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Sherlock despertó de una pesadilla que hizo que su ritmo cardíaco estuviera acelerado apenas empezar el día, tratando de regularlo con una mano en su pecho.

Esa pesadilla lo atormentaba desde que era chico, y sin embargo, lograba asustarlo cada vez.

La simple melodía de aquella canción entonada por una infantil voz le provocaba escalofríos, haciendo que tan solo el número dieciséis le provocara un sabor agrio en la boca de lo recurrente que era.

Pero eso no importaba ahora, pues tenía que ir asistir a la preparatoria, estando en el primer parcial del tecer trimestre. Aquel descanso de dos días se había acabado y era lunes de nuevo.

Se vistió de manera formal, como solía hacerlo, a pesar de que el Instituto no tenía como obligación llevar algún tipo de uniforme. Usó una camisa blanca, un chaleco y un saco negro combinando su pantalón del mismo color.

–¡Sherlock, querido, llegarás tarde! –Exclamó una señora de no más de cuarenta años que había adueñado el rol materno desde que el joven decidió mudarse.

–Ahí voy, señora Hudson.

Bajó las escaleras hasta encontrarse con el desayuno hecho por su casera.

–¿Tienes que ir tan formal siempre? –Cuestionó la señora, poniendo el plato sobre la mesa mientras el rizado se sentaba.

–Un mal habito que me dejó mi familia. –Tomó el tenedor y comenzó a comer el desayuno que le había preparado la mayor.

Sherlock no solía alimentarse, sin embargo, parecía ser un buen día y no quería rechazarle la comida a su amable casera.

Había llegado la hora, sus compañeros estaban ya en el salón, hablando de lo que habían hecho en el fin de semana. Por el contrario, el se encontraba inmerso en su lectura. No habituaba charlar con compañeros acerca de las trivialidades de sábado y domingo como lo son viajes, fiestas o quedarse en casa viendo aquella serie popular.

–¡Sherlock! –Exclamó uno de aquellos compañeros de charla al verlo –¿Qué hiciste el fin de semana?

–Mike. –Bajó su libro –No mucho, lo más destacable es mi viaje a las cataratas de Reichenbach.

–¿Son tan geniales como dicen? –Preguntó con curiosidad.

–"Genial" no sería la palabra que utilizaría, pero digamos que si tuviera que morir, me gustaría tirarme de ahí. –Bromeó con una sonrisa, recibiendo una risa del contrario.

Mike Stamford era de las pocas personas que hacían charla casual con Sherlock, de vez en cuando. Sherlock se había acostumbrado a ésto, por lo que no estaba a la defensiva cuando se acercaba.

De cualquier forma, Mike tenía amigos, por lo que después de esa corta conversación, fue a hablar con más personas.

Sherlock volvió a su libro. Sería ridículo quejarse de su solitaria vida escolar sabiendo que la reputación que tenía se la había ganado.

Antes era popular, más que nada entre las chicas, siendo un chico alto, apuesto, misterioso y de cabello rizado, ¿Cómo no iba a ser popular? Pero entonces abrió la boca. No podía no dar a conocer sus deducciones como si fuera un grifo que cerrar, si alguien hacía un comentario acerca de él, él le devolvía el "comentario" (más que un comentario, solía ser sus conclusiones acerca de esa persona, en su mayoría negativas).

Así es como su popularidad fue en decadencia, no dejó de ser conocido, pero ya no era ese chico "misterioso" y guapo, sino un arrogante, patán, fenómeno e incluso psicópata.

Personas como Sebastian Moran se dedicaban a hacerle sus días en aquel instituto un infierno, sin embargo, Sherlock se autoconvencía de que no le importaba lo que los demás pensaran de él. Al final, ellos son peces y él tan solo el visitante que los mira sin realmente involucrarse. Al menos no emocionalmente.

Puede que pueda reír y conversar con las pocas personas que no les parece molesto, pero en realidad no sentía que estaba ahí.

La primera clase al fin había finalizado, hizo algunas notas, completó las actividades y salió del aula primero que nadie.

El estrés lo consumía a pesar de que su perfecta postura y rostro calmado permanecían. Sherlock necesitaba su dosis, sentía que algo destrozaba su piel desde dentro y poco a poco perdía el sentido.

Solo podía escuchar esa voz "Llevas en el saco, busca el baño", corriendo hacia aquel lugar cada vez sintiéndose peor, encerrándose y finalmente sacando esa jeringa.

Después de unos minutos salió del baño con calma, acomodando su saco y dirigiéndose a donde sería la siguiente clase.

Prometió que dejaría de hacerlo. De nuevo.

Reputación - TeenlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora