Al terminar una historia colocan la palabra "fin", sin pensar que los personajes que en la narración se desenvolvían aún viven en nuestras memorias.
Abrí los ojos, algo me molestaba, no era el constante sonido de música popular que atravesaba las paredes y entraba intacto a la habitación, ni la estúpida discusión de mi vecino con su nueva concubina, ni el gato aullante en un callejón cercano. No era ruido lo que me llenaba de estupor, tampoco el asfixiante calor que me hacía sudar, ni las deformidades de mi viejo colchón que ya tenía mi forma por tantas horas de sueño compartidas. Era el aire, un olor fresco, delicioso y atrayente, algo que no combinaba con el patético ambiente que me rodeaba. Estaba acostumbrado a todo malestar, al fin fue mi decisión el apostar a mi sueño. Más allá de los consejos y de las oportunidades, decidí ser perseverante, mejor dicho terco y luchar por aquello que creí era mi mayor ilusión y mi único camino a la felicidad.
Ya el alba se levantaba opacada por el humo de la ciudad. Los rayos de sol golpearon mis pupilas indicándome que ya era hora, sin duda ya me debía preparar para una jornada laborar. Trabajaba en una abarrotería cercana, me encargaba de labores generales las cuales iban desde arreglar los productos a limpiar el vómito de un bebe en algún pasillo. La paga era pésima y apenas alcanzaba para la renta de la pieza donde me alojaba. Quizás debí haber caso a mi padre e ir a la universidad, al día de hoy ya tendría mi título y alguna prometida no tan fea con la cual formar una familia. Pero el pudimos no existe, apenas existe el somos.
Termino el día de trabajo con las manos marcadas por el trapeador e impregnadas en blanqueador. Fue un buen día, Don Sergio me dejo llevar algunos productos caducados, apenas tenían una semana de haber expirados así que eran comestibles. Mi morada estaba cerca así que caminaba con calma, quería que mi vida fuera más que una simple rutina o la permanente presión de cumplirle a algo o alguien, creo que todos soñamos con eso, pero pocos son capaces de lanzarse con todo y dejar lo que fuimos en busca de un ideal que se supone es mayor. Los que se atreven tienen tres opciones, una que es alcanzar sus metas y ser "felices", la segunda que es la de aceptar su derrota y claudicar en la búsqueda de sus sueños, la tercera que era luchar hasta morir. La última era mi opción, aunque nada está escrito en piedra y la voluntad del ser humano es tan débil como su corazón, así que si un día mi corazón se sintiese afligido por la soledad y las constantes derrotas pasaría a la opción dos. Pero creo que es tarde ya, que después de siete años de intentos la resignación es mi única compañera.
Hoy me presentaba en el bar de Lupe. Era muy bullicioso y los altoparlante no eran de muy buena calidad, algunas veces alternaba con show de strippers, aunque solo iban los fines de semana o para las fechas en que los trabajadores cobraban sus salarios. Era ilegal, Lupe no contaba con permiso para tales presentaciones, quizás por eso me contrató. El bar era amplio y popular, siempre con olor a comida rancia y mucha gente dentro de él, los clientes en su mayoría hombres no le interesaba mis canciones así que tenia que empezar cantando temas conocidos y alegres, así era coreado y hasta aplaudido, cuando ya era tarde cantaba canciones de mi autoría, la mayoría se encontraban demasiados ebrios como para entender mis poemas convertidos en letras, ni siquiera le prestaban atención, pero algo de ellos quedaría en su subconsciente.
Lupe la dueña del lugar por más de 20 años aún se vestía como una jovencita a pesar que era obvio su edad ya avanzada, siempre coqueteaba con los más jóvenes y más de una vez me hizo una propuesta indecente, simplemente le respondía que no me gustaba mezclar los asuntos del trabajo con lo personal, se me acercaba y asentía con un poco de mansedumbre. Quizás ella también tuvo un sueño como yo, el de hacer de su bar el mejor de todos, de llenarlo de artistas consagrados y talentosas bailarinas, ella no lo logró ya que su local era guarida de borrachos, prostitutas y traficantes. Recuerdo el día en que pedí una oportunidad para exhibir mi arte en su cantina.
- Soy un poeta empírico el cual ha aprendido en la calle, aquel con versos llenos del smog y los gritos del temor nocturno - le dije mientras observaba fijamente su mirada perdida.
