XXII

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"¡Eh, rubia guapa! ¿Los ángeles como tú tienen nombre?"

"Chupa clítoris. Nos nombran en base a nuestros dones."

Momo sonrió. Su cuerpo entumecido en el suelo, soltando pequeños espasmos debido a la gran cantidad de heroína en su sistema. Ambiguos recuerdos enturbiados por su miserable condición se bifurcaban por su cabeza.

"Sabes algo, no me vienen las mujeres... pero por ti, rubia, haría una excepción. "Venga, que ni has visto mi vagina y ya la quieres en tu boca, eh morena. Con guarras como tú, las putas quedan sin trabajo."

Su exagerado acento coreano y la forma en que siempre tarareaba sobre el cuello de Momo antes de quedarse dormida.

"¿Te gusto acaso? Porque tienes la típica pinta de chulita insoportable que se cree muy mujer por follar solo con hombres."

La manera en que sus mejillas siempre se pintaban de rosa y cuando gimoteaba como una niña consentida enojada por cualquier estupidez.

"Tú y yo, Momo... Somos tan distintas, que cuando estamos juntas encajamos perfectamente."

Su rubia loca... Mocosa insolente que vivía en una maldita prisión como si fueran Las Vegas y ella una adolescente con una tarjeta bancaria sin límite. Dahyun era distinta, no necesitaba nada del mundo; podía crearse uno propio. Momo había caído profundo por eso. Tan fiera y a momentos tan dulce. Momo jamás podía anteponerse a sus acciones, la rubia siempre conseguía sorprenderla. Y su despedida no había sido la excepción...

"No voy a llorar, maldita hija de puta. No pienso llorar delante de ti... No pienses que por salir de este hoyo vas a olvidarme. No pienses que yo voy a olvidarte. Me llevo lo que es mío, me llevo tu puto corazón y juro que no voy a devolvértelo jamás."

Momo no le respondió. Y es que Dahyun tenía razón, Momo jamás iba a pedir su corazón de vuelta. Preferiría morir antes de hacerlo; sin fe y destrozada. Cayendo, hundiéndose... Nunca supo cuánto dolor podía llegar a sentir un humano antes de enamorarse. ¿Por qué las personas querían enamorarse? Absurdo. Era dolor, solo dolor. Era el deseo de sentir dolor, porque sin ella... No se sentiría viva. Ya no se sentía viva.

Sana lavó su rostro, tratando de contener la respiración en aquel baño de mala muerte. Descascaradas paredes rayadas, dos reas inhalando neopreno en un rincón y un sollozo desgarrador al interior de un cubículo; seguramente otra eslabón débil. El reflejo en el espejo torturaba su cabeza. La imagen de Dahyun llorando, de Momo en el suelo; sonriendo. Las últimas palabras de la morena, de la mejor amiga de su dueña. Una frase simple, torpe y sin sentido. La reafirmación de que el amor no siempre era un regalo; algunas veces era una maldición.

"El amor mata." ¿Lo hacía? No podía negarlo. Ella moriría por Tzuyu y su dueña mataría por ella. Salió de aquel maloliente lugar y a paso débil, destinó su trayecto a la celda donde seguramente encontraría a Tzuyu. El nudo en su garganta le hacía difícil tragar, el escozor de sus ojos por las lágrimas derramadas hacía que quisiera tumbarse en algún rincón de Camp Alderson y simplemente dormir. Se paró a un lado del marco de la puerta. No sabía si estaba temblando, pero se sentía ligera. Los pensamientos se confrontaban en su cabeza al oír los reclamos de Tzuyu al interior de la celda.

—¡Venga, anciana! Dijiste que esta mierda funcionaba.

—¡Es una radio, Tzuyu! Y aquí no hay señal... Me pediste una radio, aquí está. Oh. Así que su dueña había conseguido la colaboración de la abuela. -Sana sonrió, estrechando los labios y apretando los costados de su suéter con los dedos. La rasposa tela se friccionaba con fuerza contra su delicada piel.

𝕻𝖗𝖎𝖘𝖎𝖔𝖓𝖊𝖗𝖆 - 𝕾𝖆𝖙𝖟𝖚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora