Parte - VI

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El pacífico mar se embraveció de pronto acorralando los pequeños botes que luchaban por poder atracar. La brisa enfurecida golpeaba a las gaviotas y las movía como hojas. Para el día de hoy no se habían reportados tormentas y aunque el cielo estaba levemente nublado la lluvia no caía. Hacia frio. Los hombres con capotes amarillos tomaban las sogas sucias y antiguas que lanzaban los marinos desde sus embarcaciones. Todos luchaban a unísono para intentar evitar que alguien perdiera su herramienta de trabajo.

Y así como empezó terminó, una llovizna ligera mojó nuestros rostros y nos dio señales de que aún estábamos vivos, apenas empezaba el día y ya estábamos agotados, con las manos adoloridas y el corazón trotando como caballo salvaje.

-¡Gracias tío!- Gritó eufórico el capitán Sebastián y aunque nadie le instruyó sobre la vida en el océano conocía mejor que nadie las corrientes marinas y podía leer las rutas usando las estrellas. Algunos decían que tenía poderes mágicos ya que incluso en noches sin luces celestiales podía hallas un camino seguro. 

-De nada Don Sebastián- Respondí con la misma energía. Al fin y al cabo era el hombre que me había dado la oportunidad de una nueva ocupación, muy necesaria luego que después del accidente descubrí que Don Sergio me había cambiado por un inmigrante ilegal, era más fácil de subyugar que un bohemio hambriento, pensé.

-¡Vamos dentro hombre!, tomemos un poco de suero de marino- Musitó mientras puso su mano derecha sobre mi hombro cansado, no estaba hecho para las labores manuales, desde chico no era el mejor deportista, realmente era bastante torpe para hacer oficios de uso general, a veces pensaba que mi padre se sentía avergonzado y decepcionado de que su único hijo no contara con las habilidades de albañilería que Dios a él le concedió. De alguna mi progenitor al igual que yo era un artista, solo que no lo sabía. El crear algo con nuestras manos y mente, poner nuestra alma y disfrutar mientras lo hacemos, eso es arte.

Con el día de hoy cumplía mi quingentésimo sexto día a las orillas del mar y aunque cada mañana desayunaba Ron y sal marina no encontraba sentido a mi existencia. La paga por el papeleo de las flotas era mucho más ostentosa  que cualquier salario anterior. Mis gastos eran nulos, comía las sobras marinas y me alojaba en un cuarto adyacente a mi estación de trabajo, lugar que pertenecía a Don Sebastián, pero él simplemente prefería dormir en su bote, no lograba conciliar el sueño si no sentía el jadeo de las olas muriendo en el muelle.

-¡Mmmm estás tristón muchacho!- intentó decir el marinero de manera sosegada, algo para él imposible pues toda palabra que saliera de su boca se asemejaba más a un grito que cualquier otra cosa.

-No es nada Don  Sebastián… no hace falta que se preocupe- Mi ánimo se esfumaba con la espuma del océano y mis sueños se los comían las tormentas de mi apatía. Mis poemas morían conmigo y suicidaba mi espíritu encarcelando las prosas del alma en hojas arrugadas que quizás nadie nunca leera.

Era culpa de ella que me ahogara en licor y prostitutas, siempre auspiciadas por mi amable y generoso empleador. Era su culpa que mi imaginación se limitara al color de sus ojos ya extraviados y su olor ahora perturbante no me dejara sentir feliz una vez más. La busqué tantas veces en mis noches y la disfracé de tantas damas de compañía como pude, pero el resultado era el mismo cuando estaba solo, un pensamiento constante e hiriente. Aquel tonto que dijo que el tiempo cura todo nunca conoció el amor, quizás creemos olvidar, pero simplemente nos distraemos y basta un instante para echar abajo años de lucha con el subconsciente, nadie se escapa de su pasado, lo cargamos en nuestras espaldas, por eso nos cuesta por momentos verlo.

Otro día que termina mirando el reflejo del último rayo de sol, era irónico que el alba trajera caos y el ocaso sosiego, amaba mira como desparecía la estrella diurna en la fosa del horizonte, como dejaba caer su inmensidad en la nada, pero sobre todo como su luz permanecía tiempo después de morir en el pasado, dejando un naranja tenue en las nubes bajas que se formaban para despedirlo.

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