- ¿Esperas que una bola de borrachos entienda lo que dices?, ¿quieres que te lancen botellas y te echen a silbidos?... ¿acaso eres idiota?... - fue su respuesta, sin mirarme un instante - este lugar no es apto para que un niño como tú - sonrió - Vengo de una familia de actores y actrices, estudié en una escuela de bellas artes y me presenté en grandes compañías. Cuando mi tío murió me dejo esta pocilga - puso sus ojos en los míos - Nunca volví a actuar... ¿sabes por qué? - Moví mi cabeza en manera de negación -.... - Suspiro y levanto la mirada - Cada vez que veía a mis compañeras me sentía inferior, ellas tenían talento y por más que practicaba ellas me superaban y por mucho.
- ¿Cree que no tengo talento?... Ni siquiera ha escuchado uno de mis poemas si tan siqui ... -
- Shhhhh... ¡Cállate! - interrumpió, tomó su vaso medio lleno de licor claro y fijando su mirada en la mía nuevamente- He visto bohemios como tú por montones, que creen tener talento y ser "diferente" a todo lo demás, no has estudiado nada de arte, ¿¡crees que por vivir como miserable conoces el sufrimiento!? - gesticulo un rostro arrogante y se bebiño el contenido del recipiente.
Me levante enojado y caminé a la salida, ella no me conocía, no sabía nada acerca de mí, como osaba a referirse a mí de tal manera. Leía libros de composición literaria cada vez que podía y tenía ya muchos manuscritos de poemas que sin duda podrían competir en premios nacionales, pero ningún editor se arriesgaría a llevar a un autor desconocido de los arrabales a premiaciones de ese nivel, es más, tampoco se darían a la tarea de leer algo escrito por un inculto que viene de lo más bajo de la ciudad.
- ¿Sabes cantar?... - Gritó desde su puesto justo antes de que mi sombra desapareciera por la puerta de su oficina.
- Toco guitarra, pero mi voz no la más privilegiada para el canto - Le respondí sin intenciones de seguir escuchándola pero sin moverme a la espera de que algo sucediera.
- Mañana a las ocho, debo ver que tan malo eres... Aprende algunas canciones populares, de esas con letra sencilla y sin sentido, esas que disfrutan los borrachos - Oí su suspiro desde tan lejos - Convierte algunos de tus poemas en canciones... y ya veremos cómo van las cosas...
- Gracias - Sonreí sinceramente como no lo hacia desde ya hace mucho tiempo.
Ese día fue sin duda especial, ella creyó en mí. De vez en cuanto alagaba mis poemas. Creo que era la única que los entendía, al menos eso que pensaba.
Otra noche que terminaba sin contratiempos, al menos los ya conocidos, la pelea entre Jacinto y Héctor, más bien parecía una danza de borrachos, sucedía cada día, ya era como un cliché el cual nadie le prestaba mayor atención. Siempre que empezaban en su contoneo de lucha dejaba lo que estaba cantando y versaba unos de mis poemas que decía: "bajo la pelea de dos hermanos que sus caras no se dejan ver, en la inmensidad del cielo su luz dejan esparcir, que la bruma de las aguas intentan reflejar, allí seguirán por la eternidad, peleando los hermanos estarán...".
Arrastraba mis pies y casi ya llegaba a mi apartamento, cuando nuevamente sentí ese olor. Me incomodaba saber que algo "especial" existiera en un lugar tan sombrío. Era justo la misma hora que la noche anterior y el olor se incrementaba, aún en mi vasto repertorio de adjetivos no lograba correlacionar uno que encajara con la fragancia que mi cuerpo absorbía. Decidí esperar en medio de la calle, disfrutar algo bueno dentro de tantas cosas malas, tocar una melodía y darle un aire de drama a una situación común.
Justo en su clímax algo me sacó de mis pensamientos y arrojo a una zanja cercana, rodé, dolió, pero era un dolor exquisito. Quizás así debía morir, con esa fragancia que se acercaba a mí. Sentí como el olor me abrazaba, sostenía mi cabeza y me preguntaba: "¿Se encuentra usted bien?". No era una entidad, podía saborear su tibieza y la calidez de voz. Sonreí, me sentía bien a pesar del dolor, "creo que no moriré", fueron mis palabras.
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El Bohemio
Short StoryLas incertidumbres de la vida se muestran ante él, hechos misteriosos lo cubren por completo y un olor delicioso que lo lleva a la locura. La historia de un bohemio que dejó todo sin darse cuenta que no tenia nada.