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Saede observaba al príncipe Aegon como si la vida se le fuese en ello, iba tan ebrio como siempre, solo que está ser se dedicaba a molestar a su acompañante ofreciéndole copas y comida mientas que las mujeres no dejaban de poner sus manos encima d...

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Saede observaba al príncipe Aegon como si la vida se le fuese en ello, iba tan ebrio como siempre, solo que está ser se dedicaba a molestar a su acompañante ofreciéndole copas y comida mientas que las mujeres no dejaban de poner sus manos encima de él quien parecía increíblemente incómodo; y no solo por el mohín de desagrado en su rostro, sino por que se removía bruscamente ante el tacto de cualquiera que le pusiese un dedo encima.

Pero no era la primera vez que Taryne y Saede presenciaban aquella clase de situación, normalmente el príncipe Aegon solía poner incómodos a todos sus acompañantes, incluso algunas veces lograba desagradas a las mujeres con las que fornicaba.
Todos allí sabían que el Targaryen era un completo desastre y que su vida, con tan sólo quince años, se basaba únicamente en la bebida y las jergas; Taryne estaba segura de que pasaba más tiempo allí que en su estridente castillo.

Si eso se necesita para ser príncipe, muchos y muchas de aquí serían monarcas excelentes, reía para sus adentros la mayor cuando a menudo pensaba en aquello.

Saede conocía a muchas personas que se relacionaran con la realeza, lo más cerca que había estado de ellos era cuando se escabullía a los patios de entrenamiento de la fortaleza roja para observarles entrenar, y no por qué le interesase el combate como a su hermana, sino por que los príncipes Targaryen, tanto como los Velaryon le parecían seres que estaban fuera de este mundo. Por eso ella nunca había considerado la posibilidad de siquiera ser una bastarda, llevaba el cabello y los ojos de un Targaryen, pero no era ni tan fina ni tan resplandeciente como lo eran ellos.

Taryne estaba en desacuerdo, normalmente mencionaba que solo eran humanos con una genética diferente, un gen que ellas también poseían, pero la mayor tampoco se daba el lujo de catalogarse como una bastarda, ella no era una dama, ni una princesa, no pertenecía más que a las calles de seda, no era nadie. Y ser nadie le servía.

Pero Taryne a diferencia de Saede se vinculaba estrechamente con Ser Harwin Strong quien era el just día juramentado de la princesa heredera Rhaenyra Targaryen.
Ser Harwin, a diferencia de otros guardias que frecuentaban el lecho de pulgas, era un veterano de la guardia real, la daga que llevaba Taryne siempre en su muslo había sido obsequio suyo, y se aseguró incluso de que no sólo supiese cómo usarla, sino también como blandir una espada, o cómo derribar a un hombre el doble de grande que ella.
Aunque se reservaba el secreto de que las personas supiesen que tan bien entrenada estaba, más muchos no dudaban de que ella sabía cómo manejar una daga.

Harwin Strong había sido lo más parecido a un padre que Taryne hubiese tenido.

—Esto se vuelve más y más aburrido cada día —Suspiró la mayor mientras observaba la mirada estática de su hermano, Taryne comenzaba a dudar de si Saede pestañeaba en algún momento — ¿Por que no simplemente vas y le llevas una copa? No es la gran cosa.

Sugirió a lo que su hermana se incorporó de sopetón observando a su hermana como si hubiese pronunciado palabras mágicas.

— ¡Taryne! ¡Magnífico! —Chillo la preadolescente —Es una idea genial ¿Como es que no se me había ocurrido antes?

El dragon de dos cabezas [Aemond/Aegon Targaryen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora