Otra vez allí, inutilizado y casi rendido. Era la misma esquina en que la vi entra en su hogar por una semana. Mis manos en las rodillas forzaban a mi cuerpo mantenerse de pie, aunque mis músculos extenuados querían rendirse al descanso… era algo que no me podía permitir.
Estaban rodeados y las pocas unidades que se salvaron de la emboscada maquinada por Don Felix fueron aniquiladas a golpes de los manifestantes. La turba ardía y no había forma de calmar su clamor… solo con la sangre del ministro Goyela.
Me escabullí entre el sudoroso grupo de mineros sin perder de vista mi objetivo. Por más que corrí no logre llegar antes, fue estúpido creer ser más rápido que los automóviles. La impotencia colmaba mis poros abiertos, tenía mucho miedo, no sabía a ciencia cierta cuál sería mi siguiente carta. Estuvo muy bien planeado el golpe, derrocar al ministro local, aquel que repitió las órdenes del gobierno central, hacerlo expiar por sus palabras de muerte, darles esperanzas a hombres perdidos en su miseria y hacerlos peones de su juego.
-Ese Felix es un maldito- Un anciano que se aferraba a la puerta principal me escucho y miró detenidamente, pero pronto siguió en la tarea de amotinamiento que llevaba realizando.
De pronto se escuchó un chillido de llantas acompañado por el azote de plomo sobre piel humana y por último el salpicar de sangre sobre la avenida polvorienta. El anciano que antes me miró estaba tendido en el suelo mientras sus compañeros de guerra lo pisaban en un vano intento de salir vivos de aquel lugar. Intenté no moverme o era que ¿acaso no podía? Terror, uno real, no como aquel infundado que tuve en el sueño febril o el de perder a la mujer portadora de la fragancia que me enloquecía, era el miedo de dejar de vivir, de pasar a una dimensión desconocida, una que es parte de la vida de todos al nacer pero que no se enfrenta hasta tenerla cara a cara, ese misterio que lo viste de religión, cuentos y pensamientos de otra vida.
Me arrastré ensuciando mi única chaqueta decente. De ambos bando provenían golpes de pólvora y el ensordecedor sonido de la música de guerra. Algún traidor había advertido a las autoridades sobre el movimiento que se llevaría a cabo, probablemente el ministro ni siquiera estaba en su casa… no… Don Felix no era tan ingenuo, no dejaría cabos sueltos en su segundo intento de revolución, sabía que otro fallo lo llevaría a perder la confianza que los mineros pusieron en él y desgarraría el poder psicológico que ostentaba entre las masas.
Pude escapar de ese sitio de muerte sin alejarme demasiado, una inquietud albergaba dentro de mí, una corazonada de que algo no estaba bien. El grupo armado que masacró era pequeño, apenas cuatro patrullas con no más de diez hombres, eso sí con fusiles de asalto y muchas municiones.
Los segundos me golpeaban el alma como los casquillos la calle. Los obreros respondían con sus armas rurales, pedradas y una que otra detonación que era respondida por ráfagas de balas. No había oportunidad, muchos estaba heridos, la gran mayoría huyo despavorida al saberse inferiores, los pocos que seguían al frente de batalla eran hombres sin nada que perder, disfrutando una lucha sin sentido y con una notable desventaja, ¿cómo era posible que diez unidades hicieran replegar a un centenar?, ¿sus convicciones no eran suficientemente fuertes como para arriesgar su vida?, no era eso… nunca creyeron en la causa y solo fue una excusa para dejar de quejarse, una burla a los que hoy con su sangre empapaban el portón de los Goyela y ¿qué hay de mí?¿la convicción que me hizo correr hasta ese lugar se había disfumado con el sonido de una ametralladora?¿valió más el terror de caer al hades que el de salvar a la mujer que amaba?¿ella merecía tal sacrifico de mi parte? Las últimas palabras que había escuchado de su boca fueron despreciables y el último toque de sus mano fue para lastimarme, apenas la había visto una vez y cometía tal estupidez, no era minero y no luchaba por su causa, incluso estaba allí para contrariarlos, no pertenecía a ninguna de las dos facciones.
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El Bohemio
Short StoryLas incertidumbres de la vida se muestran ante él, hechos misteriosos lo cubren por completo y un olor delicioso que lo lleva a la locura. La historia de un bohemio que dejó todo sin darse cuenta que no tenia nada.