una respuesta.

—No sé qué decirte —le respondí por fin. Me tapé la cara con las manos, las cuales estaban heladas, para ver si mi rubor disminuía.

—Sé que, con confesarte esto, arriesgo a que nuestra amistad se acabe —dijo ella, un tanto afligida—. Pero no puedo seguir negando mis sentimientos.

—¿Por eso has tenido actitudes raras conmigo?

—Sí... Los celos me han hecho actuar así.

La actitud que tuvo Sasha hoy en el autobús me confirmó que se ponía celosa al verme con otra persona, pero pensé que eran celos amistosos y no amorosos. Nunca se me pasó por la cabeza que pudieran existir sentimientos de su parte hacia mí. Sin embargo, tampoco me culpaba por ello, pues ella no hizo ni el mínimo esfuerzo para enviarme alguna señal, aunque fuera sutil.

—Sé que mis comportamientos han estado fuera de lugar —prosiguió ella. Su tono de voz dejaba en evidencia que lo lamentaba mucho—. Demasiado infantiles y caprichosas.

—Supongo que... gracias por lo de gustarte —le dije aún sin saber con claridad qué era lo que tenía que decir—. Pero... ¿a qué conclusión quieres llegar con todo esto.

—Era importante que lo supieras. ¿Tú sientes lo mismo que yo?

Desde que la conocí, nunca se me pasó por la cabeza que ella y yo tuviéramos algo más que una amistad. Pese a que, en el fondo, quería decirle que sí para no decepcionarla, tenía que ser sincero, por el bien de los dos. No descartaba la posibilidad de que mis sentimientos podrían cambiar en el futuro, pero, a día de hoy, no lo sentía así.

—No creo que sienta lo mismo por ti —le respondí, pero no tuve el valor de verla—. Me cuesta verte de otra forma que no sea como amiga.

—¿Sabes? Fue un error decirte esto. —Tomó su mochila y se puso de pie. Percibí el arrepentimiento en su expresión y, desde luego, no me sentaba bien verla así.

—¿Te vas a ir? —También me puse de pie. Algunos de los alumnos que estaban sentados en las otras mesas se nos quedaron viendo. En otro contexto, si retrocedíamos el tiempo un poco para atrás, este hecho hubiera alterado como nunca mis síntomas de ansiedad social, pero, justo ahora, eso era lo de menos—. ¿No podemos seguir hablando?

—No hay nada de qué hablar, Frank. Arruiné nuestra amistad. Y lo peor de todo es que fue sin querer. No pedí que esto fuera así.

—Pero ¿por qué no podemos seguir siendo amigos? —le pregunté. Lo menos que quería era que Sasha se alejara de mí.

—No puedo fingir ser tu amiga si tengo sentimientos por ti —explicó ella, al tiempo que se lamentaba—. Me estaría haciendo daño.

—No quiero que te alejes de mí, Sasha.

—Lo siento, Frank, de verdad.

Sasha se fue del comedor escolar. Yo me quedé en la mesa, observando cómo se perdía en uno de los pasillos. Sin embargo, sentí la corazonada de seguirla y tratar de buscarle una solución a nuestro problema. No quería que se alejara de mí sin discutirlo lo suficiente. Pero, dado que se veía muy decidida, sabía que era poco probable que cambiara de opinión.

Tomé mi mochila y salí disparado del comedor escolar. Sasha se encontraba en el tercer pasillo, uno de los más grandes del instituto. Estaba sentada en uno de los bancos, mirando un punto fijo en la pared.

—No creo que hayamos hablado lo suficiente —le dije, acercándome a ella.

Sasha me fulminó con una mirada llena de enojo y frustración. Justo en este momento, comprendí que lo mejor sería hablar con ella en otra ocasión, al menos del tema sentimental. Pero, aun así, necesitaba que me sacara de una duda, la cual no podía esperar.

—No quiero molestarte más —proseguí—. Pero necesito hacerte una pregunta.

—¿Qué pregunta? —Sacó unos audífonos de su mochila y los conectó a su celular. Ingresó a la aplicación de música y empezó a pasearse por su biblioteca de canciones.

—¿Qué pasará con las sesiones que me brinda tu mamá?

Sasha paró de usar su celular, fijó su mirada en el suelo y se quedó callada. Resultó obvio que mi pregunta la tomó por sorpresa, dando a entender que ni siquiera había pensado en eso.

—Yo creo que puedes seguir yendo a las sesiones con mi mamá.

—Pero... tu mamá notará que no nos hablamos. ¿Cómo le explicarás eso?

—Podemos fingir ser amigos solo por esos ratos, Frank. —Se encogió de hombros y volvió a usar su celular—. A pesar de todo, no me gustaría que te quedaras medias en tu recuperación.

—Aprecio que me digas eso —le agradecí, pero, aun así, no estaba conforme con todo este embrollo, por ello, agregué—: Pero... ¿no crees que tu decisión es algo desmesurada?

—¿No lo ves, Frank? —Mis palabras despertaron su enojo de nuevo—. La amistad se acaba en el momento en el que alguien empieza a desarrollar sentimientos románticos por la otro. ¿Qué crees que pasaría si siguiéramos siendo amigos? ¿No sabes lo que me afectaría estar cerca de ti sin poder tenerte como quiero?

—No lo acabaré de entender porque nunca he tenido esos problemas. —Agaché mi mirada—. Pero, por más que yo no quiera que te alejes, si estar cerca de mí te afectará, lo mejor es que mantengas tu distancia conmigo. No quiero que la pases mal por mi culpa.

Esto me causaba una tristeza casi inexplicable. Sasha era mi única verdadera amiga en años. Me dolía mucho que nuestro vinculo, que se había vuelto tan estrecho, se fuera al traste de este modo.

El timbre sonó.

—De nuevo, lo siento, Frank. —Se levantó para irse a su siguiente clase—. Muchísimo.

Ella no sabía que yo lo lamentaba muchísimo más.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora