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—Mi pobre niña —murmuró la mujer, Rhaenys, cuando la silueta de la joven Targaryen se posó frente a ella junto a la puerta de sus aposentos

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—Mi pobre niña —murmuró la mujer, Rhaenys, cuando la silueta de la joven Targaryen se posó frente a ella junto a la puerta de sus aposentos. No tenía duda alguna de que le había costado horrores llegar hasta ese lugar debido a su condición.

Desde que la familia de Saede había partido hacia Rocadragon, Rhaenys solo había podido visitarle un puñado pequeño de veces cuando le encontraba lucida, ya que luego se la pasaba durmiendo labio los efectos de la leche de amapola mientras Aegon cuidaba de ella a su lado.
Lo que le rompía el corazón a la reina que nunca fue, era el hecho de que cada vez que la veía notaba que su peso iba descendiendo. Los huesos bajo sus mejillas se habían hecho más notables, surcos ya le rodeaban la comisura de los ojos. Y por no hablar de aquellos vestidos de Rhaenyra que antes le sentaban perfectos, ahora le quedaban holgados. La tela no terminaba de rellenarse en torno a sus muñecas y cintura ya de por si pequeñas.

Rhaenys no pudo evitar sentir pena. Muchísima.
Pero se alegró de poder estar allí, al menos de forma figurativa para acudir a Saede en caso de que lo necesitase. Se notaba a leguas que el primogénito Targaryen que gestaba no se lo estaba poniendo nada fácil. Incluso se sintió afligida cuando se vio rodeada de recuerdos, lo que le había sucedido a Aemma... a Laena, le dejaron inquieta. Rhaenys no era muy denota a los dioses, pero en ese momento les rogó protección para esa pequeña niña y su bebé, para que pudiesen tener una gestación segura pese a las complicaciones. Que Saede fuese capaz de superar las barreras del parto y las imposibilidades que venían luego de él.

Por qué era una niña que no se merecía morir tan pronto.

—Me encuentro—. Hace una pausa para tomar una bocanada de aire. —Un poco mejor.

—Eso es un alivio. De todos modos creo que deberías sentarte —le dice q la joven mientras toma una silla de madera que reposaba en una de las esquinas y la acerca hasta donde ella está intentando avanzar.
Saede no le discute, por qué era verdad que necesitaba sentarse. El trayecto hasta los aposentos de Rahenys había sido toda una hazaña, le había costado muchísimo mas tiempo del que habría previsto. Y apenas tenía aliento para cuando tocó la puerta.
Pero por fin estaba allí, y ahora estaba sentada lo cual reducía su incomodidad.
El vientre de la joven se abultó un poco mas cuando se relajó en la silla, ya solo faltaban tres lunas para que tuviese a su bebé en brazos. Y Rhaenys ponía las manos al fuego en el hecho de que sería una niña, a juzgar por el tamaño de su vientre poco hinchado. —¿Haz tenido noticias de tu familia? —preguntó.

—Lo mismo de siempre. ¿Y tu?

—Todo va excelentemente en Marcaderiva, tanto como en Rocadragon.

—Es gratificante —reconoció. Puso una mano en su vientre con tranquilidad. Siempre acariciaba a su bebé cuando se sentía de ese modo, como si quisiese transmitirle esa calma.

—¿Has pensado en cómo le nombrarás?

La joven sonrió. Tenía que admitir que no lo había pensado demasiado. Le pareció aquel un buen momento para indagar sobre nombres con la mujer que sabía mucho más que ella, puesto que Saede quería un nombre Valyrio mas allá de lo que pensaran y dijeran Otto y Alicent.

El dragon de dos cabezas [Aemond/Aegon Targaryen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora