Parte III

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Y la luz no entraba, solo lámparas blancas alumbraban la habitación, el frio era menor. Distinguí el toc-toc-toc de un reloj sobre la puerta del frente, no lo había notado el día anterior.

El médico se mantenía en el umbral de la puerta con los dientes pelados y un semblante de optimismo, saludó sobriamente a mi visita y le dio los pormenores de mi estado de salud además de los procedimientos a seguir para una satisfactoria recuperación. Ella asintió a cada palabra que el galeno pronunciaba. Estaba tan distraído en ella que no me percate del hecho que la máquina que monitoreaba mis pulsaciones cardiacas ya no estaba.

Era pálida y alta, como las mujeres que aparecen en las revistas de modas. No era hermosa pero su garbo y elegancia la hacían lucir superior a muchas que se pudieran pavonear de ser más bellas. Su vestido era ajustado y de un verde muy intenso, parecía caro, sin duda lo era. Intentaba disimular su edad usando maquillaje y el cabello peinado de tal manera que cubriera su cuello. Un sombrero de plumas no dejaba ver parte de su rostro.

Era una dama con mirada intensa y aires de grandeza, poseedora de aquel aroma que me enloqueció por dos noches seguidas. De unos treinta años o más, su presencia era abrumadora y se dejaba sentir en cada rincón de cuarto.

-Lamento lo ocurrido- Esa voz cálida, con ese color, no podría olvidarlo –no lo vi hasta que lo arroyé- y se inclinó como dando una reverencia de disculpas.

-No… no se preocupe usted dama- Mi vos se entrecortaba, estaba temblando aunque lo intentaba disimular –Ve como le dije… no morí- esboce una sonrisa que seguro se vio más como una mueca fea y deforme, ella sonrió dejando ver una blancura perfecta y una dentadura bien alineada.

Estaba embobado y probablemente me perdí en mi mente por algunos minutos, no reaccione a las palabras que pronuncio después. Embebido en mis deseos, en el verdor de su silueta bien cuidada y en los finos rasgos de su rostro.

El médico reapareció, ella lo llamo al ver que mi mirada se perdió y no hacía caso alguno a estímulos externos.

-Mmm…- fue lo que dijo el doctor mientras examinaba con una linterna y mis ojos – Seguro efectos secundarios de la contusión- Se dio la vuelta y dirigiéndose a ella –Adelantaré la resonancia magnética, la cara de idiota que tiene no es normal- Me miró y sonrió nuevamente. Le devolví una mirada fuerte de esas que dicen: “No me jodas”. Lo entendió perfectamente y se retiró mientras peinaba con su mano derecha su bigote bien recortado.

-Me llamo Andrea Goyela, después de que te arroye te traje de inmediato. En serio lamento lo ocurrido. Yo me haré cargo del costo de todos los exámenes y la internación- Hablaba muy bien, su apellido no era de pobre y mucho menos lo parecía, no le pelearía el hecho de que corriera con los gasto, al final no tenía ni donde caerme muerto –Contraté un enfermero que te cuidará hasta que ya estés sano- Yo me arrojé a sus grandes ojos color miel, era muy tarde para mí, estaba embelesado, a pesar que estaba claro en que las diferencias sociales siempre son una de las más frecuentes consecuencia de fracasos en las parejas , además que era algo mayor para mí y sin contar que estaba casada. No me lo dijo, su anillo la delató, y no es que lo tuviese puesto, solo que la tonalidad de su piel en su dedo anular de la mano izquierda era un poco más clara que el resto, una deducción no muy sencilla de llegar, tomando en cuenta la palidez de su dermis.

-Hugo, así me llamaron mis padres al nacer- “Hugo” ella repitió –No se preocupe mi dama la perdono por haberme arroyado, además no es normal estar en medio de la calle en tan altas horas de la noche. Es más tengo que agradecerle el hecho de traerme a un hospital, estoy seguro que la mayoría de las personas me hubiesen dejado tirado en esa zanja.

-¿¡Cómo cree usted!?, no existe ser humano con una mentalidad tan vil- Dijo ella mientras clavaba sus ojos hermosos en mí.  Lo había dicho porque eso es lo que yo hubiera hecho si hubiese estado en su lugar, jamás detendría mi coche en un sector tan peligros y menos en la noche, pensé.

Estaba muy cerca de mí, no recordaba la última vez que me emocionaba tanto tener a alguien tan próximo. Mi vida de bohemio me había convertido en frio y de pocos sentimientos, hacía años que no tenía una relación formal. Pero hoy me sentía como adolecente cuando descubre que la chica más popular del colegio comparte sentimientos de amor con él. Ya no soportaba sentirla a tan corta distancia y hablando de cosas que la verdad no captaba, solo el movimiento rítmico de sus labios y las pequeñas arrugas que se formaban en sus ojos al sonreír. Su mirada sincera me atrapó, creo que noto que no la escuchaba, detuvo sus hablar y su rostro tomó nuevamente ese aire de superioridad.

-Regresaré mañana si puedo, espero se recupere rápido Hugo- Sacó algo de su bolso- Esto estaba a su costado cuando lo atropellé- y colocó con suavidad un montón de papeles arrugados en mi regazo- Son muy buenos… Espero algún día pueda escribir uno para mí… si, algún día- Se sonrojó. ¿Por qué una mujer de tanta clase se ruboriza con poemas mal versados y con tonalidad lúgubre? Miré rápidamente uno de ellos: “La blanca hechicera que destruye la eternidad de mi ser, aquella que llena la esencia del misterio cruel, la ilusa imitación del amor que descubre mi corazón, impotente ser yo soy, una vez pruebo ese hechizo convertido en canción…”. No era uno de mis mejores poemas, pero ella sintió que sí lo era, sonreí suavemente.

-Perdóneme, seguro debe tener muchas obras que terminar y yo haciéndole esta clase peticiones, además apenas lo conozco- No pudo mirarme a los ojos, ¿acaso estaba apenada?

-Pensé que mis poemas no eran apreciados por nadie… es bueno saber que aún tengo esperanzas- Hice una pausa algo prolongada, ella no interrumpió, aún mantenía esa mirada baja, como de niña apesumbrada. –Dígame cual fue el verso que más le gusto y veré como adapto algo que concuerde con su clase y belleza- Me miró con picardía y se inclinó, se acercó para señalarme su parte favorita. Pero yo ya no actuaba con raciocinio. No estoy seguro que fuera yo, el frio y pensador Hugo.

-Señora Goye…- No me imagino la cara que puso el enfermero al ver que yo sostenía a la esbelta dama con mi única mano sana, mientras mi boca besaba la suya en una posición que era más incómoda de lo que parecía. Pero el dolor no importaba, solo podía ver sus ojos llenos de incertidumbre a centímetros de los míos.

¿¡Qué carajos estaba haciendo yo!?

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