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La ceremonia había terminado y cada chica, feliz o no, poseía al que sería su siervo de por vida y el padre de sus hijos.

Amanda entrelazó su brazo con el de Callum. El muchacho era solo un palmo más alto que ella, pero su estatura era en- gañosa, pues era tan pesado que tuvo que tirar de él con todas sus fuerzas para que comenzara a moverse.

Caminaron hacia el exterior del Andrónicus. El día había amanecido soleado, pero la tierra estaba mojada por la fina lluvia que había caído durante la noche. A Amanda le encan- taba el olor a tierra mojada, pero en esos momentos estaba demasiado emocionada con su nueva adquisición como para notarlo.

Mientras paseaban por las calles aún vacías del pueblo, se sintió extraña, incluso tímida; pero enseguida se recordó a sí misma de que era un hombre, estaba infectado por la bacteria, y como consecuencia no tenía pensamientos u opinión propia. No le importaría si su conversación era amena o aburrida, si se quedaba callada o hablaba demasiado.

—Ya verás cómo te gustará nuestra casa —le dijo, diri- giéndolo hacia el bosque.

Para llegar hasta Fairfax Manor, la mansión campestre donde Amanda y su familia vivían, tenían que cruzar una flo- resta de cedros espesa pero breve.

No vio a Jane acercarse sino que dio un pequeño salto al encontrársela de frente. La chica se paró delante de ella con los brazos en jarras y, con ojos brillantes, observó a Callum.

—¿Por qué no has venido a buscarme después de la cere- monia? —inquirió.

—Pensaba que te habrías marchado a casa, ¿no estás ago- tada? —se disculpó Amanda, forzando un bostezo.

—Magnífico —celebró Jane, acercándose mucho a él para examinarle el rostro―. No finjas que tienes sueño, con este regalito debes de estar saltando por dentro.

Callum la atravesó con aquellos ojos tan despiertos e inteligentes que la habían conquistado, y los vio brillar con interés cuando se posaron en el hermoso rostro de Jane.

Sintió una punzada de dolor en el pecho. Con certeza, él prefería que Jane fuera su ama. Una chica hermosa y casi tan alta como él, con la que combinaba a la perfección y con la que sin duda podría tener una descendencia perfecta.

—Buena elección, Amanda —concedió su amiga, posando una de sus manos en el brazo de Callum.

Amanda se mordió el labio inferior intentando contener las palabras en su boca. Quería ordenarle que no lo tocara, y se sorprendió a sí misma con lo mucho que le molestaba.

¿Qué le estaba pasando? Acababa de adquirirlo y ya había sentido timidez, inseguridad y celos.

Volvió a recordarse que se trataba de un siervo y no de un hombre sano. No necesitaba reciprocidad por parte del joven. Era suyo, le pertenecía le gustara a él o no.

—Jane, déjalo en paz. Ya lo han manoseado bastante hoy.

La chica la miró un tanto sorprendida, pero enseguida apartó la mano de él y comenzó a reír.

—Ten cuidado, Amanda —le sugirió situándose frente a ella—. No vayas a acabar como esas damas ridículas que ve- neran a sus siervos descerebrados.

Amanda apretó los labios. Le disgustaba que Jane se bur- lara de ella.

—Es solo que ha tenido un día difícil, con todas esas chicas palpándolo y pidiéndole que hiciera cosas —se defendió—. Se merece un descanso, eso es todo.

Su amiga le dedicó una sonrisa inofensiva, cargada de toda la empatía de la que su personalidad era capaz. No obstante, cuando sus ojos cayeron sobre el collar que Amanda llevaba puesto el brillo burlón regresó a estos.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora