XIII

560 22 1
                                    


Frank


Para ser sincero, no sabía en qué momento les diría a mis padres sobre mi ansiedad social. Lo sentía como una misión imposible. Y, por añadidura, para hacer las cosas más difíciles, también les tenía que pedir el consentimiento para ir a la terapia con la mamá de Sasha. Por momentos, me arrepentía de haberle prometido a Sasha que sí hablaría con ellos. Por no saber decir que no, me metía solo en estos líos.

Mentiría si dijera que anoche dormí bien. Mis pensamientos no pararon de fluir en mi cabeza y ahuyentaron mi sueño. Sin embargo, quedarme despierto me sirvió para idear un plan. Llegué a la conclusión de que, en realidad, solo hacía falta hablar con mi mamá. Ella podría decírselo a mi papá y, de esa forma, ahorrarme un escenario más embarazoso.

Esperé que mi papá se fuera a su trabajo, cosa que costó más que otros días, para bajar a desayunar. Una vez se fue, con toda la tranquilidad del mundo, pude ir a buscar a mi mamá para hablar con ella.

—Buenos días, mamá —la saludé, sentándome en la mesa.

—Buenos días. —Me devolvió el saludó. Se podría decir que no estaba de buen ni de mal humor—. ¿Cómo dormiste?

—Bien —le respondí, mintiéndole—. ¿Y tú?

—Yo dormí normal.

—¿Eso significa que bien?

—Sí —afirmó sin sonar convincente.

—Oye, ¿te puedo hablar de algo?

—Dime.

No tenía ni idea de cómo empezar.

—¿Has escuchado hablar sobre los trastornos psicológicos?

—¿Trastornos psicológicos?

—Sí.

—La verdad no. No sé nada de esos temas. ¿Por qué la pregunta?

Nada nuevo.

—Es que creo que tengo uno.

Ella se me quedó viendo, frunciendo el ceño.

—¿Cómo así? ¿Qué tienes?

—No es nada grave —le dije, tratando de adoptar un tono tranquilizador, pero mis tartamudeos me dejaban expuesto.

—¿Qué tienes, Frank? —insistió ella con autoridad.

—Se llama ansiedad social.

—¿Ansiedad social? —Dejó de hacer el desayuno y se acercó a la mesa—. ¿Y eso qué significa?

—Significa que tengo problemas para socializar con las personas.

—¿Tienes problemas para socializar? No creo que sea nada nuevo. A mí siempre se me hizo raro que no tuvieras amigos.

—Sí, tenías razón —admití—. El caso es que ocupo ayuda profesional. Y la mamá de una amiga, que es psicóloga, está dispuesta a ayudarme, pero necesito tu consentimiento y el de mi papá.

—Espera, espera, ¿qué? —Fue mucha información para mi mamá.

—Necesito del consentimiento de mis padres para que la mamá de amiga me ayude —le expliqué de nuevo.

—¿Y por qué necesitas su ayuda?

—Porque no puedo vivir en paz con lo que siento.

Mi mamá se sentó en la mesa conmigo.

—¿Qué sientes, Frank? ¿Te volviste loco?

—¡No estoy loco, mamá!

—Entonces, dime qué sientes.

—Cada vez que intento hablar con alguien, me pegan taquicardias, siento temblores por el cuerpo, me pongo helado y me cuesta sacar las palabras.

Mi mamá se tomó la cara mientras negaba con la cabeza. No me entendía en absoluto.

—¿Y quién es la mamá de tu amiga? Es más, ¿quién es tu amiga? ¿Cómo es que le hablas si te cuesta socializar?

—Pues ella se acercó a mí —le respondí, recordando cuando conocí a Sasha el primer día de clases—. Luego me pidió que fuéramos amigos y acepté.

—¿Y cómo conociste a su mamá?

—Ayer fui a su casa a hacer una tarea, le hablé a Sasha del problema que tenía, luego ella se lo contó a su mamá, la cual me ofreció su ayuda. Pero me dijo que era necesario el consentimiento de mis padres.

—Entiendo —dijo ella, pero yo sabía que no era verdad—. Solo quiero saber una cosa, ¿por qué nunca me habías contado sobre esto? Me refiero a lo que sentías.

—Lo intenté varias veces —confesé—, pero nunca pude encontrar el momento perfecto. O quizá pensé que no me pondrías la suficiente atención.

—¿Pensaste que no te pondría atención? —me preguntó en tono de reclamo—. ¿Qué crees que estoy haciendo ahora?

—Lo siento. —Me disculpé sin saber bien por qué—. Es solo que me da la sensación de que mi papá y tú no me ponen atención.

—¿En serio sientes eso?

—Sí...

—La verdad no sé qué decirte. Solo te pido que nos disculpes si te hemos hecho sentir así. Sabes que, en este último tiempo, estamos teniendo muchos problemas económicos.

—Y entiendo que tengan problemas —aclaré—, pero quiero que me ayudes con esto, al menos.

—Está bien —aceptó ella, sin hacer más preguntas—. ¿Cuándo tengo que ir a hablar con la mamá de tu amiga? Necesito conocerla y que me explique mejor esta situación.

—Hoy le diré a Sasha para que le diga a su mamá.

—Bueno, me dices en la noche que venga de trabajar.

—Oye, mamá —le dije, recordando que debía pedirle un favor—. ¿Le puedes decir a mi papá sobre esto? A mí me da como... vergüenza decirle. O, mejor dicho, no sé cómo decírselo. Contigo me costó un mundo; no quiero ni imaginarme lo difícil que se me haría con él.

—Siempre te ha costado comunicarte con tu papá, ¿verdad?

—Un poco, pero eso no quiere decir que no lo quiera mucho.

—Entiendo que te cueste. —No me esperaba que me dijera algo así. Es más, pensé que le molestaría mi falta de confianza con mi papá—. Tu papá se acerca muy poco a ti. Nunca pudo mejorar en ese aspecto. Y yo se lo he pedido varias veces. Aun así, no dudo que también te quiere mucho.

—Entiendo...

—No te preocupes. Yo se lo diré.

—Gracias, mamá. Te agradezco que no te tomaras a mal todo lo que te dije.

Me impresionaba lo bien librado que había salido de esta conversación con mi mamá. En mi mente, me había hecho un escenario donde terminaban de una manera peor. Aquí fue cuando me pregunté si hacerme escenarios falsos era un síntoma de la ansiedad social o de otro trastorno. En fin, después de desayunar, tomé el bus del instituto. Mientras hablaba con Sasha, en nuestro asiento correspondiente, le conté que, al fin, había cumplido con mi palabra, y su cara de alegría me lo dijo todo.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora