Capítulo 4

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Guillermo

El corazón del portero bate con fuerza en su pecho a medida que ve al jugador acercarse hacia donde él se encuentra. Lo observa, tiene el cabello húmedo y el pecho desnudo exponiendo los tatuajes que tiene a lo largo de su torso y sus brazos.

Ese hombre era un sueño húmedo, no podría explicar con palabras la explosión de calor que sintió cuando sus miradas se cruzaron y cuando sus manos se tocaron. Lo sabía, estaba mal, pero jamás había sentido tal sensación.

Trató de mirar hacia otro lado, ignorando aquel olor amaderado que el alfa desprendía y que se volvía más fuerte a medida que se acercaba. Se hizo el tonto y se concentró en la platica con sus amigos.

—Concéntrate, concéntrate—Su voz interna le habló.

—Hola, pibe, ¿cómo andan? —El argentino se hizo un espacio entre donde estaban ellos, se colocó a su derecha. El único que los separaba era Hirving.

Sus compañeros rodearon a la leyenda con los brazos como un viejo amigo.

Para Guillermo, el momento de fraternidad quedó arruinado con la llegada del futbolista a su espacio, creyó que podía pasar la reunión tranquilamente si ambos estaban en su espacio, vaya error. Ahora podía sentir el aroma de la estrella pegado en sus fosas nasales, era aún más intenso que el de todos sus amigos alfas presentes.

Tenía una voz tranquila y apacible pero su aroma y esencia era todo lo contrario, lo último gritaba dominancia mientras que su personalidad comprensión y calidez. Se desconcertó por esto, se preguntó si tal vez en otros contextos no fuera tan gentil, tal vez en otros contextos más íntimos...

Carajo.

No podía seguir así, no con ese semental a unos metros al lado de él.

Una punzada de culpa en su corazón lo hizo reaccionar. No, no estaba bien, no debería sentir eso y lo mínimo que debía hacer era irse. Se levantó tan rápido que provocó una pequeña ola en la alberca, sus amigos se sobresaltaron y pudo sentir la mirada del argentino sobre él.

—Yo creo que ya me voy —expresó.

Sus amigos le armaron lío.

—Pero, ¿Por qué? —El primero en quejarse fue su amigo Chicharito —Quédate, hombre, si la estamos pasando chido.

—Exacto, no te vayas, Memo —secundó Kevin, quien tenía abrazado del cuello a Julián Álvarez.

—Discúlpenme, pero la verdad estoy muy cansado. Ya debería irme.

Sus amigos se dirigieron miradas cómplices, probablemente notaron su incomodidad porque no se quejaron más. No quería mirar a Leo pero estaba seguro que tenía la mirada clavada en él.

—Yo te acompaño —Se ofreció Andrés.

—No hace falta —Trató de evadirlo, ya sabía que el interrogatorio se veía venir.

—Vamos —Insistió. No tuvo opción, sabía que su amigo no iba a desistir.

Salió de la piscina y se colocó la playera, se puso el calzado sin mirar a nadie, finalmente se dió la vuelta para despedirse.

𝘾𝙪𝙡𝙥𝙖 𝙖 𝙡𝙖 𝙣𝙤𝙘𝙝𝙚 - Leo Messi y Memo Ochoa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora