Durante la noche del 27 al 28 de diciembre, el Nautilus abandonó los parajes de Vanikoro a
toda máquina. Hizo rumbo al Sudoeste y, en tres días, franqueó las setecientas cincuenta
leguas que separan el archipiélago de La Pérousse de la punta Sudeste de la Papuasia.
El 1 de enero de 1868, a primera hora de la mañana, Con-seil se reunió conmigo en la
plataforma.
Permítame el señor que le desee un buen año.
¡Cómo no, Conseil! Exactamente como si estuviéramos en París, en mi gabinete del
Jardín de Plantas. Acepto tus vo-tos y te los agradezco. Pero tendré que preguntarte qué es lo que entiendes por un «buen año», en las circunstancias en que nos encontramos. ¿Es el
año que debe poner fin a nuestro cau-tiverio o el año que verá continuar este extraño viaje?
A fe mía, que no sé qué decirle al señor. Cierto es que es-tamos viendo cosas muy
curiosas, y que, desde hace dos me-ses, no hemos tenido tiempo de aburrirnos. La última
mara-villa es siempre la mejor, y si esta progresión se mantiene no sé adónde vamos a
parar. Me parece a mí que no volveremos a encontrar nunca una ocasión semejante.
Nunca, Conseil.
Además, el señor Nemo, que justifica muy bien su nom-bre latino, no es más molesto que
si no existiera.
Dices bien, Conseil.
Yo pienso, pues, mal que le pese al señor, que un buen año sería el que nos permitiera
verlo todo.
¿Todo? Quizá fuera entonces un poco largo. Pero ¿qué piensa de esto Ned Land?
Ned Land piensa exactamente lo contrario que yo. Es un hombre positivo, con un
estómago imperioso. Pasarse la vida mirando y comiendo peces no le basta. La falta de
vino, de pan, de carne, no conviene a un digno sajón familiariza-do con los bistecs, y a
quien no disgusta ni el brandy ni la gi-nebra en proporciones moderadas.
-No es eso lo que a mí me atormenta, Conseil, yo me aco-modo muy bien al régimen de a
bordo.
Igual que yo respondió Conseil. Por eso, yo quiero permanecer aquí tanto como Ned
Land quiere fugarse. Así, si el año que comienza no es bueno para mí, lo será para él y
recíprocamente. De esta forma, siempre habrá alguno satis-fecho. En fin, y para concluir,
deseo al señor lo que desee el señor.
Gracias, Conseil. únicamente te pediré que aplacemos la cuestión de los regalos y que los
reemplacemos provisional-mente por un buen apretón de manos. Es lo único que tengo
sobre mí.
Nunca ha sido tan generoso el señor respondió Conseil.
Y el buen muchacho se fue.
El 2 de enero habíamos recorrido once mil trescientas cuarenta millas desde nuestro punto
de partida en los mares del Japón. Ante el espolón del Nautilus se extendían los peli-grosos