Me impresionó vivamente tocar tierra.
Ned Land pisaba el suelo como en un acto de posesión. No hacía más de dos meses, sin
embargo, que éramos, según la expresión del capitán Nemo, los «pasajeros del Nautilus»,
es decir, en realidad, los prisioneros de su comandante.
En pocos minutos estuvimos a tiro de fusil de la costa. El suelo era casi enteramente
madrepórico, pero algunos lechos de torrentes desecados, sembrados de restos granfticos,
de-mostraban que la isla era debida a una formación primordial.
Una cortina de hermosos bosques ocultaba el horizonte. Árboles enormes, algunos de los
cuales alcanzaban doscien-tos pies de altura, se unían entre ellos por guirnaldas de lia-nas,
verdaderas hamacas naturales a las que mecía la brisa. Mimosas, ficus, casuarinas, teks,
hibiscos, pandanes y pal-meras se mezclaban con profusión, y al abrigo de sus bóve-das
verdes, al pie de sus tallos, crecían orquídeas, legumino-sas y helechos.
Sin reparar en tan bellas muestras de la flora papuasiana, el canadiense abandonó lo
agradable orlío útil, alver un co-cotero. Abatió rápidamente algunos e sus frutos, los abrió y
entonces bebimos su leche y comim s su almendra con una satisfacción que parecía
expresar una protesta contra la die-ta del Nautilus.
¡Excelente! decia Ned Land.
¡Exquisito! respondía Conseil.
Espero dijo el canadiense que el capitán Nemo no se oponga a que introduzcamos a
bordo una carga de cocos.
No lo creo respondí, pero dudo que quiera probarlos.
Peor para él dijo Conseil.
-Y tanto mejor para nosotros añadió Ned Land, así to-caremos a más.
Ned dije al arponero, que se disponía a vaciar otro co-cotero, los cocos están muy
buenos, pero antes de llenar el bote, me parece que sería prudente ver si la isla produce algo
no menos útil. Creo que la despensa del Nautilus acogería con agrado legumbres frescas.
Tiene razón el señor dijo Conseil-, y yo propongo que reservemos en la canoa tres
espacios: uno para los frutos, otro para las legumbres y el tercero para la caza, de la que no
he visto todavía ni la más pequeña muestra.
Conseil, no hay que desesperar respondió el cana-diense.
Continuemos, pues, nuestra excursión dije, pero con el ojo al acecho. Aunque parezca
deshabitada, bien podría albergar la isla algunos individuos menos escrupulosos que
nosotros sobre la naturaleza de la caza.
¡Eh! ¡Eh! exclamó Ned Land, haciendo un significativo movimiento de mandíbulas.
Pero, ¡Ned! exclamó Conseil.
Pues, ¿sabe lo que le digo? Que comienzo a comprender los encantos de la antropofagia.
Pero ¡qué dice, Ned! exclamó Conseil. ¡Usted antropó-fago! Ya no podré sentirme
seguro a su lado, durmiendo en el mismo camarote. ¿Me despertaré un día semidevorado?