Los dedos que le comprimieron los labios eran cálidos, fuertes y un tanto ásperos por la falta de uso de ungüentos suavizantes. Amanda abrió los ojos al sentirlos, pero su vista solo percibió más oscuridad como si no los hubiera abierto.
Intentó erguirse sobre sus codos pero otra mano la sujetó del hombro, impidiéndoselo. Un suave siseo en su oreja la instó a guardar silencio.
—No hagas ruido, es muy temprano.
La voz masculina le devolvió los recuerdos de lo ocurrido el día anterior, indicándole que su vida ya no era tan sim- ple como lo había sido antes de la ceremonia. Sus sueños le habían tendido una tregua, pero ahora la realidad estaba de vuelta junto con sus complicaciones.
—¿Qué ocurre?
—Vístete. Quiero aprovechar que toda la casa duerme.
Amanda pestañeó varias veces acostumbrando su visión a la imperiosa oscuridad y comenzó a vislumbrar el rosto del muchacho. Estaba muy cerca del suyo, de ahí que su cálido aliento le hubiera acariciado la piel al hablar.
—Pero..., ¿adónde quieres ir? ¿Qué hora es?
—Es temprano. Supongo que aún estarán durmiendo. Por eso debes enseñarme la casa ahora.
Callum tenía razón. Nadie se levantaría antes de las nueve de la mañana un domingo; sobre todo después de su fiesta de cumpleaños, en la que al menos seis botellas de vino se vaciaron.
Amanda se giró y hundió el rostro en la almohada. Aún se sentía agotada por los eventos del día anterior. A pesar de haberse retirado pronto, con él dormido en su misma cama, no había logrado conciliar el sueño hasta tarde.
Ahora él pretendía que abandonara el conforto de sus sába- nas cuando el sol aún no se había alzado.
—¿Qué estás haciendo? ―el susurro, esta vez con un tono de impaciencia, le llegó ahogado por la almohada—. Vamos, Amanda levántate.
Sin remilgos, la agarro por la cintura, obligándola a levantarse. Amanda ahogó un grito. Su habitación estaba en la azotea y era poco probable que los oyeran, incluso, a esas horas, cuando toda la casa dormía. Aun así, se aseguró de cor- tar el sonido en su garganta antes de que naciera.
A principios de siglo, un caballero nunca hubiese tocado a una dama de una forma tan inapropiada, pero al parecer la educación de Callum había sido aún más escueta de lo que había sospechado el día anterior. Las nociones sentimentales y físicas de las relaciones entre mujeres y hombres se omitían por completo de la formación de los siervos.
—¿Sabes?, eso ha sido inapropiado —lo regañó mientras abría las gigantescas puertas de su armario. Estas chirriaron como una anciana quejosa y Callum volvió a sisear para exi- girle que no hiciese ruido.
—No te preocupes, no hay más habitaciones en este piso
—lo tranquilizó mientras seleccionaba prendas cómodas para trabajar de su armario—. De hecho, nadie jamás sube aquí.
Callum pareció creerle, porque se atrevió a moverse por la habitación para abrir una rendija entre las pesadas cortinas marrones que evocaban el tronco de un árbol.
Afuera había más luz de la que había sospechado. El alba se había instaurado tímidamente y ya no era noche cerrada. Esa era una de las escasas ventajas del verano inglés.
Amanda se alisó los cabellos enmarañados por el roce de la almohada. Ahora que la luz la hacía visible se sintió incómoda y consciente de sí misma. Las mañanas no eran aliadas de su aspecto.
No obstante, a él, el pelo revuelto y los ojos hinchados de adormilamiento, le daban un toque tierno que lo hacían pare- cer más niño.
Se dirigió al biombo y se ocultó mientras se agachaba para sujetar el dobladillo de la camisola y sacársela por encima de la cabeza.
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Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)
Tiểu thuyết Lịch sửAMANDA FAIRFAX VIVE EN UNA SOCIEDAD DOMINADA POR LAS MUJERES Durante el deslumbrante baile que marca su debut social, tiene solo unos instantes para tomar una decisiones primordial: Cuál de los muchachos va a ser su siervo personal de por vida, siem...