Parte - V

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El olor a comida rancia no cambiaba a pesar que los comensales eran otros. Como de costumbre abrí la noche con letras que todos conocían. Hoy no tenía ánimos para lidiar con borrachos, así que espere hasta que estuviesen cayéndose de la embriaguez para recitar algún poema. Mi mano recién se estaba curando y mis dedos no respondían con la acostumbrada agudeza, pero poco conocían de notas y no le molestaba una que otra desafinación. Los hombres cansados de la faena se reunían y hablaban a gritos mientras compartían cervezas e historias menudas y poco creíbles, de amoríos que solo en sus sueños cumplían, de peleas multitudinarias en las que fueron ellos los más machos y de lazos de amistad rotos por alguna traición. Pero esta noche el tema principal era la reciente huelga de los mineros, se hablaba de un posible paro por falta de seguridad laboral, todo esto debido a un derrumbe que le costó la vida a una decena de trabajadores. No es algo que no hubiese ocurrido antes, pero con los discursos políticos propios de cambio de mandato donde se prometían mejores opciones y alentaban a las multitudes a luchar por sus derechos en una jugarreta que solo le convenía para desequilibrar el país y así hacerse los héroes cuando el caos que ellos incitaron explotara.

Jacinto y Héctor no pelearon, se notaba una tensión disimulada con alcohol. A mí no me interesaba mucho la situación política del país y no es que no amase a mi patria, resulta que ya me había resignado a que la única manera de cambiar algo es hacer uno mismo las cosas y conociendo el sistema corrupto donde se cambiaba de títeres pero se mantenían los titiriteros no existiría una revolución verdadera. El promotor de esta idea “liberalista” era Don Felix Pimentel, un catedrático de Humanidades de la Universidad del barrio de San Bernardino, un hombre con basta capacidad intelectual pero con un apasionamiento propio de un “rock star”, algo desequilibrado y no muy respetado por sus ideas extremistas.

Algunos ya tambaleaban y los planes de lucha se disiparon cuando las lenguas comandadas por un cerebro mitigado por un alud de sustancias psicotrópicas apenas podía proponer una oración bien pronunciada. Era mi momento preferido, donde expresaba mi arte, ya había pasado un mes que no lo hacía, el yeso apenas lo retiraron un día atrás.  En ese momento no sentía el olor a rancio ni la blanca bulla del sitio, miré a Lupe que sentada en su la mesa del fondo junto a la puerta que daba al baño de mujeres y acompañada por dos desconocidos que le coqueteaban en busca de alguna remuneración por un favor sexual, me daba el visto bueno para que empezara mi verdadera función. Alguien sin una pasión no entenderá lo bien que se siente hacer lo que uno realmente ama, como fluyen por tu cuerpo y te lleva a hacerlo, aunque no exista remuneración económica, física o espiritual. Solo basta hacerlo y satisfacer la necesidad de ser libre por un instante.

“Intentando no caer

Me levanto sin intensiones de pelear

Siento la fragancia y la muerte me viene a buscar

Basta con un instante

La fragilidad se hace una con mi voluntad

Me lleva por caminos tormentosos

Me arrastra como buscando un momento de descanso

Lanzándome a sus ojos perenne e inmortal

Me hago uno con ella

No me resisto al destino que Dios propuso ya

La portadora del olor del diablo

Con manos de ángel me tocó

Guíame de nuevo al sendero de la locura

Así tus labios podre besar una vez más”

No podía negar que la extraña mucho, ya no podía escribir otra cosa que no tuviera algo que ver con ella. Solo la había visto una vez pero su fragancia y el sabor de sus labios en mi residía ya. Algunos no tan borrachos aplaudieron mientras Lupe se levantaba de su asiento  y caminaba al “escenario” con esa incansable mirada mona, mientras los tipos que la acompañaban se alejaban en silencio.  Me hizo una seña con la mano para que bajara. Apenas era mi primera canción inédita y ella me interrumpía, ¿acaso había sucedido algo?

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