Los sabuesos al fin habían captado la esencia de un zorro. Sus ladridos retumbaban al unísono con su corazón, mientras ellas galopaban, raudas, para seguir a la patrona y a sus sabue- sos. Lo emocionante no era la caza en sí, sino la persecución. Cinco mujeres y sus caballos sorteando troncos caídos y ria- chuelos con el tambor de los ladridos de fondo. Su cuerpo se llenaba de energía y el brío le brotaba por los poros de la piel junto con el sudor del ejercicio. Esta vez era mejor, pues tenía a Callum a su espalda, disfrutando con ella de la emoción de la cacería. Sin duda, el muchacho se encontraba embobado con sus habilidades de amazona. Sorteaba, saltaba y salvaba obstáculos con velocidad y precisión.
Los sabuesos tomaron un giro inesperado y Amanda re- condujo a su caballo hacia ellos antes que cualquiera de sus compañeras. Se ubicó a la cabeza de la persecución y tuvo que reducir la velocidad adrede para que Sarah Richardson, la patrona de sabuesos, la alcanzara.
Estaba tan entusiasmada con la carrera que casi hizo pu- cheros cuando Callum le advirtió que necesitaba orinar con urgencia. Le echó un vistazo con los labios apretados, desean- do que se tratara de una de sus bromas, pero nunca antes lo había visto tan serio.
—Mi siervo necesita un momento —vociferó hacia el resto de mujeres—. Los alcanzaré de vuelta.
—Nos detenemos contigo. Aún nos queda toda la mañana
—concedió Sarah.
Amanda le ordenó a Callum que se bajara del caballo y que se adentrara en la linde del bosque para buscar un lugar apro- piado. El joven la obedeció y ellas le siguieron con la mirada hasta que desapareció entre los árboles.
—Echo tanto de menos a mi John —comentó Bertha Lynch con las cejas hundidas.
—¿Cuándo te conceden a tu nuevo siervo? —inquirió Sally—. Ha pasado un mes de su muerte.
—Me lo podían haber enviado de inmediato, pero me sentí mal por no guardarle luto a mi John por un tiempo.
Jane se reacomodó el cabello alrededor de las sienes para asegurarse de que la cabalgata no había arruinado su estilo a la última moda, con su recogido alto y abombado como si fuera un turbante alrededor de la cabeza.
—Tienes suerte de que haya disponibilidad de hombres, en ocasiones fallecen más siervos que damas, y no pueden repo- ner tu pérdida tan pronto.
Bertha hizo una mueca de preocupación, como si no hu- biera pensado en esa posibilidad. Amanda sintió un dolor punzante en la boca de su estómago. Conversaciones como aquella nunca antes la habían repugnado; pero ahora que co- nocía a Callum, se daba cuenta de la aberración de tratar a los hombres como mercancía, que se puede reponer cuando se ha echado a perder.
—Al menos sabrás lo que es dormir con otro hombre, a las demás no se nos permite ese lujo.
—¡Jane! —la reprendió Sally, como acostumbraba a hacer cada vez que la joven soltaba una barbaridad como aquella—.
¡No seas insensible!
Jane apretó los labios, sacándolos en un bonito morro. Ha- cía eso cuando quería ocultar una sonrisa y su opinión sobre algo; cosa que era una ardua tarea para ella. Amanda la cono- cía bien, y sabía con exactitud qué se le estaba pasando por la cabeza. A menudo se burlaba de lo feo que era John y de la buena pareja que hacía con la poco agraciada Bertha. En su mente insensible a la humanidad masculina estaría pensando con practicidad que la muerte de un siervo feo era una oportu- nidad de recibir a uno mejor.
—Nada de esto importará mucho dentro de unos días cuan- do las votaciones decidan despertar a los hombres —les re- cordó ella.
—Si tal cosa ocurre... —dijo su amiga haciendo hincapié en el si condicional.
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Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)
Historical FictionAMANDA FAIRFAX VIVE EN UNA SOCIEDAD DOMINADA POR LAS MUJERES Durante el deslumbrante baile que marca su debut social, tiene solo unos instantes para tomar una decisiones primordial: Cuál de los muchachos va a ser su siervo personal de por vida, siem...