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—¿Está segura de que no hay ningún guardia?

—Te he dicho que no, tú solo pasa por aquí.

No podía evitar sentirse un poco paranoico. Sin mucho convencimiento, Jeno seguía los pasos rápidos de aquella mujer menuda, escudriñando cada pasillo del hospital con el profundo presentimiento de que algo saldría mal. Los corredores estaban demasiado silenciosos y desiertos para su gusto. ¿Dónde estaban todos?

"Durmiendo" se respondió a sí mismo intentando convencerse. "Es de noche, es normal que no haya movimiento". Pero la sensación de desconfianza crecía a medida que avanzaban, y ser conducido por aquella mujer no ayudaba a calmar sus sospechas. Había algo en todo aquello que no encajaba.

—¿Cómo consiguió que la dejaran estar aquí a esta hora?

—Como consigue todo mi esposo: con dinero. Vamos, camina, date prisa. Aquí, ven. Lo han cambiado de habitación.

Y así era. Esta vez se trataba de un cuarto bastante cálido comparado con lo que habían sido los dos anteriores, con las paredes color crema, una gran ventana al exterior, que en aquellos momentos tenía la persiana cerrada, una silla, y una mesa de luz en donde sólo había un pequeño florero blanco. Vacío.

Jaemin estaba allí, por supuesto, al fin sin aquel maldito respirador pero con una vía que le transmitía suero y medicamentos. El gran vendaje de su cabeza había sido reemplazado por uno más pequeño y localizado, que envolvía perfectamente el contorno de su cráneo, dejando asomar pequeños mechones de cabellos oscuros sobre la frente pálida. Los labios apenas sonrosados, se movían en murmullos inaudibles. Parecía estar teniendo una pesadilla según cómo se agitaba en sueños, respirando agitadamente, estremeciéndose por momentos con breves temblores.

—Ha estado así durante todo el día —comentó su madre con un gesto frío, aunque el brillo de sus ojos evidenciaba una preocupación más profunda—. Había mejorado un poco, ya no decía tonterías sin razón, bebió agua e hizo muchas preguntas... Pero hoy todo empeoró. Tuvo convulsiones por la mañana, levantó mucha fiebre por la tarde. Descubrieron una infección en su vientre y acumulación de sangre en el pulmón, tuvieron que darle más calmantes y antibióticos. Y desde hace horas no recupera la consciencia.

Jeno volvió sus ojos a la cama, mordiéndose el labio inferior, preocupado. Realmente no sabía muy bien qué hacer. Visto a la distancia le parecía tarea fácil la de cuidar del muerto vivo que había sido todos aquellos días de agonía en coma, y no como ahora, agitado y tembloroso, preso en pesadillas de las que no podía despertar.

—Me quedaré afuera —anunció la mujer dirigiéndose a la salida—. Has lo que sea que hayas hecho antes y sálvalo —pidió, y salió de la habitación cerrando la puerta tras ella.

Sálvalo. Era muy fácil echar aquella responsabilidad sobre sus hombros. Sálvalo, como si él fuera Dios.

Con un suspiro tomó valor para comenzar el ritual que había hecho en cada visita hasta entonces: acercarse a la cama y tomar la mano del enfermo. Sentirlo temblar fue una sensación extraña, aterradora en cierta forma, y lo sujetó con más fuerza al tiempo que le acariciaba el rostro. Estaba afiebrado.

—Jaemin... ¿puedes escucharme? —Más temblores, más bruscos, pero ninguna respuesta—. Jae... —musitó acariciándole las mejillas. Y estaba a punto de rozarle los labios cuando unos ojos esmeraldas asomaron, cansados, bajo las tupidas pestañas oscuras.

Jeno retiró la mano, sobresaltado. Rayos, no había esperado que realmente despertara.

—Eh... Hola —saludó, de pronto sintiéndose muy estúpido.

Jaemin lo miró en silencio, o mejor dicho, sus ojos permanecieron fijos en él, sin evidenciar ningún signo de reconocimiento.

—¿Te acuerdas de mí? —preguntó Jeno, casi con timidez, sintiendo que en cualquier momento sería él quien se echaría a temblar.

Sangre sobre hielo [NOMIN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora